martes, mayo 20, 2008
Ay, casi
¡Que me desmayo, que me desmayo!, vociferé desde la grada al contemplar el cuarto regate seguido de mi hijo. El corazón se me puso a mil por hora. Mi emoción contenida me rizó el pelo de golpe y una lágrima de emoción asomó por mi ojos. De pronto, un pase a Pablo Lisalde y ¡¡¡gol!!!. El griterío de todos los padres hizo que el tiempo se parara y explotara el júbilo. ¡Qué momento! Íbamos ganando el partido, unos fieras... Pero la ilusión duró un minuto (tiempo que el equipo contrario tardó en colarnos un gol). Incluso llegamos a un glorioso empate: 3-3. El final del combate (ya no era partido, era combate a vida muerte) nos derrotó y, oh, qué pena, perdimos por 5-3. Exhausta, agotada y satisfecha salté al campo abracé a Diego y dejé que la lágrima escondida cayera por el suelo de nuestra derrota. "Emma, son malísimos" dijo el que dice ser mi marido (en momentos como éste lo dudo) y, como es habitual, le fulminé con la mirada.
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