A las seis de la tarde aparecieron por casa María, Víctor, Mónica y Vitín (la familia tilde).
-¿Ya habéis decidido a qué parque vamos a ir? -preguntó mi prima.
-Sí, al Juan Pablo II -contesté emocionada mientras llenábamos el maletero de bicis (las de Diego y Álvaro) y tres monopatines para sus primos.
Alonso torció el morro y se quejó en el coche.
-Emma, no entiendo por qué quieres ir a ese parque con el calor que hace. Sería mejor ir al Juan Carlos I que hay más árboles y, sobre todo, más sombra.
-Pues haberlo dicho antes -rugí-, además los niños seguro que disfrutan más en éste porque hay un camino para bicicletas y monopatines.
Desembarcamos todos los bártulos. Vitín se apropió del monopatín de "Cars", Mónica del dorado (luego se quejó todo el camino porque ella realmente quería el plateado)
y Diego y Álvaro de sus súper bicis y corrieron al parque. María y yo cotorreábamos felices y, tras nosotros, Alonso y Víctor se quejaban de que no hubiese ninguna sombra.
Al cabo de quince minutos, llegaron Roberto, Virgina, Manuela (con su triciclo) y Cayetana (en su sillita). Virginia se unió al grupo feliz que, además, había conseguido un banco con algo de sombra (a los diez minutos la sombra era total, que conste) y Roberto (¡cómo no!) se quejó del parque.
Los niños, felices, descubrieron los canales árabes y empezaron a chapotear con el agua. Los juegos eran muy inocentes: tiraban la pelota en un extremo y la recogían al final del canal, simulaban que un barco navegaba por las aguas... Hasta que Vitín se cayó al agua. Sus zapatos se empaparon. María, tranquilamente, se los quitó y le propuso que mojara sus pies por los canales. Víctor al oírla exteriorizó su ira, "María, ¿cómo se te ocurre? Esa agua seguro que tiene cientos de bacterias, estará contaminada, corrupta... ¡Los niños se van a poner malos!". Las chicas, atónitas, le miramos y no le hicimos caso.
La iniciativa de Vitín fue seguida por Mónica, Diego (que terminó con los pantalones y la camiseta empapados) y Álvaro. ¡Álvaro!, grité, espera que te quito la ropa y así no te mojas. Alonso giró y vio a su pequeño en calzoncillos, se levantó, me disparó ira con sus ojos y se fue.
¡¡Nos estamos saltando las normas!!, gritó Víctor encolerizado. ¿Qué normas?, preguntó Virginia que disfrutaba con las risas de Manuela y Cayetana. Las normas de la lógica y el razonamiento, zanjó Víctor.
De pronto, una mujer bajó en patines por la cuesta empujando un carrito de bebé (sin niño, por suerte). Sin saber cómo se desequilibró y voló por los aires con el carrito incluido.
Emma, nos has traído a un parque de locos, dijo Roberto conteniendo la risa y observando desde lo lejos las heridas de la mujer.
La tensión se mascaba en el ambiente así que rogamos a los niños que vinieran para vestirlos. ¡Jo, con lo bien que nos lo estamos pasando!, gritaron todos a la vez. Les convencimos rápidamente: si os vestís nos vamos a cenar al McDonalds. Dicho y hecho. Anduvimos con todos los mecanismos con ruedas hasta los coches (Oye, Emma, la próxima vez aparcamos en una puerta que esté más cercana a los columpios, se quejó Roberto). Llegamos hasta la placita de la entrada. Diego y Álvaro se fueron a dar otra vueltecita en bici, Manuela decidió seguirles con su triciclo y Mónica y Vitín empezaron a correr la maratón y Roberto les siguió desesperados. El resto, sentados en un agradable banco, conversábamos de nuestros avatares. El móvil sonó. Es Roberto, comenté extrañada al descolgar. Malos padres, gritó por el auricular, estoy en la otra esquina del parque vigilando a todos vuestros hijos. Víctor, azorado, intentó ir en su busca, pero al final desistió al ver lo lejos que estaban.
Por fin, reunimos al redil y cenamos relajadamente en el McDonald's.
-Cielo -comenté con tono dulce a mi Alonso antes de dormir-, mañana nos ha propuesto Roberto que vayamos a su piscina.
Alonso me miró con terror.
-Pues conmigo no cuentes, que hoy ya he tenido suficiente.
¡Cómo sufre mi amor!
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