Hace más de dos años, sentada en el escritorio de casa a la hora de inspiración literaria, es decir, a las dos y media de la mañana, sentí un leve cosquilleo por los dedos de los pies. Di un manotazo y maté al mosquito invasor. Al cabo de tres minutos, percibí de nuevo el cosquilleo, pero esta vez multiplicado por diez. Brinqué de la silla y aterrada vi como mis pies estaban ocultos bajo una multitud de hormigas voladoras. Grité como una histérica (lo que soy, lo reconozco) y subí dando saltos hasta mi cuarto. Alonso dormía, me abalancé sobre él y seguí gritando.
-¿Qué ocurre?- dijo con voz somnolienta.
-¡¡Juan Fran, el cuarto de estar está invadido de hormigas voladoras!!- exclamé.
-Emma, son las tres de la mañana. Déjame dormir. No pienso bajar por una hormiga.
-¡Pero es que son cientos de hormigas! Y dentro de dos días es el bautizo de Álvaro y va a venir toda la familia a casa y...
-Tú siempre tan histérica. Anda, duérmete, que ya es hora.
Le miré con cara de odio y despotriqué de lo lindo, pero él ni se inmutó. Así que me metí en la cama y dejé encendido el cuarto de estar, el ordenador y la televisión (¡no iba a bajar yo sola a enfrentarme con la invasión hormiga voladora).
A la mañana siguiente me desperté con un grito Alonso.
-¡¡¡Emma!!!- vociferó desde la planta baja.
Abrí un ojo.
-Alonso, ya sé que me dejé todo encendido. Lo siento, pero no me atreví a bajar sola con la invasión.
-No es eso, Emma. Baja, por favor.
Me arrastré por la escalera y al ver su cara lívida me espabilé de golpe.
-¿Qué ocurre?- pregunté intrigada.
-No soy capaz de describirlo- susurró Alonso.
Bajé y casi me desmayo. Las hormigas se habían multiplicado y cubrían el dintel de la puerta, la alfombra y la mitad del ordenador.
-Ahhh!!!- grité como una loca- ¡¡Mátalas, mátalas. Ves como no soy una histérica. Dios mío, esto es una invasión. Se van a comer la casa!!
Alonso, con una frialdad pasmosa, se vistió rápidamente.
-Ahora vuelvo, no bajéis al cuarto de estar- ordenó mientras cerraba la puerta.
-No pensaba, Alonso, no pensaba.
Al cabo de un rato, apareció con un matainsectos profesional y bombardeó toda la casa.
El bautizo fue perfecto y nadie se percató de la matanza que se había vivido dos días antes en la calle Olimpo.
Sin embargo el trauma aún sigue en mí.
-Mamá, hormiga- dijo Álvaro al llegar del cole.
-¿Dónde hay hormigas?- le interrogué con palpitaciones aceleradas de corazón.
-Yo, hormiga- contestó dándome un papel- en la fiesta del cole.
-¿Y no puedes ir de mariposa?
-Hormiga, mamá, hormiga- vociferó indignado.
Y fue de hormiga. Y fue la hormiga más bonita que he visto en mi vida. Y yo sí que puedo comparar.
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