Día de estrés. A primera de hora de la mañana me manda Alonso un escueto mensaje: "Esta noche han robado a Escuer". Presa de intriga y preocupación le llamo rápidamente.
-Escuer, ¿qué ha sucedido?
-Nos han robado. Esta noche me he despertado a las cinco de la mañana con el piar de los pájaros. Al ir al baño me he percatado de que la luz de la escalera estaba encendida. Extrañado, me he acercado y de pronto he oído unos gritos. "Policía local, no se asuste. ¿Están todos bien?". Imagínate qué susto. Las legañas se me han caído de golpe. "Señor, acaban de robar en su casa. En breves momentos llegara la policía científica para comprobar si hay huellas. Por favor, certifique qué le han sustraído".
-¡Qué miedo!
-Sí, ha sido un buen susto. He corrido a la habitación, he despertado a Montse y casi me da algo al ver que los chorizos habían abierto los cajones de las mesillas, del armario. Vamos, que se habían paseado tranquilamente por el cuarto mientras nosotros dormíamos.
-¿Os han robado muchas cosas?
-Más que cosas, dinero. Ayer traje a casa el dinero para el viaje a Estados Unidos y se lo han llevado. Si no han sustraído la tele de plasma y demás artilugios electrónicos es porque les ha pillado la policía, aunque han huido en un súper BMW y no los han podido alcanzar.
-¡Menuda putada, Escuer! Si necesitáis cualquier cosa contad con nosotros. Un besazo para los dos e intentad tranquilizarlos.
A media tarde llamé como siempre a casa para ver cómo estaban los niños. Nadie cogía el teléfono, así que lo intenté de nuevo con el móvil de Ana.
-¡Hola, mamá!- gritó Diego -estamos en la piscina. Hace un calor horrible.
-Perfecto, cielo- contesté -Anda, pásale a Ana el télefono.
Pero la conversación se cortó. No, no es que me colgaran, es que al gracioso de mi hijo se le había caído el móvil a la piscina.
La mala leche y el ataque de nervios se estaba apoderando de mí. ¡Qué día!
Me acerqué a la sección de Juan Fran.
-Alonso, a Diego se le ha caído el móvil de Ana a la piscina. Tendremos que comprarle otro- susurré con tierna voz.
-Estoy harto. Cinturón y móvil.
-¿Qué dices?
-Que tu amado hijo ha roto en menos de tres meses el cinturón del coche y un móvil. Esta noche le abro la hucha y pago todos sus desperfectos.
Sigilosamente volví a mi sitio de trabajo.
-Emma- me sugirió Patricia al ver mi desesperación- desmonta el móvil se sécalo con el aire frío de un secador. Hay veces que funciona.
La miré un poco extrañada y agradecí su sugerencia.
Al llegar a casa, abrí las tripas del móvil y les di con el secador. Seguía sin funcionar. Diego me miraba atemorizado.
-Mamá, lo he hecho sin querer- musitó desde el fondo de la piscina.
-Ya me imagino, bonito. Pero es que no hay día que no hagas alguna trastada...
Le di a Ana mi móvil y empecé con la rutina: baños, cena y a la cama.
Durante más de una hora mis desesperantes retoños subieron y bajaron la escalera alegando que no tenían sueño, que querían agua, que les tapara, que les leyera otro cuento, que les diera un beso, que les diera un beso su padre, que ahora un abrazo, que tenían de nuevo sed, que...
-¡¡¡¡A dormir!!!!- grité como una loca- Como os vea de nuevo salir de la habitación os llevo a dormir al colegio. Os la estáis jugando.
A las once, cayeron agotados. Alonso estaba a punto de explotar.
-Qué pesados. Ya ni siquiera puedo ver mi serie. Hoy están para empaquetarlos y mandarlos unos días fuera.
No puede rebatir sus palabras.
A las doce, Diego apareció en el cuarto de estar.
-Mamá, me he despertado y no puedo dormir.
Ganó la batalla.
-Anda, túmbate aquí conmigo hasta que te venga el sueño.- comenté con dulce voz.
A la una, todos estaban dormidos.
Mañana será otro día... Y el móvil funcionó.
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