domingo, enero 11, 2009

La hora secreta

El sábado por la mañana me transformé durante un rato en una hortera: trabajé. A las cuatro llegué a casa y empecé a preparar unas masas de pizza para cenar junto a unos amigos por la noche.
Ding, dong. Stéphan, mi hijo adoptivo. Hola Emma, gritó y corrió escaleras abajo para jugar a los Gormitis con Diego y Álvaro.
Seguí amasando la masa.
Ding, dong. Alba y su padre. ¿Se pueden venir los niños con nosotros para que se tiren bolas de nieve? Tengo el jardín repleto, me explicó el padre.
Tras un grito, los niños descendieron trotando como caballos por las escaleras, les coloqué los aparejos de nieve (gorros, guantes...), cogieron los trineos y la casa se quedó en silencio.
Rematé la pizza y Alonso me retó a un partido de tenis en la Wii (¡qué vicio!).
Ding, dong. Barroso y sus hijas, Eva y Lucía.
¿Dónde están Diego y Álvaro? Ahora vendrán, se están deslizando en trineo con unos amigos.
Alonso y Barroso acapararon la Wii y empezaron a dar raquetazos.
Ding, dong. Conchi, la mujer de Barroso, que había venido en su coche porque por la noche debía ejercer de hortera (trabajar).
Ding, dong. Escuer, Montse y Stella.
¿Qué queréis tomar?, preguntó Alonso con sudor en la frente tras su último set.
Ding, dong. Diego, Álvaro, Stéphan y Alba. ¿Se pueden quedar a jugar a la Wii?, suplicó Diego. Claro, cómo no, exclamé, pero organizaros bien que también están Eva y Lucía.

En la planta baja seis niños jugaban a la Wii. En la intermedia, seis adultos tomábamos un aperitivo y Stella, la bebé, reptaba por el suelo. En la última planta, Lucas, el gato, se escondía de tanto barullo.
Emma, no te quejarás, tu plan perfecto: la casa invadida de niños, suspiró socarronamente Alonso. Y el resto, que le conocen, se rieron de él.
Dos infantes, Stéphan y Alba, nos abandonaron a las nueve y media. El resto cenamos las pizzas y continuamos con nuestras charlas.
22:22 ¡¡tiroritiritirriro!!..., suena un móvil. Montse se acerca a Escuer, se besan y sonríen. Todos nos miramos (salvo ellos, que se observan tiernamente). ¿Qué ocurre?, ¿es vuestro aniversario?, les interroga Barroso. No, contesta Montse con un poco de vergüenza, es algo nuestro... De eso, nada, bufa Barroso, suena el móvil, os dais un beso... Nos lo tenéis que explicar ahora mismo. Eso, eso, ratifico con la boca repleta de pizza. Vale, dice Montse, es que... es que... (¿qué intriga por Dios?, pienso entre mordisco y mordisco) es que es nuestra hora del beso. ¿Qué es eso de la hora del beso?, pregunto antes de atragantarme. Pues que todos los días a las 22:22 desde hace más de tres años nos damos un beso. Silencio. Miro a Alonso y le fusilo con los rayos de criptonita que salen de mis ojos.
Ay, Alonso, ya no nos queremos nada, suspiro al final de la noche, claro, tanto tiempo juntos... Tienes razón, me confiesa, ya no nos queremos nada pero ¿echamos una partidita de tenis a la Wii? Claro, corazón, grité como una adicta (a él y a la Wii, que conste).

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