viernes, enero 16, 2009

Una compra cualquiera

La sensación que tengo cuando entro en un supermercado es que me están controlando, vigilando con una cámara oculta, haciendo un experimento... Y es que no falla, siempre me ocurre. Inicio la compra con tranquilidad, lleno el carro o la cesta con los distintos productos y, atemorizada, me acerco a las cajas. ¿Qué me sucederá hoy?
Lo de esta tarde ha sido el colmo: la primera cola estaba abarrotada, en la segunda solo esperaba un mujer embarazada, me he puesto tras ella y me ha sorprendido que no llevara nada (¡qué manera de perder el tiempo!). A los cinco minutos, aparece por detrás una chica con un carro rebosante. "Oye, le dejas sitio para pasar que va conmigo", me suelta la tipa embarazada con cara de pocos amigos y bastante mala leche. Me muerdo la lengua e intento no enfadarme. "¡Que la dejes pasar!", grita sin un por favor. Le voy a dar con la cesta en la cabeza, amenaza mi neurona sádica. "Por lo menos podías tener un poco de educación ya que morro veo que no te falta" -le digo mientras me imagino como la harina de fuerza que llevo en mi cesta le estalla sobre su pelo. La dejo pasar porque está embarazada y yo sí que tengo educación (¡que para eso he ido a colegio de pago). Mi tentación de estamparle la cesta me incita a ir a otra caja con menos personal. Poco a poco la cola avanza hasta que una señora empieza a discutir con la cajera porque su tarjeta se había descodificado. "Señora, señora, no se enfade, que yo no tengo la culpa, llamaré al encargado", dice con excesiva calma la cajera. Mi compra descansa sobre la cinta transportadora, el tiempo pasa más lento que nunca y mis músculos tensan y modifican mi cara (cara cabreo). Viene el encargado, le explica qué debe hacer, a dónde acudir... Cuando por fin me toca a mí, la cajera se levanta tranquilamente (¡qué mujer más relajada!), sonríe y me dice: "un momento, ahora mismo viene mi compañera para sustituirme". De nuevo mi mente me imagina tirando huevos frescos sobre todas las cajeras, los encargados... Me intento relajar. Llega la cajera sustituta. Con más calma que la anterior coloca cada billete en su cajetín correspondiente, teclea su código de identificación... Mi mala leche produce que la vena del cuello se me hiche, mis ojos están rojos de ira, voy a saltar, a matar a todos... De nuevo, me intento relajar, pago y huyo con todas mis bolsas y mis instintos asesinos.
En el coche me enciendo un cigarro, bebo un poco del bote de coca-cola light, saco un espejito del bolso y busco por mi cara una señal, un mensaje, algo que me identifique como "la tonta de la cola". Aún no lo he encontrado, pero seguiré buscando.

PD. Si alguien se topa conmigo en el supermercado que huya y, sobre todo, que no se ponga en la misma cola que yo.

2 comentarios:

  1. Anónimo2:50 a. m.

    Tranquila hija,yo soy la experta en colas, muy largas siempre, en las que llego, por fin, al final y siempre me toca, el cambio de cajera, el ordenador que no funciona, el lector del código de barras que no lee, o, en eso soy especialista, la cajera que se sienta por primera vez frente la caja que siempre, inexorablemente, me dice "espere que voy a llamar, no sé cómo introducir los datos....". ¿Será un tema genético?

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  2. Vaya, madre, ¡menudo consuelo! Si es cuestión de genes estamos apañadas... je, je

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