5 de enero, el día antes del fin. Las energías de mi cuerpo prácticamente han desaparecido, el saldo de la visa, también y aún me quedan pequeños flecos que rematar: serpentinas, globos, las chuches, el carbón... Por suerte, Ana abre la puerta de casa. Casi me tiro a sus pies... ¡Qué ilusión verte! -grito con emoción- ¿qué tal te ha ido por Ecuador? Y siento mi liberación de la plancha, el aspirador, el friegaplatos... ¡Qué alivio!
Contenta y feliz de olvidarme de las tareas domésticas (¡menudo martirio!) opto por ir a... Ring, ring, suena el móvil. Hola, Emma -escucho desconcertada-, sé que hoy no pensabas venir a trabajar pero es que necesito por favor que hagas la portada del suplemento y... Y como una es súper responsable (¡ay, cuánto valgo!) corro al periódico para rematar la dichosa portada advirtiendo que rápidamente debía irme.
A las dos horas, como una loca a punto de atar, me voy a ver a mi abuela Mary para dejarle los regalos que había comprado. Vuelvo a casa nerviosa y sin tiempo para comer. ¡Chicos, nos vamos a la cabalgata con los tíos y las primas!, explico exhausta y soñando con descansar mientras ellos lo ven desde una balconada de la Castellana. ¡Ah, no, mamá! -se indigna Álvaro- este año vamos a la del distrito que así podemos coger caramelos... Mi cara se desencajó, pero como voy de madre sufridora, asentí, me coloqué la ropa de nieve (anorak, gorro noruego...) y cumplí sus órdenes.
A las cinco y media comenzó el proceso de congelación. Nos colocamos en la mediana que corta la calle y esperamos hasta el inicio de la cabalgata (la de los caramelos, claro). De pronto aparecieron varios amigos de Diego y Álvaro. Mis pies prácticamente estaban gangrenados pero mis brazos se multiplicaron por cuatro y al estilo pulpo iba sujetando con mis tentáculos a cada niño para evitar que lo atropellara un coche. Por fin, a las seis, cortaron el tráfico y empezó la cabalgata. El confeti volaba desde todas las carrozas, mi malhumor era incontrolable al ver que no aparecían por ningún lado los puñeteros caramelos y mi gangrena ya estaba alcanzando mis partes nobles. Por fin, los reyes magos nos bombardearon con cientos de caramelos. Álvaro se tiró al suelo y empezó a llenar su bolsa, Diego saltaba para capturar los caramelos voladores. Entre tanto jaleo un señor que estaba a mi espalda me empujo inocentemente sin saber mi estado de congelación, por suerte mis tentáculos repelieron el golpe, abrí los ojos y frente a mí vi ¡más caramelos!
Entramos en casa con un bolsón de caramelos (¡con lo cómodo que es comprarlos en una tienda!) y empezamos con los preparativos de la noche de reyes: agua, zanahorias y pan duro para los camellos; champán, roscón, las cartas y los zapatos para los reyes... Los nervios infantiles estaban desbordados. Álvaro se fue a soñar rápidamente con sus caramelos y con Baltasar. Diego, en cambio, se desveló con la emoción. A la una de la mañana comprobamos que todos dormían y realizamos el montaje de regalos. La tentación pudo con nuestro cansancio. Intentamos controlarnos con todas nuestras fuerzas, pero fue inevitable que nos pusiéramos a jugar con la Wii... Hasta las cuatro de la mañana dando raquetazos, tirando los bolos...
Álvaro saltó de la cama a las nueve, corrió a despertarnos a todos y bajamos a comprobar si sus Majestades los Reyes habían hecho una paradita en nuestro salón. Sí, estaba repleto de regalos y los niños reflejaban una felicidad inmensa en sus caras (¡qué momentazo, me encanta verles así!).
Después comenzó nuestro tradicional día de reyes: visita a mi abuela Mary donde nos reunimos con mi prima y su familia. Comida en casa de mi madre con mis hermanos, cuñada y sobrinas. Cena en casa con mis suegros...
Ahora tengo cara roscón, la nata está a punto de salirme por las orejas y mis energías (¿¿qué son energías??)...
PD: Debo decir que este año he sido muy buena y los reyes me han colmado de regalos: cámara rosa de fotos con 8 megapíxels, bolso de piel rojo, abrigo... ¡Y la Wiifit! (¿será una indirecta para que haga deporte y elimine mi cara de roscón con nata?)
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