A las siete y media de la tarde entré en casa arrastrando mi cansancio y mi ataque de alergia. Con un tímido hilo de voz pedí a mis hijos y a Javier, el amigo de Álvaro, que se portaran bien. Ellos también estaban agotados, sin fuerzas. ¿Por qué sería? Rebobinemos.
Mis planes del viernes ─jugar una hora al pádel, nadar unos cuantos metros, sesión de spa y un paseo con la Visa por los últimos días de las rebajas de invierno─ se esfumaron a primera hora de la mañana cuando Álvaro me miró con ojitos picarones y me rogó que fuera con ellos a Micrópolix.
El semáforo está a punto de ponerse verde y permitir la entrada de los niños |
Cumplí sus deseos y a la media hora vociferaba desde el micrófono del autobús a los niños de Segundo y Cuarto de Primaria para que se sentaran y esperaran a que les pusiéramos la pulsera de identificación y pase para Micrópolix. En total, 120 niños, cinco madres y un padre.
Dentro del recinto, los mayores gozaban de una total libertad de movimiento. Solo debíamos preocuparnos de los más pequeños: acompañarles a las actividades y no separarnos de ellos. La tarea parecía sencilla...
─Emma ─me comentó Cristina (8 años) al salir del plató de televisión donde se rodaba un telediario─, no encuentro ni a Paula ni a Sabela.
Los padres del AMPA |
Miré a Jesús (padre adulto) y sentí que nos transformábamos en unos dibujos de los Looney Tunes. Jesús contaba una y otra vez los niños: nueve, diez, once, doce....
─Nos falta el trece y el catorce ─exclamó tras comprobarlo cinco veces.
─Sí, faltan Paula y Sabela. Quédate con ellos, me voy a ver si las encuentro.
Recorrí la planta baja. Miré en las actividades que se estaban desarrollando: radio, supermercado, policía... Nada, allí no estaban.
Tomé el ascensor. Dos niños del colegio me miraron asustados.
─Emma, te han llamado por los altavoces, querían que alguien del Ampa acudiera a la sala de información.
Mi corazón botaba y rebotaba por todo mi cuerpo, mi glotis se empezó a cerrar y sentí que el aire no me llegaba a los pulmones.
Antes de desmayarme, apareció Gema (madre adulta).
─Tranquila, Emma, no te agobies, las niñas se han despistado pero ahora están en la actividad del crucero con el grupo de los chicos.
A las cuatro, después del recuento y tras comprobar que todos los niños estaban en el autobús, la sangre volvió a circular por mis venas... Y, al estilo Escarlata O'Hara, juré por Dios que nunca volvería a Micrópolix con 120 niños...
P. D.: Bueno, tal vez el año que viene incumpla mi juramento... "Quilosá", que diría mi abuela
¡Menuda jauría de niños! |
HEMEROTECA: MISIÓN MICRÓPOLIX (Hace dos años)