martes, abril 25, 2006
Mi más sentido pésame
A mi prima, gran amiga de sus amigas, le extrañó que aquel día su compañera Ana no acudiera a trabajar. Pasadas unas horas la llamó.
-Hola Ana, soy María. ¿Estás enferma?
-No, María, ha ocurrido algo peor. Anoche falleció mi abuela.
-Ay, cuánto lo siento.
-Muchas gracias. Ahora me voy al tanatorio a reunirme con mi familia.
-¿En qué sala está?
-En la veintiuno.
-Bueno, pues ahora mismo voy para allá y te doy un beso.
-Gracias, María.
Mi prima remató el trabajo que aún tenía pendiente y se fue en taxi al tanatorio. Al entrar en la sala 21 comprobó que allí no estaba su amiga. Un atento señor se levantó y se acercó a ella.
-Buenos días, señorita.
-Buenos días- contestó María- Mi más sentido pésame.
-Muchas gracias.
-Soy una compañera de trabajo de Ana.
-Ay, pues Ana aún no está aquí, pero estará a punto de llegar. Pase por favor. !Mercedes!- dijo el hombre a una mujer rota de dolor- ha venido una compañera de Ana.
La mujer se levantó y se abrazó a María.
-Gracias por venir- musitó mientras le caían dos lágrimas por las mejillas.- Acompáñame, por favor, a velar a mi marido.
María le miró extrañada. "Pero si yo vengo al funeral de la abuela de Ana, vamos, de una mujer y esta pobre señora llora por su difunto esposo" pensó mi prima. "Dios mío, ¿qué hago?".
-Hija, mira que cara de felicidad tiene mi marido. !Con todo lo que ha sufrido!- sollozó Mercedes.
-Disculpe, no la quiero ofender- balbuceó María- pero es que yo venía a dar el pésame a Ana Gálvez.
-¿Ana Gálvez?- contestó la mujer con cara intrigada- Mi hija se llama Ana Torres. Torres, igual que mi marido.
-Ay, pues lo siento mucho, pero creo que me he equivocado.
La mujer en ese momento se agarró al brazo de mi prima.
-Bueno, pues si no te importa te quedas un ratito conmigo. El hombre que te ha saludado al entrar es el novio de mi hija y no le soporto. Sin embargo, tú pareces una buena chica. Espera unos minutos hasta que lleguen más familiares.
María, atónita, acompañó a Mercedes durante más de media hora. En ese tiempo descubrió todas las aventuras y desventuras del pobre Manolo, así se llamaba el difunto.
Por fin pudo abandonar la sala 21. Cogió el móvil y llamó de nuevo a Ana.
-Ana, ¿dónde estás?- preguntó.
-En la sala 41.
María se acercó hasta la nueva sala. Abrazó a Ana que estaba esperándola en la puerta.
-Ana, siento mucho lo de tu abuela.
-Gracias, María.
-Estaba pensando en matarte, pero creo que éste no es el mejor momento. Da gracias de que tu abuela esté de cuerpo presente.
Ana la miró extrañada.
-María, ¿has bebido?- preguntó Ana súper intrigada.
-No, pero en cuanto abandone el tanatorio me voy a meter un lingotazo. !Si supieras lo que me ha pasado...!
lunes, abril 24, 2006
Visitantes nocturnos
Aquel día quisieron celebrar su amor. Una deliciosa cena en un lujoso restaurante de Madrid fue el inicio de su gran noche. Tras los primeros platos, pidieron un Moët-Chamdon, elevaron sus copas y unos segundos antes del brindis sonó el móvil de él.
-!Qué oportuno!- rugió Roberto mientras descolgaba- Sí, ¿quién es?
-Buenas noches, señor Peña, le llamo de Securitas Direct. Unos intrusos están robando en su casa. Por favor, acuda lo más rápido posible a su domicilio. La policía ya va en camino.
Pálido como la nieve pidió la cuenta. Miró a su esposa y con voz temblorosa le informó del suceso.
-Querida, nos están desvalijando la casa.
Roberto pisó el acelerador. Cada vez que cambiaba de marcha soltaba un insulto. Virginia le miraba perpleja y sorprendida ante la verborrea de tacos de su marido y decidió no echar más leña al fuego.
Su calle parecía la feria de Sevilla. Las luces azules de las patrullas de policía iluminaban cada adoquín y los vecinos se arremolinaban con sus linternas.
Roberto abandonó el coche y se coló entre los curiosos.
-¡Déjenme pasar! ¡Soy el propietario de la casa!
La policía al oír sus gritos le abrió paso.
-Buenas noches, señor. ¿Es usted el dueño de esta vivienda?- preguntó el policía mientras se cuadraba.
-Sí- contestó Roberto- ¿Qué ha ocurrido?
-Parece ser que dos ladrones se han colado en su casa. Nos han avisado los de la compañía de seguridad. Por favor, abra la puerta de su domicilio.
-Claro, claro, aquí tienen las llaves.
-Creo que no me ha entendido. Es usted quien debe abrir.
Virginia, presa de un ataque de nervios, abrazó a su marido.
Roberto se acercó hacia su vivienda escoltado por dos miembros del cuerpo de seguridad. Al llegar, los policías desenfundaron sus armas. "Me va a dar un ataque al corazón -pensaba Roberto- Ay, qué miedo".
Mediante señas los policías le indicaron que abriera la puerta. Roberto les miró aterrorizado, se agachó y sintió cómo los revólveres se asomaban por encima de sus hombros. Introdujo la llave y la giró con suavidad. Las piernas le temblaban. La policía entró a toda velocidad. Roberto decidió que aquel no era el mejor momento para demostrar su valentía. Se giró y corrió en dirección opuesta. Virginia le esperaba con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos.
-Ay, qué miedo he pasado- susurró Virginia, abrazándole.
-Aún no me lo creo. Estoy acojonado. Cuando he oído cómo desenfundaban sus armas casi me desmayo...- comentó Roberto para tranquilizarla.
Al cabo de una hora, salieron los policías y se acercaron a ellos.
-Señores, hemos recorrido toda la vivienda y no hemos localizado ningún intruso. De todas formas, sería conveniente que entrasen con nosotros para verificar qué les han sustraído y poder presentar la denuncia.
Aquella noche se fueron a dormir a casa de sus suegros. A la mañana siguiente convirtieron su casa en un fortín: rejas en cada ventana, vídeoportero, alarmas visibles, pistola y bate de béisbol debajo de la cama... Aun así los ladrones aparecieron tres veces más, pero ésa, ésa es otra historia.
Fernando Alonso
Domingo. Llueve. No podemos salir a la calle. Anoche acosté a los niños a las once con la esperanza de que esta mañana se levantaran más tarde, pero me equivoqué. A las ocho y media los dos brincaban por nuestra cama. Alonso, algo raro en él, ha mantenido la calma. A las doce se ha ido a comprar el pan y el aperitivo. Al llegar a casa ha comentado con una leve sonrisa.
-En breve comienza la carrera de Fernando Alonso. Quédate con los niños y así descanso un poco... Ten en cuenta que me he ido a comprar con ellos.
No he contestado. Él ha bajado tranquilamente al cuarto de estar y se ha concentrado en el inicio. Mientras, he preparado un jugoso aperitivo: salchichón de Teruel, patatas fritas "La Azucena", aceitunas, quesos...
-¿Chicos venís a ver cómo corre Alonso?- pregunté con voz dulce.
-!Síiii!- gritaron los dos a la vez.
Cuando mi marido nos vio entrar se le petrificó la cara.
-Oye, yo quiero ver la competición. ¿No estábais jugando al parchís?- preguntó con cara de malhumor.
-Cielo- contesté finamente- ya sabes que la familia es lo más importante. Y qué mejor que compartir un delicioso aperitivo de domingo mientras vemos todos juntos cómo pilota Fernando Alonso.
-Pues a mí se me ocurren otras ideas...
-Venga, corazón, mira qué escena más bonita.
-Sí, Emma, es ideal: Álvaro está saltando de sofá a sofá y no me deja ver los detalles de la carrera, Diego no para de gritar a su hermano y yo estoy a punto de pegar tres gritos, pero, si tú lo dices, esto es maravilloso.
-Hijo, siempre te estás quejando -espeté mientras me comía una patata frita.
En cuestión de minutos desapareció el aperitivo.
-Bueno, me voy a preparar la comida -dije a mi amado marido.
-Vale, si quieres te ayudo.
-No, déjalo.
Al irme noté su sonrisa. "Claro- pensé- se cree que los niños van a comer en la cocina y así podrá ver él tranquilamente la carrera".
-!!Emma!!- gritó Alonso al verme entrar en el cuarto de estar con la bandeja.
-!Mamá, eres fantástica!- gritaron Diego y Álvaro- !Qué suerte, hoy nos dejas comer aquí.
-Claro, queridos, así compartimos con papá este momento tan inolvidable -contesté guiñándole un ojo a Juan Fran.
Alonso rió y aguantó el tipo. Fernando quedó segundo.
-En breve comienza la carrera de Fernando Alonso. Quédate con los niños y así descanso un poco... Ten en cuenta que me he ido a comprar con ellos.
No he contestado. Él ha bajado tranquilamente al cuarto de estar y se ha concentrado en el inicio. Mientras, he preparado un jugoso aperitivo: salchichón de Teruel, patatas fritas "La Azucena", aceitunas, quesos...
-¿Chicos venís a ver cómo corre Alonso?- pregunté con voz dulce.
-!Síiii!- gritaron los dos a la vez.
Cuando mi marido nos vio entrar se le petrificó la cara.
-Oye, yo quiero ver la competición. ¿No estábais jugando al parchís?- preguntó con cara de malhumor.
-Cielo- contesté finamente- ya sabes que la familia es lo más importante. Y qué mejor que compartir un delicioso aperitivo de domingo mientras vemos todos juntos cómo pilota Fernando Alonso.
-Pues a mí se me ocurren otras ideas...
-Venga, corazón, mira qué escena más bonita.
-Sí, Emma, es ideal: Álvaro está saltando de sofá a sofá y no me deja ver los detalles de la carrera, Diego no para de gritar a su hermano y yo estoy a punto de pegar tres gritos, pero, si tú lo dices, esto es maravilloso.
-Hijo, siempre te estás quejando -espeté mientras me comía una patata frita.
En cuestión de minutos desapareció el aperitivo.
-Bueno, me voy a preparar la comida -dije a mi amado marido.
-Vale, si quieres te ayudo.
-No, déjalo.
Al irme noté su sonrisa. "Claro- pensé- se cree que los niños van a comer en la cocina y así podrá ver él tranquilamente la carrera".
-!!Emma!!- gritó Alonso al verme entrar en el cuarto de estar con la bandeja.
-!Mamá, eres fantástica!- gritaron Diego y Álvaro- !Qué suerte, hoy nos dejas comer aquí.
-Claro, queridos, así compartimos con papá este momento tan inolvidable -contesté guiñándole un ojo a Juan Fran.
Alonso rió y aguantó el tipo. Fernando quedó segundo.
martes, abril 18, 2006
De árbol en árbol
La Semana Santa reúne a lo más loco de la familia y cada año intentamos superar las locuras del año anterior. Estas vacaciones nos hemos pasado.
A primera hora de la mañana del miércoles partimos rumbo a Cercedilla mi madre, Juan Fran, Pepe, Diego y yo. Llegamos al recinto de multiaventura y la adrenalina empezó a dispararse. Un monitor, después de ponernos los arneses, nos explicó las reglas para poder ir por los árboles. De cada arnés colgaban dos mosquetones y una polea para deslizarse por las tirolinas. Tras media hora abriendo y cerrando mosquetones nos lanzamos al circuito infantil y, una vez superado, al de explorador.
Diego nos abría paso. Con sólo seis años tenía una agilidad pasmosa. Mientras, mi madre y yo, luchábamos para no pillarnos los dedos.
-Mamá, deja la mochila en el coche- grité antes de subir.
-Que no, que yo tengo muchas cosas y no pasa nada porque la lleve- contestó toda indignada.
-!Diego, cuidado!- aullé al ver como se deslizaba por una tirolina situada treinta metros por encima del suelo.
-Mamá, qué pesada eres. Esto es fantástico- contestó mientras gritaba como Tarzán.
Poco a poco le fuimos cogiendo el tranquillo. Trepamos por cuerdas, nos metimos por bidones, nos lanzamos por tirolinas, chocamos contra las colchonetas de seguridad...
El drama sucedió en la liana. En principio no tenía mucha complicación: había que saltar desde un árbol a otro sentado en una pequeña tabla que estaba al final de la liana.
Diego lo pasó a toda velocidad. Yo, acompañada de mis gritos histéricos, también. Era el turno de mi madre.
-Mamá, siéntate en la tabla.- ordené desde mi atalaya.
-Emma, eres pesadísima- gritó mientras se lanzaba al vacío sin aposentar el culo en la tabla.
Volaba como una patata lanzada por un cañón.
"CATAPLOF, PLOF, PLOF", sonó en medio del pinar.
Mi madre se había estampado contra la plataforma.
-!!Mamá!!- grité entre risas histéricas
-Ay, ay, ay- gemía mi madre mientras retumbaba contra la plataforma- Ayúdame, no puedo subir. Ay, qué tortazo.
-Mamá, no puedo- logré decir en medio de mi ataque de risa.
Allí estaba mi pobre madre colgada de una liana, dando vueltas por el aire y sin que yo pudiera hacer nada.
Cuarenta metros por debajo vi como dos monitores corrían hacia nosotras.
-¿Qué ha pasado?, ¿se encuentra bien?- preguntaron con cara de preocupación.
-Pues no, no estoy bien- contestó mi madre presa de otro ataque de risa- Por favor, bajadme de aquí.
-Huy, eso no va a poder ser. Tiraremos de la liana, la pondremos en el punto de partida y tendrá que volver a saltar.
-No, no, no... Yo eso no lo puedo hacer. Le he cogido miedo. !!!Bájenme de aquí!!!
-Señora, tiene que intentarlo.
En ese momento noté como se me escapaba el pis. El ataque de risa era incontrolable.
Al final acercaron a mi madre hasta la plataforma y la lanzaron dulcemente hasta donde yo estaba.
-Venga, mamá, levanta los pies.
-Emma, que no puedo, que me roto la cintura.
-Calla, mamá, que no puedo aguantar la risa. Venga, inténtalo.
Mi madre sacó fuerzas de algún sitio y levantó un pie hasta la plataforma. Me abalancé sobre su pie y tiré de ella. Al final superó la prueba.
-Emma, qué tortazo. No me puedo mover- dijo con lágrimas en los ojos.
-Venga, tranquila, sólo nos quedan dos tirolinas.
-!!Mamá!!, !!suegra!!, ¿estás bien?- gritaron Pepe y Juan Fran desde su circuito de profesional.
-!Nooooo!- contestó mientras se acariciaba su lesionada cintura.
-Vamos, mamá, tenemos que salir de aquí- supliqué con cara de pena.
Después de mucho sufrir, llegó a una plataforma que estaba a solo un metro de altura. Pepe y Juan Fran la estaban esperando.
-Mamá, bájate aquí- comentó Pepe- Dame la mano y te ayudo a bajar.
-Pepe, no seas pesado, estoy bien. Bajo yo sola.
Pegó un brinco y CRAC,CRAC retumbó de nuevo en el pinar.
-Ay, ay, ay- gritó mi madre- me acabo de hacer una rotura fibrilar. Ay, ay, ay. Seguid vosotros yo espero abajo. No sufráis por mí, disfrutad saltando de árbol en árbol, es maravilloso. Os lo digo en serio.
Mi madre se fue con paso lento, arrastrando la pierna del tirón y sujetando la cintura que se había chocado contra el árbol.
Ahí no terminó la aventura. Esa noche me tuve que ir con ella a urgencias porque no podía apoyar la pierna. Diagnótico: Rotura fibrilar. Tratamiento: Ibuprofeno, calor seco y reposo. Pero ahí no terminó todo. El viernes volvimos a urgencias. "Emma, no puedo respirar, no puedo tumbarme, estoy fatal", me comentó mi madre con lágrimas en los ojos. Diagnóstico: contusión por golpe. La radiografía no muestra rotura de costillas. Tratamiento: Relajante muscular, calor seco y reposo.
Resumen de lesiones:
Mi madre: rotura de ligamentos, varias contusiones y múltiples agujetas.
Juan Fran: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Pepe: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Emma: leves agujetas.
Diego: el mejor, ni siquiera tuvo agujetas.
A primera hora de la mañana del miércoles partimos rumbo a Cercedilla mi madre, Juan Fran, Pepe, Diego y yo. Llegamos al recinto de multiaventura y la adrenalina empezó a dispararse. Un monitor, después de ponernos los arneses, nos explicó las reglas para poder ir por los árboles. De cada arnés colgaban dos mosquetones y una polea para deslizarse por las tirolinas. Tras media hora abriendo y cerrando mosquetones nos lanzamos al circuito infantil y, una vez superado, al de explorador.
Diego nos abría paso. Con sólo seis años tenía una agilidad pasmosa. Mientras, mi madre y yo, luchábamos para no pillarnos los dedos.
-Mamá, deja la mochila en el coche- grité antes de subir.
-Que no, que yo tengo muchas cosas y no pasa nada porque la lleve- contestó toda indignada.
-!Diego, cuidado!- aullé al ver como se deslizaba por una tirolina situada treinta metros por encima del suelo.
-Mamá, qué pesada eres. Esto es fantástico- contestó mientras gritaba como Tarzán.
Poco a poco le fuimos cogiendo el tranquillo. Trepamos por cuerdas, nos metimos por bidones, nos lanzamos por tirolinas, chocamos contra las colchonetas de seguridad...
El drama sucedió en la liana. En principio no tenía mucha complicación: había que saltar desde un árbol a otro sentado en una pequeña tabla que estaba al final de la liana.
Diego lo pasó a toda velocidad. Yo, acompañada de mis gritos histéricos, también. Era el turno de mi madre.
-Mamá, siéntate en la tabla.- ordené desde mi atalaya.
-Emma, eres pesadísima- gritó mientras se lanzaba al vacío sin aposentar el culo en la tabla.
Volaba como una patata lanzada por un cañón.
"CATAPLOF, PLOF, PLOF", sonó en medio del pinar.
Mi madre se había estampado contra la plataforma.
-!!Mamá!!- grité entre risas histéricas
-Ay, ay, ay- gemía mi madre mientras retumbaba contra la plataforma- Ayúdame, no puedo subir. Ay, qué tortazo.
-Mamá, no puedo- logré decir en medio de mi ataque de risa.
Allí estaba mi pobre madre colgada de una liana, dando vueltas por el aire y sin que yo pudiera hacer nada.
Cuarenta metros por debajo vi como dos monitores corrían hacia nosotras.
-¿Qué ha pasado?, ¿se encuentra bien?- preguntaron con cara de preocupación.
-Pues no, no estoy bien- contestó mi madre presa de otro ataque de risa- Por favor, bajadme de aquí.
-Huy, eso no va a poder ser. Tiraremos de la liana, la pondremos en el punto de partida y tendrá que volver a saltar.
-No, no, no... Yo eso no lo puedo hacer. Le he cogido miedo. !!!Bájenme de aquí!!!
-Señora, tiene que intentarlo.
En ese momento noté como se me escapaba el pis. El ataque de risa era incontrolable.
Al final acercaron a mi madre hasta la plataforma y la lanzaron dulcemente hasta donde yo estaba.
-Venga, mamá, levanta los pies.
-Emma, que no puedo, que me roto la cintura.
-Calla, mamá, que no puedo aguantar la risa. Venga, inténtalo.
Mi madre sacó fuerzas de algún sitio y levantó un pie hasta la plataforma. Me abalancé sobre su pie y tiré de ella. Al final superó la prueba.
-Emma, qué tortazo. No me puedo mover- dijo con lágrimas en los ojos.
-Venga, tranquila, sólo nos quedan dos tirolinas.
-!!Mamá!!, !!suegra!!, ¿estás bien?- gritaron Pepe y Juan Fran desde su circuito de profesional.
-!Nooooo!- contestó mientras se acariciaba su lesionada cintura.
-Vamos, mamá, tenemos que salir de aquí- supliqué con cara de pena.
Después de mucho sufrir, llegó a una plataforma que estaba a solo un metro de altura. Pepe y Juan Fran la estaban esperando.
-Mamá, bájate aquí- comentó Pepe- Dame la mano y te ayudo a bajar.
-Pepe, no seas pesado, estoy bien. Bajo yo sola.
Pegó un brinco y CRAC,CRAC retumbó de nuevo en el pinar.
-Ay, ay, ay- gritó mi madre- me acabo de hacer una rotura fibrilar. Ay, ay, ay. Seguid vosotros yo espero abajo. No sufráis por mí, disfrutad saltando de árbol en árbol, es maravilloso. Os lo digo en serio.
Mi madre se fue con paso lento, arrastrando la pierna del tirón y sujetando la cintura que se había chocado contra el árbol.
Ahí no terminó la aventura. Esa noche me tuve que ir con ella a urgencias porque no podía apoyar la pierna. Diagnótico: Rotura fibrilar. Tratamiento: Ibuprofeno, calor seco y reposo. Pero ahí no terminó todo. El viernes volvimos a urgencias. "Emma, no puedo respirar, no puedo tumbarme, estoy fatal", me comentó mi madre con lágrimas en los ojos. Diagnóstico: contusión por golpe. La radiografía no muestra rotura de costillas. Tratamiento: Relajante muscular, calor seco y reposo.
Resumen de lesiones:
Mi madre: rotura de ligamentos, varias contusiones y múltiples agujetas.
Juan Fran: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Pepe: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Emma: leves agujetas.
Diego: el mejor, ni siquiera tuvo agujetas.
miércoles, abril 05, 2006
Atrapado
Como en "Días de furia", la ira se fue gestando desde primera hora de la mañana.
Mi esposo (en estos momentos no considero que sea "mi amado esposo") no tuvo que ir a trabajar y me acompañó a IKEA para ver unas cuantas cosas que debíamos comprar. "Venir a Ikea es una tortura. No entiendo cómo te puede gustar. Emma, estoy agotado", refunfuñó durante todo el camino. A las cinco decidió ir a buscar a Diego al colegio. Y allí comenzó la batalla, Diego se quería quedar jugando con su amigo Alejandro e incluso le invitó a casa. A Alonso se le pusieron los pelos como escarpias al oírlo, menos mal que la madre de Alejandro se percató y rehuyó la invitación.
Después de la merienda se llevó (puntazo de padre) a los dos retoños al parque. Le torearon de lo lindo: se colaron en una obra y casi se caen a la piscina en construcción y corretearon mientras su padre les perseguía preso de un ataque de nervios.
-!A casa ahora mismo y hoy estáis castigados sin televisión!- gritó Alonso para imponerse un poco.
Cuando llegué a casa la situación era perfecta.
-!Papá, tonto, punto rojo!- vociferó Álvaro.
Detrás de él, Diego lloraba porque su padre le había castigado.
Tiré el bolso en el primer sofá que encontré y me puse la careta de psicoanalista.
-A ver, ¿qué ocurre?- pregunté al trío fantástico.
-Mira, Emma, esto no hay quien lo soporte, se han portado fatal. Diego se ha metido en una obra, se ha ido corriendo por el parque y...
Diego cortó a su padre.
-Mamá, eso es mentira, sí que le he hecho caso es que...
Álvaro paró en seco a su hermano.
-!Papá, tonto, punto rojo!
La bomba de relojería estaba a punto de estallar. Tomé una rápida decisión.
-Diego, como estás castigado sin tele, nos vamos a ir a la peluquería y así te cortan el pelo. Y, si os portáis muy bien, al salir os compro una chuchería.- sugerí mientras escuchaba el tic-tac de la bomba.
Salimos en plan familia Telerín. En la peluquería nos dijeron que debíamos esperar una hora.
-Otra vez será- dije observando las melenas de Diego. -Venga, chicos, vamos a recoger unos cuadros que dejé el otro día para que los enmarcaran.
Parecía que las aguas habían vuelto a la calma. Después de todas la gestiones, volvimos a casa.
Dos minutos antes de aparcar, Diego empezó a dar brincos e intentó quitarse el cinturón de seguridad.
-!Diego, o te estás quieto o paro el coche y te dejo tirado en la calle!
-Mamá, es que...- contestó con voz temblorosa.
-Ni es que, ni nada, que te estés quieto.
Bajamos del coche y al sacar a los niños nos percatamos del horror. Diego se había quedado atrapado en el coche. No sé cómo lo hizo. El cinturón rodeaba toda su cintura, estaba bloquedo y no había manera de que se moviera.
-!Joder!- gritó Alonso.
A mí me entró el ataque de risa (por un lado porque la situación era cómica y, por otro, porque si Alonso había dicho un taco es que el cabreo que tenía era monumental).
Después de quince minutos, Diego empezó a llorar.
-A ver, estate tranquilo. Te voy a quitar los pantalones para intentar sacarte desde arriba- dije con voz calmada.
-Mamá, que me estoy ahogando.
Alonso con la rabia saliéndole por los ojos cogió a Álvaro, me lanzó una mirada asesina y gritó.
-!Estoy harto! Ahora el niño me ha roto el coche. Yo me voy a casa, tú verás lo que haces, pero si dependiera de mí se quedaba ahí toda la noche atado. Además, no sé de que cojones te ríes. Y encima vas y le haces fotos como si esto fuera un circo. Me voy a casa. Allá vosotros. !Menuda tardecita!
En medio de todo el espectáculo, apareció una vecina y nos miró con cara extrañada al ver como girábamos sin parar alrededor del coche.
-Buenas tardes- comenté con gran educación. -No te asustes, es que Diego se ha quedado aprisionado en el coche y no le podemos bajar.
Ella, con los ojos como platos, se acercó a ver el espectáculo.
-Pero, Diego, corazón, ¿qué te ha pasado?- preguntó dulcemente.
-No sé- contestó Diego entre sollozos- pero estoy atrapado.
Entre las dos hicimos miles de combinaciones para intentar liberarlo, pero no había manera.
Al cabo de un rato vino Alonso.
-Toma, Emma- dijo con voz seca.
Me entregó unas tijeras y huyó a casa.
Intentamos de nuevo desatascar el cinturón. Imposible. No iba ni para delante, ni para detrás. Había que tomar una drástica solución: cortar el cinturón. Me costó decidirme pero al ver la cara del pobre Diego, cogí las tijeras y corté el cinturón.
-!Gracias, mamá, me has liberado!- dijo con voz temblorosa.
Agradecí a mi vecina su inestimable ayuda y me despedí de ella.
-Diego, cuando cuentes esto en el colegio no se lo van a creer. Ahora entra corriendo en casa, dúchate, ponte el pijama y pórtate de maravilla. Tu padre está que trina.
Rápidamente ejercí de madre a tiempo completo: les bañé, les di la cena, les leí el cuento y les acosté.
Bajé al cuarto de estar. Alonso tenía una cara de mosqueo impresionante.
-Alonso, tampoco es para ponerse así.
-No fastidies, Emma. A ver por cuánto nos sale la gracia del coche.
-Bueno, el peque no lo ha hecho con mala intención.
-!Sólo faltaba!
-Vale ya, te estás pasando.
-Emma, tengo que hablar seriamente contigo.
En ese momento noté como nuestra pareja se iba a pique. Seguro que quería que nos separaramos o tal vez me fuera a contar alguna infidelidad o...
-Estoy pensando en ir al psicólogo.
-¿Qué?- pregunté perpleja.
-Sí, en serio, es que hay veces que los niños me sacan de mis casillas. Bueno, los niños y tú.
-¿Yo?
-Pues claro, tú ves normal que con todo lo que ha ocurrido a ti te dé un ataque de risa y encima te vayas a por la cámara para hacer fotos.
-Alonso, hay que tener sentido del humor. ¿Qué querías que hiciera?
Por fin comenzó a sonreír.
-Bueno, perdona, mi mala leche. Intentaré ser más positivo.
-Eso espero, Alonso. Esta noche te daré un premio.
Unos gritos se oyeron desde la habitación.
-!Mamá!- vociferó Diego -Álvaro ha tirado el vaso de agua en la cama.
-Me voy a dormir- rugió Alonso -no aguanto más.
Mi esposo (en estos momentos no considero que sea "mi amado esposo") no tuvo que ir a trabajar y me acompañó a IKEA para ver unas cuantas cosas que debíamos comprar. "Venir a Ikea es una tortura. No entiendo cómo te puede gustar. Emma, estoy agotado", refunfuñó durante todo el camino. A las cinco decidió ir a buscar a Diego al colegio. Y allí comenzó la batalla, Diego se quería quedar jugando con su amigo Alejandro e incluso le invitó a casa. A Alonso se le pusieron los pelos como escarpias al oírlo, menos mal que la madre de Alejandro se percató y rehuyó la invitación.
Después de la merienda se llevó (puntazo de padre) a los dos retoños al parque. Le torearon de lo lindo: se colaron en una obra y casi se caen a la piscina en construcción y corretearon mientras su padre les perseguía preso de un ataque de nervios.
-!A casa ahora mismo y hoy estáis castigados sin televisión!- gritó Alonso para imponerse un poco.
Cuando llegué a casa la situación era perfecta.
-!Papá, tonto, punto rojo!- vociferó Álvaro.
Detrás de él, Diego lloraba porque su padre le había castigado.
Tiré el bolso en el primer sofá que encontré y me puse la careta de psicoanalista.
-A ver, ¿qué ocurre?- pregunté al trío fantástico.
-Mira, Emma, esto no hay quien lo soporte, se han portado fatal. Diego se ha metido en una obra, se ha ido corriendo por el parque y...
Diego cortó a su padre.
-Mamá, eso es mentira, sí que le he hecho caso es que...
Álvaro paró en seco a su hermano.
-!Papá, tonto, punto rojo!
La bomba de relojería estaba a punto de estallar. Tomé una rápida decisión.
-Diego, como estás castigado sin tele, nos vamos a ir a la peluquería y así te cortan el pelo. Y, si os portáis muy bien, al salir os compro una chuchería.- sugerí mientras escuchaba el tic-tac de la bomba.
Salimos en plan familia Telerín. En la peluquería nos dijeron que debíamos esperar una hora.
-Otra vez será- dije observando las melenas de Diego. -Venga, chicos, vamos a recoger unos cuadros que dejé el otro día para que los enmarcaran.
Parecía que las aguas habían vuelto a la calma. Después de todas la gestiones, volvimos a casa.
Dos minutos antes de aparcar, Diego empezó a dar brincos e intentó quitarse el cinturón de seguridad.
-!Diego, o te estás quieto o paro el coche y te dejo tirado en la calle!
-Mamá, es que...- contestó con voz temblorosa.
-Ni es que, ni nada, que te estés quieto.
Bajamos del coche y al sacar a los niños nos percatamos del horror. Diego se había quedado atrapado en el coche. No sé cómo lo hizo. El cinturón rodeaba toda su cintura, estaba bloquedo y no había manera de que se moviera.
-!Joder!- gritó Alonso.
A mí me entró el ataque de risa (por un lado porque la situación era cómica y, por otro, porque si Alonso había dicho un taco es que el cabreo que tenía era monumental).
Después de quince minutos, Diego empezó a llorar.
-A ver, estate tranquilo. Te voy a quitar los pantalones para intentar sacarte desde arriba- dije con voz calmada.
-Mamá, que me estoy ahogando.
Alonso con la rabia saliéndole por los ojos cogió a Álvaro, me lanzó una mirada asesina y gritó.
-!Estoy harto! Ahora el niño me ha roto el coche. Yo me voy a casa, tú verás lo que haces, pero si dependiera de mí se quedaba ahí toda la noche atado. Además, no sé de que cojones te ríes. Y encima vas y le haces fotos como si esto fuera un circo. Me voy a casa. Allá vosotros. !Menuda tardecita!
En medio de todo el espectáculo, apareció una vecina y nos miró con cara extrañada al ver como girábamos sin parar alrededor del coche.
-Buenas tardes- comenté con gran educación. -No te asustes, es que Diego se ha quedado aprisionado en el coche y no le podemos bajar.
Ella, con los ojos como platos, se acercó a ver el espectáculo.
-Pero, Diego, corazón, ¿qué te ha pasado?- preguntó dulcemente.
-No sé- contestó Diego entre sollozos- pero estoy atrapado.
Entre las dos hicimos miles de combinaciones para intentar liberarlo, pero no había manera.
Al cabo de un rato vino Alonso.
-Toma, Emma- dijo con voz seca.
Me entregó unas tijeras y huyó a casa.
Intentamos de nuevo desatascar el cinturón. Imposible. No iba ni para delante, ni para detrás. Había que tomar una drástica solución: cortar el cinturón. Me costó decidirme pero al ver la cara del pobre Diego, cogí las tijeras y corté el cinturón.
-!Gracias, mamá, me has liberado!- dijo con voz temblorosa.
Agradecí a mi vecina su inestimable ayuda y me despedí de ella.
-Diego, cuando cuentes esto en el colegio no se lo van a creer. Ahora entra corriendo en casa, dúchate, ponte el pijama y pórtate de maravilla. Tu padre está que trina.
Rápidamente ejercí de madre a tiempo completo: les bañé, les di la cena, les leí el cuento y les acosté.
Bajé al cuarto de estar. Alonso tenía una cara de mosqueo impresionante.
-Alonso, tampoco es para ponerse así.
-No fastidies, Emma. A ver por cuánto nos sale la gracia del coche.
-Bueno, el peque no lo ha hecho con mala intención.
-!Sólo faltaba!
-Vale ya, te estás pasando.
-Emma, tengo que hablar seriamente contigo.
En ese momento noté como nuestra pareja se iba a pique. Seguro que quería que nos separaramos o tal vez me fuera a contar alguna infidelidad o...
-Estoy pensando en ir al psicólogo.
-¿Qué?- pregunté perpleja.
-Sí, en serio, es que hay veces que los niños me sacan de mis casillas. Bueno, los niños y tú.
-¿Yo?
-Pues claro, tú ves normal que con todo lo que ha ocurrido a ti te dé un ataque de risa y encima te vayas a por la cámara para hacer fotos.
-Alonso, hay que tener sentido del humor. ¿Qué querías que hiciera?
Por fin comenzó a sonreír.
-Bueno, perdona, mi mala leche. Intentaré ser más positivo.
-Eso espero, Alonso. Esta noche te daré un premio.
Unos gritos se oyeron desde la habitación.
-!Mamá!- vociferó Diego -Álvaro ha tirado el vaso de agua en la cama.
-Me voy a dormir- rugió Alonso -no aguanto más.
martes, abril 04, 2006
Padre ejemplar
Mi marido ha ganado puntos para el cielo y yo, para el divorcio.
Este fin de semana me tocó trabajar, lo que implica que ejerce de padre a tiempo completo.
El sábado por la mañana se llevó a los niños al parque y los soltó sin previo aviso para que desfogaran toda su energía. A las dos pasaron a buscarme, cogimos unas hamburguesas en el Burguer, -porque regalaban el ratón de Ice Age, no porque les gusten las hamburguesas- y nosotros nos tomamos un kebab. Me depositaron de nuevo en el periódico y se fueron a casa. Mediante complejas artimañas, mi marido consiguió que Álvaro se durmiera la siesta y a Diego le enchufó una película en vena. Así que pudo descansar de lo lindo. Al cabo de dos horas, llegué a casa.
Por supuesto los niños no habían merendado (!cielo, te estaban esperando!) y la casa estaba totalmente descolocada (!amor, no te quejes, llevo todo el día con los niños!).
Aún no sé cómo, pero me contuve. Guardé mi ira interior en la caja de Pandora, pero mi mente iba a mil por hora. "Manda huevos, está cuatro horas con los niños y no es capaz de mantener colocada la casa. Bueno, ni cuatro horas, porque dos de ellas han estado dormidos o viendo la tele. Emma, contente, que te conozco. Pues menos mal que yo no viajo, porque si fuera así se tiraría por un barranco...". Mi mente seguía a su rollo, así que decidí que era hora de salir de casa.
-Niños, al parque- grité para desahogar un poco mi mala leche.
Al instante estaban todos preparados.
-Uff, Emma, tengo fatal las cervicales- musitó Alonso con cara de pena.
-Ay, cielo, pobrecito- contesté con voz dulce- será por haber estado tanto tiempo con lo niños. Anda quédate en casa y descansa.
-No, voy con vosotros- dijo tan contento y sin percibir mi mal humor.
Fue pisar la calle y volvió mi buen humor. Serán las locas hormonas, pensó mi mente, que tiene vida propia.
-Tres helados de frambuesa, dos en tarrina y uno en cucurucho, y un helado de limón.- pedí en la heladería.
-Hasta los niños toman el mismo helado que tú. !Cómo te quieren!- comentó Alonso con recochineo.
-Por qué será, por qué será...- respondí en tono burlón.
Sonó el móvil. Era Blanca. Estaba por la zona y había pensado acercarse al parque para que nos viéramos.
-Perfecto, te esperamos en los columpios- dije emocionada.
Fue una pena que no me llevara la cámara de vídeo (la verdad es que no tengo cámara de vídeo, pero me concedo esta licencia literaria). Diego y Álvaro descubrieron un original juego: tirar arena a su padre y María, la hija de Blanca, se percató de que Juan Fran era una buena sujeción para no caerse con los patines.
Blanca y yo cotorreábamos mientras nos fumábamos tranquilamente un cigarro y Alonso batallaba a duras penas con las tres fieras.
-Pobre, va a terminar agotado- sugirió Blanca.
-Chica, no te preocupes, a él le encanta- Y me dio un ataque de risa.
-Qué mala eres.
Nos giramos y contemplamos es espectáculo. María estaba a punto de arrancarle un brazo porque no dominaba el giro de los patines, Diego colgaba de su cuello y Álvaro le mordía la pierna y gritaba !papá, tonto, papá, tonto! Debajo de todo ese embrollo estaba Juan Fran. Levantó la cabeza y me fulminó con la mirada.
-Cielo, un momentito, en cuanto me acabe el cigarro te libero- susurré con dulzura.
-Te recuerdo que hoy juegan el Madrid-Barça, así que en cuanto me quites a esta fieras de encima yo me voy a casa.- vociferó en el parque.
-Claro, claro- asintió todo el género masculino que se encontraba en el parque.
-No sufras, amor, no sufras- contesté dando una larga calada.
domingo, abril 02, 2006
Campanadas a medianoche
A las siete empecé con los preparativos: baño de sales y espuma, cremas hidratantes, laca, perfilador de ojos, rímel, sombras, pinta labios y, cuando acabé con la reconstrucción facial, me lancé a decorar mi cuerpo: bragas rojas, medias de cristal -ningún tío se imagina lo complicado que es ponerse unas medias que te han costado 18 euros porque te alisan la tripa, te suben el culo y contornean mejor las pantorrillas, sin hacerse una carrera o un enganchón-, zapatos de tacón y un fantástico traje de fiesta. Ya estoy preparada, lista para el primer examen.
-!Qué guapa!, !ven aquí que te voy a dar un achuchón!- dijo el gracioso de mi marido.
-!Ni se te ocurra! !No ves que me acabo de pintar y que llevo el pelo monísimo!, !olvídate, no me toques! Vamos, llevo tres horas metida en el baño...
-Pues a ver si un día cuando te arregles se te olvida en el cajón la mala leche, bonita.
-Ay, no te pongas así que ya sabes que cuando me preparo para una fiesta me pongo muy nerviosa. Bueno, ¿te gusto?
-Que sí, pesada, que estás muy guapa.
-Anda, ven aquí que llevas torcida la corbata. ¿Te has puesto los calzoncillos rojos?.
-Huy, se me han olvidado.
-Pues ya sabes lo que tienes que hacer. ¿Dónde están los niños?
-Me imagino que abajo.
Bajé con mis taconazos por la escalera y estuve a punto de caerme.
-!Mierda!- grité.
-Mamá, eso no se dice- comentó Diego.
-Vale, anda que los Alonso estáis hoy encantadores. Venga, chicos, subid que nos vamos.
Al verles casi me da un pasmo. Una hora antes los había dejado todos monos y ahora estaban como recién salidos del basurero.
-Peques, sois la leche. Yo no sé para qué me preocupo en poneros guapos. Abrocharos las chaquetas para que no se vean esos lamparones y recordad: aunque haga cincuenta grados no os la podéis desabrochar. ¿Entendido?
-Síii- asintieron.
La fiesta fue en casa de mi hermano. Todo estaba delicioso: el aperitivo, los langostinos, los centollos, el caviar (!ojito!, del bueno!) y, como no, el champán.
Los nervios empezaron a cerrarme el estómago. Faltaban seis minutos para el gran momento. Nos pusimos todos a gritar.
-!Coged las uvas!- ordenó mi hermano.
-!Hay que subirse a una silla!- gritó Concha.
-!Y poner algo de oro en la copa de champán!- continuó mi madre.
-!Y una moneda para que nos vaya bien!- apuntó Virginia.
Los niños estaban concentrados mirando la tele.
Mis nervios eran incontrolables. Miré alrededor y casi me da un ataque de risa. Allí estábamos todos encima de las sillas, con nuestras bragas y calzoncillos rojos, con las copas llenas de monedas y anillos de oro, esperando que pasaran los tres minutos para las campanadas de fin de año.
De pronto, alguien aporreó la puerta del baño.
-!Socorro!, !socorro, me he quedado encerrado en el baño!.
Miré aterrada alrededor. Sólo faltaba una persona: mi padre.
-Papá, ¿eres tú?- pregunté absurdamente sabiendo la respuesta.
-Sí, estoy en el baño.
Faltaban sesenta segundos para que empezaran las campanadas.
-Mal rollo, mal rollo- pensé yo subida en la silla con mis bragas rojas.
Mi hermano Roberto fue iluminado por un rayo de lucidez. Brincó desde su silla, cogió una copa, una botella de champán y las uvas de mi padre y se lo pasó a través de la pequeña ventana del baño.
Ramón García desde la tele anunció los cuartos.
-!!Una!!- gritamos todos al unísono mientras comíamos la uva para que mi padre pudiera seguir la retransmisión desde el baño- !dos, tres, cuatro, cin, seis, sie, o, nu, die, on y do (lo dijimos tal cual se lee porque las uvas no nos dejaban pronunciar mejor).
-!!!Feliz año!!!- gritamos.
Bajamos de la silla, brindamos, nos besamos, tiramos el confeti y nos fuimos corriendo al ventanuco para poder felicitar el año al encarcelado.
Roberto cogió un destornillador, desmontó la puerta y después de unos minutos salió del baño mi padre para celebrar el nuevo año.
-!Chicos, a brindar, que este año va a ser genial!- vociferó con su botella de Moët & Chandon en mano.
Chin, chin.
-!Feliz año!- gritamos todos.
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