domingo, abril 02, 2006

Campanadas a medianoche




A las siete empecé con los preparativos: baño de sales y espuma, cremas hidratantes, laca, perfilador de ojos, rímel, sombras, pinta labios y, cuando acabé con la reconstrucción facial, me lancé a decorar mi cuerpo: bragas rojas, medias de cristal -ningún tío se imagina lo complicado que es ponerse unas medias que te han costado 18 euros porque te alisan la tripa, te suben el culo y contornean mejor las pantorrillas, sin hacerse una carrera o un enganchón-, zapatos de tacón y un fantástico traje de fiesta. Ya estoy preparada, lista para el primer examen.
-!Qué guapa!, !ven aquí que te voy a dar un achuchón!- dijo el gracioso de mi marido.
-!Ni se te ocurra! !No ves que me acabo de pintar y que llevo el pelo monísimo!, !olvídate, no me toques! Vamos, llevo tres horas metida en el baño...
-Pues a ver si un día cuando te arregles se te olvida en el cajón la mala leche, bonita.
-Ay, no te pongas así que ya sabes que cuando me preparo para una fiesta me pongo muy nerviosa. Bueno, ¿te gusto?
-Que sí, pesada, que estás muy guapa.
-Anda, ven aquí que llevas torcida la corbata. ¿Te has puesto los calzoncillos rojos?.
-Huy, se me han olvidado.
-Pues ya sabes lo que tienes que hacer. ¿Dónde están los niños?
-Me imagino que abajo.
Bajé con mis taconazos por la escalera y estuve a punto de caerme.
-!Mierda!- grité.
-Mamá, eso no se dice- comentó Diego.
-Vale, anda que los Alonso estáis hoy encantadores. Venga, chicos, subid que nos vamos.
Al verles casi me da un pasmo. Una hora antes los había dejado todos monos y ahora estaban como recién salidos del basurero.
-Peques, sois la leche. Yo no sé para qué me preocupo en poneros guapos. Abrocharos las chaquetas para que no se vean esos lamparones y recordad: aunque haga cincuenta grados no os la podéis desabrochar. ¿Entendido?
-Síii- asintieron.
La fiesta fue en casa de mi hermano. Todo estaba delicioso: el aperitivo, los langostinos, los centollos, el caviar (!ojito!, del bueno!) y, como no, el champán.
Los nervios empezaron a cerrarme el estómago. Faltaban seis minutos para el gran momento. Nos pusimos todos a gritar.
-!Coged las uvas!- ordenó mi hermano.
-!Hay que subirse a una silla!- gritó Concha.
-!Y poner algo de oro en la copa de champán!- continuó mi madre.
-!Y una moneda para que nos vaya bien!- apuntó Virginia.
Los niños estaban concentrados mirando la tele.
Mis nervios eran incontrolables. Miré alrededor y casi me da un ataque de risa. Allí estábamos todos encima de las sillas, con nuestras bragas y calzoncillos rojos, con las copas llenas de monedas y anillos de oro, esperando que pasaran los tres minutos para las campanadas de fin de año.
De pronto, alguien aporreó la puerta del baño.
-!Socorro!, !socorro, me he quedado encerrado en el baño!.
Miré aterrada alrededor. Sólo faltaba una persona: mi padre.
-Papá, ¿eres tú?- pregunté absurdamente sabiendo la respuesta.
-Sí, estoy en el baño.
Faltaban sesenta segundos para que empezaran las campanadas.
-Mal rollo, mal rollo- pensé yo subida en la silla con mis bragas rojas.
Mi hermano Roberto fue iluminado por un rayo de lucidez. Brincó desde su silla, cogió una copa, una botella de champán y las uvas de mi padre y se lo pasó a través de la pequeña ventana del baño.
Ramón García desde la tele anunció los cuartos.
-!!Una!!- gritamos todos al unísono mientras comíamos la uva para que mi padre pudiera seguir la retransmisión desde el baño- !dos, tres, cuatro, cin, seis, sie, o, nu, die, on y do (lo dijimos tal cual se lee porque las uvas no nos dejaban pronunciar mejor).
-!!!Feliz año!!!- gritamos.
Bajamos de la silla, brindamos, nos besamos, tiramos el confeti y nos fuimos corriendo al ventanuco para poder felicitar el año al encarcelado.
Roberto cogió un destornillador, desmontó la puerta y después de unos minutos salió del baño mi padre para celebrar el nuevo año.
-!Chicos, a brindar, que este año va a ser genial!- vociferó con su botella de Moët & Chandon en mano.
Chin, chin.
-!Feliz año!- gritamos todos.

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