lunes, abril 24, 2006

Visitantes nocturnos



Aquel día quisieron celebrar su amor. Una deliciosa cena en un lujoso restaurante de Madrid fue el inicio de su gran noche. Tras los primeros platos, pidieron un Moët-Chamdon, elevaron sus copas y unos segundos antes del brindis sonó el móvil de él.
-!Qué oportuno!- rugió Roberto mientras descolgaba- Sí, ¿quién es?
-Buenas noches, señor Peña, le llamo de Securitas Direct. Unos intrusos están robando en su casa. Por favor, acuda lo más rápido posible a su domicilio. La policía ya va en camino.
Pálido como la nieve pidió la cuenta. Miró a su esposa y con voz temblorosa le informó del suceso.
-Querida, nos están desvalijando la casa.
Roberto pisó el acelerador. Cada vez que cambiaba de marcha soltaba un insulto. Virginia le miraba perpleja y sorprendida ante la verborrea de tacos de su marido y decidió no echar más leña al fuego.
Su calle parecía la feria de Sevilla. Las luces azules de las patrullas de policía iluminaban cada adoquín y los vecinos se arremolinaban con sus linternas.
Roberto abandonó el coche y se coló entre los curiosos.
-¡Déjenme pasar! ¡Soy el propietario de la casa!
La policía al oír sus gritos le abrió paso.
-Buenas noches, señor. ¿Es usted el dueño de esta vivienda?- preguntó el policía mientras se cuadraba.
-Sí- contestó Roberto- ¿Qué ha ocurrido?
-Parece ser que dos ladrones se han colado en su casa. Nos han avisado los de la compañía de seguridad. Por favor, abra la puerta de su domicilio.
-Claro, claro, aquí tienen las llaves.
-Creo que no me ha entendido. Es usted quien debe abrir.
Virginia, presa de un ataque de nervios, abrazó a su marido.
Roberto se acercó hacia su vivienda escoltado por dos miembros del cuerpo de seguridad. Al llegar, los policías desenfundaron sus armas. "Me va a dar un ataque al corazón -pensaba Roberto- Ay, qué miedo".
Mediante señas los policías le indicaron que abriera la puerta. Roberto les miró aterrorizado, se agachó y sintió cómo los revólveres se asomaban por encima de sus hombros. Introdujo la llave y la giró con suavidad. Las piernas le temblaban. La policía entró a toda velocidad. Roberto decidió que aquel no era el mejor momento para demostrar su valentía. Se giró y corrió en dirección opuesta. Virginia le esperaba con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos.
-Ay, qué miedo he pasado- susurró Virginia, abrazándole.
-Aún no me lo creo. Estoy acojonado. Cuando he oído cómo desenfundaban sus armas casi me desmayo...- comentó Roberto para tranquilizarla.
Al cabo de una hora, salieron los policías y se acercaron a ellos.
-Señores, hemos recorrido toda la vivienda y no hemos localizado ningún intruso. De todas formas, sería conveniente que entrasen con nosotros para verificar qué les han sustraído y poder presentar la denuncia.
Aquella noche se fueron a dormir a casa de sus suegros. A la mañana siguiente convirtieron su casa en un fortín: rejas en cada ventana, vídeoportero, alarmas visibles, pistola y bate de béisbol debajo de la cama... Aun así los ladrones aparecieron tres veces más, pero ésa, ésa es otra historia.

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