
Aquel día quisieron celebrar su amor. Una deliciosa cena en un lujoso restaurante de Madrid fue el inicio de su gran noche. Tras los primeros platos, pidieron un Moët-Chamdon, elevaron sus copas y unos segundos antes del brindis sonó el móvil de él.
-!Qué oportuno!- rugió Roberto mientras descolgaba- Sí, ¿quién es?
-Buenas noches, señor Peña, le llamo de Securitas Direct. Unos intrusos están robando en su casa. Por favor, acuda lo más rápido posible a su domicilio. La policía ya va en camino.
Pálido como la nieve pidió la cuenta. Miró a su esposa y con voz temblorosa le informó del suceso.
-Querida, nos están desvalijando la casa.
Roberto pisó el acelerador. Cada vez que cambiaba de marcha soltaba un insulto. Virginia le miraba perpleja y sorprendida ante la verborrea de tacos de su marido y decidió no echar más leña al fuego.
Su calle parecía la feria de Sevilla. Las luces azules de las patrullas de policía iluminaban cada adoquín y los vecinos se arremolinaban con sus linternas.
Roberto abandonó el coche y se coló entre los curiosos.
-¡Déjenme pasar! ¡Soy el propietario de la casa!
La policía al oír sus gritos le abrió paso.
-Buenas noches, señor. ¿Es usted el dueño de esta vivienda?- preguntó el policía mientras se cuadraba.
-Sí- contestó Roberto- ¿Qué ha ocurrido?
-Parece ser que dos ladrones se han colado en su casa. Nos han avisado los de la compañía de seguridad. Por favor, abra la puerta de su domicilio.
-Claro, claro, aquí tienen las llaves.
-Creo que no me ha entendido. Es usted quien debe abrir.
Virginia, presa de un ataque de nervios, abrazó a su marido.
Roberto se acercó hacia su vivienda escoltado por dos miembros del cuerpo de seguridad. Al llegar, los policías desenfundaron sus armas. "Me va a dar un ataque al corazón -pensaba Roberto- Ay, qué miedo".
Mediante señas los policías le indicaron que abriera la puerta. Roberto les miró aterrorizado, se agachó y sintió cómo los revólveres se asomaban por encima de sus hombros. Introdujo la llave y la giró con suavidad. Las piernas le temblaban. La policía entró a toda velocidad. Roberto decidió que aquel no era el mejor momento para demostrar su valentía. Se giró y corrió en dirección opuesta. Virginia le esperaba con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos.
-Ay, qué miedo he pasado- susurró Virginia, abrazándole.
-Aún no me lo creo. Estoy acojonado. Cuando he oído cómo desenfundaban sus armas casi me desmayo...- comentó Roberto para tranquilizarla.
Al cabo de una hora, salieron los policías y se acercaron a ellos.
-Señores, hemos recorrido toda la vivienda y no hemos localizado ningún intruso. De todas formas, sería conveniente que entrasen con nosotros para verificar qué les han sustraído y poder presentar la denuncia.
Aquella noche se fueron a dormir a casa de sus suegros. A la mañana siguiente convirtieron su casa en un fortín: rejas en cada ventana, vídeoportero, alarmas visibles, pistola y bate de béisbol debajo de la cama... Aun así los ladrones aparecieron tres veces más, pero ésa, ésa es otra historia.
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