martes, abril 04, 2006
Padre ejemplar
Mi marido ha ganado puntos para el cielo y yo, para el divorcio.
Este fin de semana me tocó trabajar, lo que implica que ejerce de padre a tiempo completo.
El sábado por la mañana se llevó a los niños al parque y los soltó sin previo aviso para que desfogaran toda su energía. A las dos pasaron a buscarme, cogimos unas hamburguesas en el Burguer, -porque regalaban el ratón de Ice Age, no porque les gusten las hamburguesas- y nosotros nos tomamos un kebab. Me depositaron de nuevo en el periódico y se fueron a casa. Mediante complejas artimañas, mi marido consiguió que Álvaro se durmiera la siesta y a Diego le enchufó una película en vena. Así que pudo descansar de lo lindo. Al cabo de dos horas, llegué a casa.
Por supuesto los niños no habían merendado (!cielo, te estaban esperando!) y la casa estaba totalmente descolocada (!amor, no te quejes, llevo todo el día con los niños!).
Aún no sé cómo, pero me contuve. Guardé mi ira interior en la caja de Pandora, pero mi mente iba a mil por hora. "Manda huevos, está cuatro horas con los niños y no es capaz de mantener colocada la casa. Bueno, ni cuatro horas, porque dos de ellas han estado dormidos o viendo la tele. Emma, contente, que te conozco. Pues menos mal que yo no viajo, porque si fuera así se tiraría por un barranco...". Mi mente seguía a su rollo, así que decidí que era hora de salir de casa.
-Niños, al parque- grité para desahogar un poco mi mala leche.
Al instante estaban todos preparados.
-Uff, Emma, tengo fatal las cervicales- musitó Alonso con cara de pena.
-Ay, cielo, pobrecito- contesté con voz dulce- será por haber estado tanto tiempo con lo niños. Anda quédate en casa y descansa.
-No, voy con vosotros- dijo tan contento y sin percibir mi mal humor.
Fue pisar la calle y volvió mi buen humor. Serán las locas hormonas, pensó mi mente, que tiene vida propia.
-Tres helados de frambuesa, dos en tarrina y uno en cucurucho, y un helado de limón.- pedí en la heladería.
-Hasta los niños toman el mismo helado que tú. !Cómo te quieren!- comentó Alonso con recochineo.
-Por qué será, por qué será...- respondí en tono burlón.
Sonó el móvil. Era Blanca. Estaba por la zona y había pensado acercarse al parque para que nos viéramos.
-Perfecto, te esperamos en los columpios- dije emocionada.
Fue una pena que no me llevara la cámara de vídeo (la verdad es que no tengo cámara de vídeo, pero me concedo esta licencia literaria). Diego y Álvaro descubrieron un original juego: tirar arena a su padre y María, la hija de Blanca, se percató de que Juan Fran era una buena sujeción para no caerse con los patines.
Blanca y yo cotorreábamos mientras nos fumábamos tranquilamente un cigarro y Alonso batallaba a duras penas con las tres fieras.
-Pobre, va a terminar agotado- sugirió Blanca.
-Chica, no te preocupes, a él le encanta- Y me dio un ataque de risa.
-Qué mala eres.
Nos giramos y contemplamos es espectáculo. María estaba a punto de arrancarle un brazo porque no dominaba el giro de los patines, Diego colgaba de su cuello y Álvaro le mordía la pierna y gritaba !papá, tonto, papá, tonto! Debajo de todo ese embrollo estaba Juan Fran. Levantó la cabeza y me fulminó con la mirada.
-Cielo, un momentito, en cuanto me acabe el cigarro te libero- susurré con dulzura.
-Te recuerdo que hoy juegan el Madrid-Barça, así que en cuanto me quites a esta fieras de encima yo me voy a casa.- vociferó en el parque.
-Claro, claro- asintió todo el género masculino que se encontraba en el parque.
-No sufras, amor, no sufras- contesté dando una larga calada.
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