Como en "Días de furia", la ira se fue gestando desde primera hora de la mañana.
Mi esposo (en estos momentos no considero que sea "mi amado esposo") no tuvo que ir a trabajar y me acompañó a IKEA para ver unas cuantas cosas que debíamos comprar. "Venir a Ikea es una tortura. No entiendo cómo te puede gustar. Emma, estoy agotado", refunfuñó durante todo el camino. A las cinco decidió ir a buscar a Diego al colegio. Y allí comenzó la batalla, Diego se quería quedar jugando con su amigo Alejandro e incluso le invitó a casa. A Alonso se le pusieron los pelos como escarpias al oírlo, menos mal que la madre de Alejandro se percató y rehuyó la invitación.
Después de la merienda se llevó (puntazo de padre) a los dos retoños al parque. Le torearon de lo lindo: se colaron en una obra y casi se caen a la piscina en construcción y corretearon mientras su padre les perseguía preso de un ataque de nervios.
-!A casa ahora mismo y hoy estáis castigados sin televisión!- gritó Alonso para imponerse un poco.
Cuando llegué a casa la situación era perfecta.
-!Papá, tonto, punto rojo!- vociferó Álvaro.
Detrás de él, Diego lloraba porque su padre le había castigado.
Tiré el bolso en el primer sofá que encontré y me puse la careta de psicoanalista.
-A ver, ¿qué ocurre?- pregunté al trío fantástico.
-Mira, Emma, esto no hay quien lo soporte, se han portado fatal. Diego se ha metido en una obra, se ha ido corriendo por el parque y...
Diego cortó a su padre.
-Mamá, eso es mentira, sí que le he hecho caso es que...
Álvaro paró en seco a su hermano.
-!Papá, tonto, punto rojo!
La bomba de relojería estaba a punto de estallar. Tomé una rápida decisión.
-Diego, como estás castigado sin tele, nos vamos a ir a la peluquería y así te cortan el pelo. Y, si os portáis muy bien, al salir os compro una chuchería.- sugerí mientras escuchaba el tic-tac de la bomba.
Salimos en plan familia Telerín. En la peluquería nos dijeron que debíamos esperar una hora.
-Otra vez será- dije observando las melenas de Diego. -Venga, chicos, vamos a recoger unos cuadros que dejé el otro día para que los enmarcaran.
Parecía que las aguas habían vuelto a la calma. Después de todas la gestiones, volvimos a casa.
Dos minutos antes de aparcar, Diego empezó a dar brincos e intentó quitarse el cinturón de seguridad.
-!Diego, o te estás quieto o paro el coche y te dejo tirado en la calle!
-Mamá, es que...- contestó con voz temblorosa.
-Ni es que, ni nada, que te estés quieto.
Bajamos del coche y al sacar a los niños nos percatamos del horror. Diego se había quedado atrapado en el coche. No sé cómo lo hizo. El cinturón rodeaba toda su cintura, estaba bloquedo y no había manera de que se moviera.
-!Joder!- gritó Alonso.
A mí me entró el ataque de risa (por un lado porque la situación era cómica y, por otro, porque si Alonso había dicho un taco es que el cabreo que tenía era monumental).
Después de quince minutos, Diego empezó a llorar.
-A ver, estate tranquilo. Te voy a quitar los pantalones para intentar sacarte desde arriba- dije con voz calmada.
-Mamá, que me estoy ahogando.
Alonso con la rabia saliéndole por los ojos cogió a Álvaro, me lanzó una mirada asesina y gritó.
-!Estoy harto! Ahora el niño me ha roto el coche. Yo me voy a casa, tú verás lo que haces, pero si dependiera de mí se quedaba ahí toda la noche atado. Además, no sé de que cojones te ríes. Y encima vas y le haces fotos como si esto fuera un circo. Me voy a casa. Allá vosotros. !Menuda tardecita!
En medio de todo el espectáculo, apareció una vecina y nos miró con cara extrañada al ver como girábamos sin parar alrededor del coche.
-Buenas tardes- comenté con gran educación. -No te asustes, es que Diego se ha quedado aprisionado en el coche y no le podemos bajar.
Ella, con los ojos como platos, se acercó a ver el espectáculo.
-Pero, Diego, corazón, ¿qué te ha pasado?- preguntó dulcemente.
-No sé- contestó Diego entre sollozos- pero estoy atrapado.
Entre las dos hicimos miles de combinaciones para intentar liberarlo, pero no había manera.
Al cabo de un rato vino Alonso.
-Toma, Emma- dijo con voz seca.
Me entregó unas tijeras y huyó a casa.
Intentamos de nuevo desatascar el cinturón. Imposible. No iba ni para delante, ni para detrás. Había que tomar una drástica solución: cortar el cinturón. Me costó decidirme pero al ver la cara del pobre Diego, cogí las tijeras y corté el cinturón.
-!Gracias, mamá, me has liberado!- dijo con voz temblorosa.
Agradecí a mi vecina su inestimable ayuda y me despedí de ella.
-Diego, cuando cuentes esto en el colegio no se lo van a creer. Ahora entra corriendo en casa, dúchate, ponte el pijama y pórtate de maravilla. Tu padre está que trina.
Rápidamente ejercí de madre a tiempo completo: les bañé, les di la cena, les leí el cuento y les acosté.
Bajé al cuarto de estar. Alonso tenía una cara de mosqueo impresionante.
-Alonso, tampoco es para ponerse así.
-No fastidies, Emma. A ver por cuánto nos sale la gracia del coche.
-Bueno, el peque no lo ha hecho con mala intención.
-!Sólo faltaba!
-Vale ya, te estás pasando.
-Emma, tengo que hablar seriamente contigo.
En ese momento noté como nuestra pareja se iba a pique. Seguro que quería que nos separaramos o tal vez me fuera a contar alguna infidelidad o...
-Estoy pensando en ir al psicólogo.
-¿Qué?- pregunté perpleja.
-Sí, en serio, es que hay veces que los niños me sacan de mis casillas. Bueno, los niños y tú.
-¿Yo?
-Pues claro, tú ves normal que con todo lo que ha ocurrido a ti te dé un ataque de risa y encima te vayas a por la cámara para hacer fotos.
-Alonso, hay que tener sentido del humor. ¿Qué querías que hiciera?
Por fin comenzó a sonreír.
-Bueno, perdona, mi mala leche. Intentaré ser más positivo.
-Eso espero, Alonso. Esta noche te daré un premio.
Unos gritos se oyeron desde la habitación.
-!Mamá!- vociferó Diego -Álvaro ha tirado el vaso de agua en la cama.
-Me voy a dormir- rugió Alonso -no aguanto más.
No tengo palabras... :-) Como he estado de viaje, no he podido entrar en tu blog durante los últimos días. Me acaba de confesar tu "santo" que se siente como Muñoz Molina, aunque yo creo que lo fustigas más. Impresionante post con fotos y todo. Pero desde aquí me solidarizo con el pobre mirlo...
ResponderEliminarNo hay derecho a esta sequía. Para una alegría que me das por las mañanas cuando me pongo a currar. Cómo se nota que estás de vacaciones, guapa. Besos
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