La Semana Santa reúne a lo más loco de la familia y cada año intentamos superar las locuras del año anterior. Estas vacaciones nos hemos pasado.
A primera hora de la mañana del miércoles partimos rumbo a Cercedilla mi madre, Juan Fran, Pepe, Diego y yo. Llegamos al recinto de multiaventura y la adrenalina empezó a dispararse. Un monitor, después de ponernos los arneses, nos explicó las reglas para poder ir por los árboles. De cada arnés colgaban dos mosquetones y una polea para deslizarse por las tirolinas. Tras media hora abriendo y cerrando mosquetones nos lanzamos al circuito infantil y, una vez superado, al de explorador.
Diego nos abría paso. Con sólo seis años tenía una agilidad pasmosa. Mientras, mi madre y yo, luchábamos para no pillarnos los dedos.
-Mamá, deja la mochila en el coche- grité antes de subir.
-Que no, que yo tengo muchas cosas y no pasa nada porque la lleve- contestó toda indignada.
-!Diego, cuidado!- aullé al ver como se deslizaba por una tirolina situada treinta metros por encima del suelo.
-Mamá, qué pesada eres. Esto es fantástico- contestó mientras gritaba como Tarzán.
Poco a poco le fuimos cogiendo el tranquillo. Trepamos por cuerdas, nos metimos por bidones, nos lanzamos por tirolinas, chocamos contra las colchonetas de seguridad...
El drama sucedió en la liana. En principio no tenía mucha complicación: había que saltar desde un árbol a otro sentado en una pequeña tabla que estaba al final de la liana.
Diego lo pasó a toda velocidad. Yo, acompañada de mis gritos histéricos, también. Era el turno de mi madre.
-Mamá, siéntate en la tabla.- ordené desde mi atalaya.
-Emma, eres pesadísima- gritó mientras se lanzaba al vacío sin aposentar el culo en la tabla.
Volaba como una patata lanzada por un cañón.
"CATAPLOF, PLOF, PLOF", sonó en medio del pinar.
Mi madre se había estampado contra la plataforma.
-!!Mamá!!- grité entre risas histéricas
-Ay, ay, ay- gemía mi madre mientras retumbaba contra la plataforma- Ayúdame, no puedo subir. Ay, qué tortazo.
-Mamá, no puedo- logré decir en medio de mi ataque de risa.
Allí estaba mi pobre madre colgada de una liana, dando vueltas por el aire y sin que yo pudiera hacer nada.
Cuarenta metros por debajo vi como dos monitores corrían hacia nosotras.
-¿Qué ha pasado?, ¿se encuentra bien?- preguntaron con cara de preocupación.
-Pues no, no estoy bien- contestó mi madre presa de otro ataque de risa- Por favor, bajadme de aquí.
-Huy, eso no va a poder ser. Tiraremos de la liana, la pondremos en el punto de partida y tendrá que volver a saltar.
-No, no, no... Yo eso no lo puedo hacer. Le he cogido miedo. !!!Bájenme de aquí!!!
-Señora, tiene que intentarlo.
En ese momento noté como se me escapaba el pis. El ataque de risa era incontrolable.
Al final acercaron a mi madre hasta la plataforma y la lanzaron dulcemente hasta donde yo estaba.
-Venga, mamá, levanta los pies.
-Emma, que no puedo, que me roto la cintura.
-Calla, mamá, que no puedo aguantar la risa. Venga, inténtalo.
Mi madre sacó fuerzas de algún sitio y levantó un pie hasta la plataforma. Me abalancé sobre su pie y tiré de ella. Al final superó la prueba.
-Emma, qué tortazo. No me puedo mover- dijo con lágrimas en los ojos.
-Venga, tranquila, sólo nos quedan dos tirolinas.
-!!Mamá!!, !!suegra!!, ¿estás bien?- gritaron Pepe y Juan Fran desde su circuito de profesional.
-!Nooooo!- contestó mientras se acariciaba su lesionada cintura.
-Vamos, mamá, tenemos que salir de aquí- supliqué con cara de pena.
Después de mucho sufrir, llegó a una plataforma que estaba a solo un metro de altura. Pepe y Juan Fran la estaban esperando.
-Mamá, bájate aquí- comentó Pepe- Dame la mano y te ayudo a bajar.
-Pepe, no seas pesado, estoy bien. Bajo yo sola.
Pegó un brinco y CRAC,CRAC retumbó de nuevo en el pinar.
-Ay, ay, ay- gritó mi madre- me acabo de hacer una rotura fibrilar. Ay, ay, ay. Seguid vosotros yo espero abajo. No sufráis por mí, disfrutad saltando de árbol en árbol, es maravilloso. Os lo digo en serio.
Mi madre se fue con paso lento, arrastrando la pierna del tirón y sujetando la cintura que se había chocado contra el árbol.
Ahí no terminó la aventura. Esa noche me tuve que ir con ella a urgencias porque no podía apoyar la pierna. Diagnótico: Rotura fibrilar. Tratamiento: Ibuprofeno, calor seco y reposo. Pero ahí no terminó todo. El viernes volvimos a urgencias. "Emma, no puedo respirar, no puedo tumbarme, estoy fatal", me comentó mi madre con lágrimas en los ojos. Diagnóstico: contusión por golpe. La radiografía no muestra rotura de costillas. Tratamiento: Relajante muscular, calor seco y reposo.
Resumen de lesiones:
Mi madre: rotura de ligamentos, varias contusiones y múltiples agujetas.
Juan Fran: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Pepe: picaduras de orugas y múltiples agujetas.
Emma: leves agujetas.
Diego: el mejor, ni siquiera tuvo agujetas.
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