sábado, julio 22, 2006

"El peor día de su vida"

Todavía me tiembla el cuerpo. El susto de esta tarde me ha dejado baldada, sin energías. Dejaré la intriga para otro día y os relataré mi terrorífica historia detalle a detalle.
El paseo de la tarde es otro de nuestro clásicos de verano. Diego arranca con su bici, Alonso es arrastrado por Kaos y yo empujo la silla de Álvaro. El trayecto es de unos cuatro o cinco kilómetros por parajes guadarrameños que varían según la estación del año. Abandonamos la civilización y nos perdemos entre distintos árboles, admiramos vacas, caballos y gozamos respirando aire puro.
Diego avanza a gran velocidad y al cabo de unos segundos retrocede para que veamos dónde está. Sin embargo, esta tarde pasaba el tiempo y Diego no aparecía.
-¿Emma, se puede saber dónde está Diego?- preguntó Juan Fran con preocupación en la cara.
-No sé, tal vez haya hecho la gracia del otro día y nos esté esperando en el río. Me va a oír. Después del castigo de la semana pasada no creo que se atreva a repetir la idea- contesté mientras acelerábamos el paso.
A mitad de camino, un chico se cruzó por el camino.
-Hola. Por favor, me puedes decir si has visto delante a un niño en bicicleta.- interrogué con premura.
-Sí, he visto a un niño que iba con otro chico más mayor.
Mi corazón comenzó a palpitar con más fuerza y agilizamos aún más el paso.
Llegamos hasta el río (parada habitual) y Diego no estaba allí.
-Yo le mato- bufaba Juan Fran.
-Desde luego, se va a enterar. Que se olvide de la bici, de la tele...- apoyé a mi marido.
La preocupación iba en aumento y nuestras mentes imaginaban auténticas pesadillas.
Desesperada empecé a gritar. "¡¡¡Diego!!!, ¡¡¡Diego!!!" y Álvaro me imitaba asustado "¡¡¡Yeye, Yeye!!!". Pero Diego no aparecía.
Sofocados llegamos al pueblo, los gritos aumentaron y la desesperación se multiplicó.
Corrimos hacía casa para comprobar si estaba allí y, en caso contrario, movilizar a todo el vecindario.
Al girar por nuestra calle, un coche de policía nos estaba esperando. Las palpitaciones desbocaron mi corazón y las lágrimas se desbordaron.
-Buenas tardes. Estén tranquilos. El niño está bien- comentó uno de los policías al ver nuestras caras desencajadas.
-¿Qué ha pasado?- preguntó Juan Fran.
-El pequeño se ha perdido y estaba llorando cerca del vivero. Una señora le ha visto y nos ha llamado para que acudiésemos a socorrerle.
Entré como una loca en casa y abracé a mi hijo que no paraba de llorar y temblar por el miedo que había pasado.
-Mamá, lo siento. He subido hasta una rotonda y al bajar ya no estábais. Qué miedo he pasado. Perdóname. Además, lo peor, es que estaba anocheciendo y pensé que me iba a quedar sin vosotros.
Alonso, tras dar sus datos a la policía, se acercó a abrazar a Diego.
-Cielo, nunca más te vuelvas a separar de nosotros. No te puedes imaginar el susto que nos ha dado.- susurró a su oído.
-No, papá.- contestó entre pucheros- Nunca más. Ha sido el peor día de mi vida.
Después de una hora, controlamos las lágrimas y la angustia. Pedimos unas pizzas y vimos una película con los retoños. Antes de dormir, Diego, que era el protagonista del día, se acercó emocionado.
-¡Se me ha caído un diente!- gritó alborozado y con un sonrisa desdentada de oreja a oreja.- ¡Seguro que después del susto de hoy, el ratón Pérez me trae un súper regalo!
Alonso sonrió, acostó a los niños y abrió una botella de vino para apagar nuestros nervios.

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