La calma estaba presente en la residencia estival. Los pequeños jugaban en el jardín, Pepe se esforzaba con un solitario mientras yo leía "La catedral del mar". Alonso llegó y le sorprendió tanto silencio.
-Pero bueno, ¿qué ocurre hoy aquí? Nadie grita- expresó con admiración.
-Nada- contesté con tono bajo- hoy es el día de relax.
Alonso se acercó una silla y se sentó relajadamente. Al cabo de unos minutos, me miró con cara de espanto.
-Emma, ¿dónde está Lucas?
-No sé, estará dormido en nuestro cuarto.
-Me extraña mucho. Esta mañana le he puesto la comida y no se ha tomado nada.
De un bote se levantó y recorrió todas las habitaciones, armarios y cualquier escondite posible.
-¡No está Lucas!- gritó Alonso- ¡No lo encuentro por ningún sitio! ¿Lo habéis visto hoy?
-Yo no- constesté aterrada.
-Yo tampoco- dijo Pepe dando un brinco de la silla y revisando de nuevo la casa.
-"Noetaluca, noetaluca"- balbuceó Álvaro desde su triciclo.
-Seguro que se ha subido a la parra; de ahí, al muro; luego, a la calle...- comenzó a argumentar Diego, que aspira a ser guionista de cine.
-Diego, calla- susurré a su oído- Como le haya pasado algo a Lucas a tu padre le da un ataque de nervios.
Para ser sincera debo aclarar que Alonso padecía todos los síntomas de un ataque de nervios, pero al estilo castellano: sudor frío, lividez en la cara, malhumor generalizado... Preso de la ira recorrió el jardín a grandes zancadas y salió en busca de Lucas. Miró por todos los tejados, cruzó a la urbanización de enfrente, abrió una lata de delicioso paté de salmón y la agitó con la esperanza de que Lucas volviera, pero no fue así.
El nerviosismo iba en aumento. Pepe cogió a Kaos, pensando que era un perro rastreador, y se unió a la búsqueda. Diego y Álvaro me acompañaron en pijama por el pueblo y preguntaban a todo el mundo. "Por favor, ¿han visto un gato parecido a un tigre por aquí?", interrogaban a cada transeúnte con cara de preocupación. Pero la respuesta siempre era la misma: "No, niños, lo siento". Después de una hora volví a casa y acosté a los peques.
-Venga, dormiros rápido y no déis la lata. Papá está muy triste- rogué aterrada por el estado anímico de Juan Fran.
Un grito de euforia y alegría se oyó desde la calle.
-¡Lo hemos encontrado!, ¡Lucas está vivo!- vociferó Pepe con gran emoción.
Los niños saltaron de la cama y corrieron a ver a su mascota. Alonso, emocionado, dejó escapar una pequeña lágrima mientras explicaba a los niños la aventura de su gran amor.
-Anoche Lucas salió a la calle en busca de un ratón o una linda gatita, cruzó la carretera y disfrutó de la noche guadarrameña. Sin embargo, esta mañana había tal multitud de coches que no se atrevió a cruzar. Asustado, se metió debajo de un coche y allí ha estado hasta que Pepe lo ha encontrado. Pobre Lucas, está muerto de miedo.
En ese instante, mi madre entró en casa angustiada. Javier y Do, nuestros vecinos, le habían relatado la desaparición del gato y supuso que Juan Fran estaría en estado comatoso.
-Mamá, tranquila, la operación rescate ha llegado a buen puerto.- expliqué con media sonrisa en la boca.- Y Alonso ha superado las taquicardias.
-Estoy agotado de tanto estrés- musitó Alonso desde su depresión.
-No me extraña, papá- argumentó Diego- Desde que estamos aquí llevamos dos perdidas: la de Lucas y la mía.
Alonso miró con cara de cansancio, cogió a Lucas y se fueron los dos a su nido de amor.
-Emma, esta noche tu marido te va a ser infiel con el gato- dijo mi madre.
-Lo sé, mamá, pero no me importa. Imagínate qué drama si a Lucas le llega a pasar algo...
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