jueves, noviembre 23, 2006
Divagaciones de una madre
Alonso vuelve a estar de viaje. Ahora está recorriendo la zona del champagne (Francia). Y pienso, "¿no sería mejor que hubiera ido yo que soy una experta conocedora de esas sabrosas burbujas alcohólicas?". En fin, está visto que no se valoran mis conocimientos.
Barajaba yo estos pensamientos metafísicos cuando me he percatado de que el lunes Álvaro tendría que llevar al cole su tarta y sus bolsas de chuches para celebrarlo con sus compañeros de cole, ya que su cumple cae en domingo, y de que mañana tenía cena en casa con mis amigas del cole y aún no había preparado nada. Como una autómata, he cogido la visa y me he ido a Mercadona. Antes de entrar, me he pasado por la tienda de golosinas para adquirir las 26 bolsas de chuches.
–Perdón, ¿qué precio tiene cada bolsita? –he preguntado a la dependiente que mascaba chicle como una loca.
–Euro y medio la bolsa, señora (¡con lo que me repatea que me llamen señora!).
–Gracias, luego vendré a comprarlas –he mentido mientras abandonaba el establecimiento.
Lo reconozco, me fastidia mucho tirar el dinero en cosas absurdas y más si las puedo hacer yo a mitad de precio. Así que he entrado en Mercadona he comprado chucherías, bolsas de bocadillo, una vela del tres y demás necesidades domésticas y me he ido a trabajar.
Al volver a casa, me he acordado de que el lunes era el cumpleaños de Pedro, el amigo de Álvaro. Y claro, no iba a permitir que mi hijo desluciera en su día más importante. He puesto a mis hijos en fila y les he explicado mis nuevas órdenes.
–Chicos, al final Álvaro va a celebrar mañana viernes su cumple en el cole. Os necesito.
–¡Jo, mamá, estoy viendo la tele! –ha refunfuñado Diego.
–Pues apágala. Nos toca trabajar.
Rápidamente hemos subido a la cocina, les he colocado los delantales y hemos empezado a hacer el bizcocho. Cuando sólo me faltaba por incorporar los huevos, he abierto la nevera y casi me desmayo: ¡no había huevos y estábamos los tres en pijama!
Mis neuronas han funcionado velozmente. He salido al jardín y me he puesto a gritar al estilo italiano (¡con lo que a mí me gusta!)
-¡Nievesss!, ¡Nieves! (así se llama mi vecina).
Al cabo de cinco gritos, ha salido.
-¿Qué te ocurre, Emma?
-Perdona, Nieves, es que estoy haciendo un bizcocho para que Álvaro lleve mañana al colegio y Juan Fran está de viaje y estamos en pijama. Resumiendo: que si me puedes dejar dos huevos.
-Claro, como no.
Entré en casa con mi par de huevos, rematé el bizcocho y monté mi cadena de producción.
-A ver, Diego, tú serás el encargado de las nubes, los regalices y los globos y tú, Álvaro, de las chocolatinas y las gominolas. Primero pintaré las bolsas, luego os las paso, las rellenáis y me las devolvéis para que la cierre con esta cinta plateada. ¿Entendido?
-Sí, mamá –contestaron al unísono.
La producción nos llevó media hora al módico precio de nueve euros (si las hubiese comprado en la tienda me habrían cobrado 39 euros… para que luego digan algunos que soy una derrochona).
Prueba superada, mi retoño será mañana la estrella del colegio y yo ya me puedo acostar tranquila.
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