martes, noviembre 14, 2006

Mis paranoias

Siempre que Alonso se va de viaje planeo hacer mil cosas. Cuando su ausencia pilla en fin de semana, celebro en casa alguna que otra cena con las amigas, pero esta vez me he decidido por organizar los cajones y armarios del hogar. Juro que lo he intentado y aunque parezca que miento los elementos se han juntado en mi contra. Esta noche, sin ir más lejos, después de ejercer las labores habituales de una madre ejemplar: deberes de Diego, baños, cenas; después de unos cuantos ruegos para lograr que subieran a la habitación y se lavaran los dientes; después de leer los cuentos (soy una artista de la interpretación, modestia aparte) y cuando por fin les iba a dar el beso de buenas noches, me he percatado de una rojez en la cara de Álvaro.
–Cielo, ¿qué te ocurre? –le he preguntado como si fuera un adulto.
–Me pica, mamá, me pica –ha contestado Álvaro con mal cuerpo.
Asustada me he dado cuenta de que la alergia de su cara aumentaba a pasos agigantados. He corrido al armario de las medicinas, le he dado el jarabe del picor y de pronto me he acordado de que hacía tres días Álvaro se subió a la cómoda y se bebió todo el jarabe de la alergia porque le gustaba mucho –por suerte, quedaba muy poco jarabe–.
–¡Diego, Papá está de viaje, corre ponte los zapatos, nos vamos todos al hospital! –he ordenado alarmada.
Los peques se han emocionado por salir a la calle a las diez de la noche en pijama y con el abrigo.
–Mamá, espera que se me ha olvidado una cosa –ha rogado Diego mientras me abrochaba mis zapatillas y localizaba los cheques de la Asociación de la Prensa.
–Date prisa, Diego, ya sabes que las alergias me asustan mucho.
–Toma, mamá, léete mi libro del cuerpo humano y así te tranquilizas.
He contenido la risa y hemos volado hacia el coche.
Durante el trayecto Diego ha soltado todo lo que sabe acerca de los glóbulos blancos y las batallas de los virus. Álvaro, rojo como un tomate, le miraba emocionado y preguntaba si las luces de la calle eran las de Navidad.
He aparcado rápidamente y antes de bajar me he percatado de que la alergia de Álvaro estaba disminuyendo.
-Alvarete, ¿estás mejor?
–Sí, mamá, ya no me pica.
Me he asomado por urgencias del hospital San Rafael. Al ver la multitud de gente que estaba esperando y al notar la mejoría de Álvaro, he desistido en mi intento.
-Chicos, vamos a la farmacia a por el medicamento de la alergia. Seguro que lo podemos controlar.
Ellos tan felices por estar pernoctando y paseando por Madrid en pijama con su madre, la de las paranoias alérgicas (¡a ver si padece un inflamación de glotis y se ahoga!, pensaba yo sin poder expresarlo), asintieron.
A las once de la noche volvió la calma: el jarabe paralizó el brote alérgico y los dos se durmieron en cuestión de segundos.
Lo reconozco, aún no he colocado ningún armario, pero es que a mí tanto estrés paranoico me agota.

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