lunes, enero 08, 2007

Fin de fiestas

Antes de que acabara el año decidí sorprender a mi marido. La insistencia de Diego me convenció, “venga, mamá, ven conmigo”. La pereza intentó dominarme, pero al final cedí.
–Está bien, vámonos. –dije con cansancio.
Mi amado esposo me animó como sólo él sabe.
–Emma, tú estás loca. Seguro que te rompes una pierna y no podrás ir a la fiesta de Nochevieja y recuerda que esta noche tenemos cena. Te vas a matar.
Aun así nos fuimos al Palacio de hielo, alquilamos los patines y Diego y yo nos lanzamos a la pista mientras Juan Fran y Álvaro nos admiraban desde la cristalera.
Al salir, Alonso me abrazó emocionado.
–¡Pero si sabes patinar! Lo has hecho fenomenal. –comentó con cara de sorpresa.
Claro, pensé yo, todavía soy capaz de sorprenderte.


Con agujetas y ampollas en los pies nos fuimos a nuestra tradicional cena del día 30 de diciembre con Esther, Cipri y Barroso. Al día siguiente, por suerte, pude descansar un poco y a media tarde nos arreglamos para recibir el nuevo año. Nos fuimos a casa de los suegros de mi hermano. El glamour nos recibió en la entrada: un enorme Papa Noël se balanceaba en el porche, las luces de los renos nos indicaban la entrada y, dentro, un tren de Navidad, varios belenes y cientos de adornos de Navidad nos trasladaron a un mundo fantástico. Los niños estaban emocionados ante tanto espacio.


Diego desapareció rápidamente y se bajó con su hermano a la discoteca para tocar la batería y jugar al futbolín y al billar. El resto disfrutamos de una rica comida y nos peleamos por ver quien tenía más tiempo a Cayetana en sus brazos. En principio, la cena iba a ser tranquila, pero como la marcha corre por nuestras venas, alargamos la fiesta hasta las cinco y media de la madrugada. Álvaro se ganó la nominación de expulsión del año: destrozó los raíles del tren, a punto estuvo de romper una súper vajilla de la abuela de Virginia, su música trompetera despertó a Manuela y el jardín casi pierde toda la iluminación navideña… “El próximo año no nos invitan, Álvaro”, exclamé según nos sentamos en el coche.


El año no empezó muy bien: el día uno trabajé y el dos la grúa se llevó el coche al taller para cambiarle las ruedas (típico en nosotros: se pinchó una rueda y la de repuesto estaba destrozada). El maratón de rey mago fue agotador (sobre todo porque Álvaro pidió una “caca de juguete” que me costó mucho conseguir. ¡Qué ideas tiene mi niño!). Cuando por fin di por zanjado el tema de reyes, me llamaron mis suegros.
–Emma, por cierto, recuerda que tienes que comprar todos nuestros regalos. Luego hacemos cuentas y te los pagamos. –dijo mi suegra desde el otro lado del auricular.
Yo les mato, pensé mientras sacaba de nuevo mi tarjeta de crédito y me lanzaba otra vez a la calle como una loca.
El cinco de enero, cabalgata. Las propuestas que había recibido eran de lo más variopintas: ir a Pozuelo y participar en una carroza, acudir con unos amigos a las tres de la tarde con una escalera a la Castellana para coger sitio y admirar a los Reyes… Al final, me dio el día apático y me fui yo sola con mis niños a la cabalgata del barrio. Una maravilla. Mis alonsitos a gatas recogiendo caramelos y yo ensimismada con las carrozas.
Al llegar a casa preparamos la mesa para sus Majestades reales con champán, turrón, caramelos y mazapán y en el jardín, pan duro, zanahorias y agua para los camellos. Diego y Álvaro estaban histéricos de emoción y, para qué negarlo, yo también estaba histérica de emoción por verles a ellos tan felices y nerviosos.
A las nueve de la mañana bajamos a ver los regalos y mis peques gritaron como locos: ¡se han comido las zanahorias!, ¡y los Reyes se han bebido el vino!, ¡este año se han pasado con los regalos!, ¡Álvaro, mira, te han traído tu carrito de la compra!, ¡y a mí la Nintendo DS!...
La maratón del día seis acabó con las pocas fuerzas que nos quedaban a Alonso y a mí. Éste fue el recorrido: casa de la abuela Mary, casa de María, comida en casa de mi madre, café en casa de mi hermano y, a las siete, vinieron a casa mis suegros y cuñados y se quedaron hasta las doce de la noche… Agotador.
Se han acabado las fiestas. La normalidad ha vuelto al hogar: los peques están en el cole y yo ya tengo tiempo para escribir en el blog. En breve desaparecerán las ojeras y los kilos de más (año nuevo, dieta de nuevo… ¡qué rollo!)

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