Hay días que aunque me levante con ojeras me miro al espejo y me digo “nena, tú vales mucho”. Y no es que vaya de creída, sino que hay veces que incluso tengo razón.
Normalmente esto sucede cuando Alonso está de viaje (ahora trota por el Tirol, Austria, y no vuelve hasta el domingo). En cuanto él desaparece de casa me entra la hiperactividad y me planteo hacer mil cosas. Esta vez he decidido arreglar el cuarto de Álvaro. No estaba muy convencida, pero como hablo por los codos se lo comenté a Ana (la cuidadora de los niños) y para mi sorpresa cuando llegué al mediodía había desmontado todo el cuarto. Decidido, pensé, esta noche me pongo a trabajar. Compré los diversos útiles: masilla para tapar agujeros, pintura, cinta de pintor, rodillos... Los niños se emocionaron al verme con tantos bártulos y se apuntaron a la operación “renove”. A las nueve terminé de tapar todos los agujeros (más de quince). Mientras se secaba la masilla, di de cenar a los peques y batallé para que se durmieran. Con la ilusión de dormir juntos en la misma habitación aguantaron el sueño hasta las once de la noche. Cené tranquilamente y a las doce admiré mi inicio de obra. En principio pensaba pintar al día siguiente, pero como estaba muy espabilada, me dije, si me pongo ahora seguro que termino a las dos de la mañana. Me planté el modeli pintora (pañuelo en el pelo, guantes, pantalón guarro, camiseta de manga larga y unas gafas de hace años) y me metí en faena. Cubrí toda la habitación -cenefa, puertas, enchufes...- con cinta de pintor, me subí a la escalera y empecé a pintar la parte superior de blanco. Terminé a las dos y media de la mañana y aún me faltaba la parte de abajo. Barajé terminar al día siguiente, pero me dio pereza, así que saqué el bote azul y pinté la parte de abajo. Finalicé mi obra de arte a las cuatro de la mañana, coloqué un poco, me fumé el cigarrito de después del esfuerzo y a las cuatro y media me arrastré hasta la cama oliendo a tigre. A las ocho ha sonado el despertador. Me he duchado con mis ojeras, he llevado a los niños al colegio y sin saber de dónde salían mis fuerzas me he ido a hacer la compra a Carrefour. Ahora hago que trabajo y en un par de minutos de voy a Ikea con mis ojeras y repetiré mentalemente “nena, tú vales mucho”
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