Me rió de mi fase antisocial. El viernes nos invitó a mi abuela Mary a su casa para celebrar su cumpleaños. La convención de primos se alargó hasta las dos y media de la mañana y no solo comimos de maravilla, como es habitual chez Mary, sino que además reímos y rememoramos nuestras andanzas y viejas leyendas urbanas (todo lo que se comentó sobre mí era mentira, pero si así son felices…). A la mañana siguiente llamé para felicitar a mi abuela por el éxito de su fiesta y me mintió. Su frase final la delató
–Ay, Emma, qué pena que el niño de María se pusiera malo. Podríamos habernos quedado más rato. –explicó con voz compungida.
–Abuela, si ya eran más de las dos y media de la mañana… –contesté un poco sorprendida.
Pero me mintió. Al cabo de unos días hablé con María y me relató como la abuela estuvo a punto de irse a la cama porque nosotras no parábamos de cotorrear y ya estaba cansada. Sí, es cierto, se fueron todos los primos salvo nosotras y nuestros respectivos y entre copa y copa, comentario y comentario, no nos percatamos de cómo se iban deslizando las agujas del reloj.
El sábado aprovechamos para vivir al estilo familia telerín. Por la mañana, periódicos, juegos y aperitivo. Y por la tarde, un placentero paseo por la zona peatonal cercana a casa con patines, pelota y nuestras fierecillas.
El domingo, más vida social. Nos sentamos a tomar el aperitivo en el Arturo Soria Plaza con Esther y Cipri mientras los niños jugaban por el parque. Comimos en el Chicago´s (fantástico restaurante porque a las dos actúa un mago y los niños se quedan totalmente abducidos). Diego quería irse a casa de Jorge, Jorge a casa de Diego, Marta también se apuntaba al bombardeo y, como es habitual, Álvaro sólo quería estar conmigo. A duras penas separamos a los amigos inseparables y nos fuimos a ver a Montse y Escuer. Entramos en el búnker. Las persianas bajadas, las puertas cerradas… Pero como éramos multitud decidieron que corriera el aire y dejaron que la luz se colara por las ventanas. Pensé que nos iban a adjudicar a cada uno un bate de béisbol para golpear a quien osara colarse en la mansión, pero tampoco era para tanto (oye, aunque a mí me hubiera hecho ilusión). Escuer, que aún está en fase de mentalización ante su futura paternidad, intentó relajarse con los niños, pero todavía tiene mucho que aprender (ay, amigo, ¡lo que vas a sufrir con tus dos retoños!).
De nuevo en casa, coloqué a mis niños sus delantales y sus gorros de cocina y preparamos un delicioso puding (se me quemó un poco el caramelo, ¡cachis!). Duchas, baños y niños, a la cama.
Me senté agotada, como todo los domingos, y los nervios se me ataron al estómago. Claro, los lunes tengo que ir a trabajar y ver a mi jefe y aguantar mi ira… ¿Por qué no seré rica?
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