—Venga, chicos, daros prisa que vamos en metro. —rogué mientras terminaban de merendar.
—¿En tren? —preguntó Álvaro.
—Sí —contesté para calmarle (con lo terco que es si insisto en que se llama metro y no tren es capaz de ponerse a llorar).
Lo de unirse a las masas es horroroso. El metro a esa hora iba plagado de gente y temí que Álvaro se quedara sin oxígeno o se perdiera entre tanta muchedumbre. Por suerte, un chaval joven se levantó y nos cedió su asiento al ver mi cara de desesperación.
Llegamos al nuevo Palacio de los Deportes y nos sentamos junto a Sandra y sus hijos Lucía y Jorge. A mitad del espectáculo de “Princesas sobre hielo”, de Disney, noté como Diego se tumbaba en el asiento y miraba de reojo a los patinadores.
Salí dispuesta a tomar un taxi y no volver a juntarme con las masas, pero mis niños insistieron e imploraron que volviéramos otra vez en metro. Y una que se deja convencer fácilmente volvió a descender a los túneles de Madrid.
Llegamos a casa agotados. Entre en que el día anterior Manuela celebró su segundo cumpleaños (¡muchas felicidades, preciosa!) y hoy habíamos ido al espectáculo de Disney necesitábamos recargar las pilas.
Alonso aprovechó un momento de soledad con Diego para interrogarle.
—Diego, ¿qué tal lo de los patinadores?
—Papá, no se lo digas a mamá, pero ha sido un rollo... Ese espectáculo sólo sirve para lavar la cabeza a la gente. Hubiera preferido quedarme en casa viendo mis dibujos: Pokémon, Zatch Bell, Naruto...
Oye, el niño tiene gusto, la verdad es que a él lo de las princesas le parecen una mariconez y como a Álvaro no le gusta ir al cine ni ver películas en la tele tampoco se entretuvo mucho, pero aguantó las dos horas. ¡Menos mal que las entradas eran regaladas!
El sábado, tachán, tachán, primer partido de fútbol de Diego contra otro colegio. Yo tenía que trabajar, pero decidí llegar tarde (¡cómo me iba a perder el primer partido de mi primogénito!).
La batalla campal comenzaba a las doce. Diego botaba por nuestra cama desde las ocho de la mañana con los nervios a flor de piel. A las once y media llegamos al campo del colegio y para mi sorpresa comprobé que ya estaban jugando. Histérica me acerqué al entrenador. “Tranquila, Diego juega en el segundo partido”, me explicó Manuel.
En el primer partido ganó el colegio de Diego 8-0. Las expectativas eran optimistas, pero la realidad fue más dura. Los goles empezaron a colarse en nuestra portería, Diego y sus amigos correteaban en grupo alrededor de la pelota, el entrenador gritaba que se separaran, los padres vociferábamos a pleno pulmón... El resultado: 3-7. ¡Y qué bien nos lo pasamos!
Entré en el periódico agotada por el estrés. Me senté e intenté relajarme. A las dos y media apareció Alonso con mis dos retoños en ABC, así que les hice un tour turístico y les enseñé las rotativas, los talleres, la redacción...
—Mamá, cómo mola tu cole —dijo Diego —. Lo que más me ha gustado es la cafetería. ¡Qué suerte! Tenéis coca-colas, patatas, ganchitos... Jo, en nuestro cole no hay esas máquinas tan chulas.
Diego, el gran futbolista, decidió que había que celebrar su primer partido y que debíamos ir al Mc Donald`s (¡qué juerga!). Zampamos unas hamburguesas y volví a trabajar.
Por la tarde, (¿he contado que llevo fatal la dieta?) hice con Álvaro un bizcocho de limón y leche frita (súper dietético y digestivo).
El domingo, en mitad de la comida, Álvaro hundió a Alonso en la miseria.
—Papá, sé que eres mi padre, pero no te quiero. —declaró mientras comía los macarrones.
—Emma —dijo Alonso fulminándome con la mirada—, olvídate de tener un tercero. Corremos el riesgo de que salga peor que Álvaro...
No hay comentarios:
Publicar un comentario