La noche del sábado Álvaro insistió en que tenía que dormir con Diego y Enrique. Mamá, que también es mi amigo, alegó en su defensa. Al final ganó su terquedad. Junté las camas y Enrique se puso en medio para estar al lado de Diego y, cómo no, pegadito a Álvaro. Chicos, haced que os dormís y una vez que Álvaro esté en los brazos de Morfeo me lo llevo a su habitación y así vosotros podéis hablar de vuestros secretos, susurré a sus oídos. Ellos, que son muy buenos, asintieron. Sin embargo, a los veinte minutos todos dormían plácidamente.
Pasaron las horas y comenzó el espectáculo nocturno. Álvaro me llamó a gritos (¡mamá, mamita!) unas cinco veces. Entre sueños, como siempre, me levanté, le calmé, le tapé y me volví a dormir (cinco veces, repito).
A la mañana siguiente, entre porras y churros, Enrique me miró sorprendido. Emma, me explicó, esta noche he dormido muy bien pero me he despertado varias veces por los gritos de Álvaro. Vaya, lo siento, dije entre mordisco y mordisco de mi napolitana, como Diego nunca se despierta pensé que tú no lo habías oído. Sí, Emma, lo escuché y me sorprendió porque sólo te gritaba para decirte que te quería, que te quería desde la Tierra al infinito, que te quería hasta Júpiter y Saturno... Sí, Enrique, él es así, suspiré con ojeras en mis ojos, cuando seas mayor entenderás que hay amores que matan y hay amores que agotan, que agotan mucho. Alonso, que leía con interés los suplementos de domingo, levantó la vista, me miró de reojo y exclamó: ¿y tú encima quieres un tercero? Eres una masoca. No, querido, soy una incomprendida, bufé mientras me zampaba unas cuantas calorías de napolitana y mi mente mascullaba una estrategia para convencerle del tercero. Difícil y compleja misión.
Mis niños en el periódico gratuito Metro. ¡Ya son famosos!....Aunque casi no se les vea (foto superior, la de la guerra de las galaxias
Imagen ampliada. Ay, qué monos
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