Tras los percances médicos, llegan los dramas tecnológicos. El domingo la calma volaba por casa: los niños veían sus dibujos tranquilamente y yo preparaba en la cocina su cena. Un grito dual sonó en la planta baja y escuché como Diego y Álvaro subían a toda velocidad por la escalera. Mamá, la tele se ha apagado sola, de verdad que no hemos hecho nada, de pronto se ha quedado con la pantalla en negro. Bajé, oí los latidos agónicos del tubo catódico y certifiqué la defunción del televisor (13 años de vida, que no está nada mal). La cara de preocupación de Diego era demoledora. ¿Qué te ocurre, Diego?, pregunté como quien no quiere la cosa. Mamá, esto es un drama, el 25 de febrero empiezan a emitir los nuevos capítulos de Pokemon Diamante y si no tenemos tele..., sollozó. Vaya, Diego, pues eso sí que es un drama, sobre todo porque creo que no vamos a comprar otra tele, ya sabes que a mí no me gusta nada, expliqué con cara seria. No, mamá, gritaron ambos, por favor, por favor. No, por ahora no hay tele y ahora subid a cenar, impuse con tono cariñoso.
Durante la cena los razonamientos de Diego fueron demoledores: claro, mamá, tú no quieres una tele porque cuando eras pequeña sólo tenías dos canales y encima la veías en blanco y negro, pero ahora hay muchos canales. Además, en el colegio me voy a convertir en un bicho raro por no tener televisión, no es justo. Ay, ¡qué drama, qué drama!, lloraron ambos ante el plato de sopa. Reconozco que me fue muy complicado aguantar la risa, pero lo logré.
A la mañana siguiente dejamos a los niños en el cole y nos fuimos a la busca y captura de la nueva tele. Alonso y yo no pudimos aguantar la tentación y nos concedimos el caprichazo: una Sony Bravia de 42 pulgadas, vamos, como una pantalla de cine. Volvimos a casa, la escondimos y esa noche aguantamos hasta que los peques estuvieran dormidos para instalarla. Durante dos días los niños no bajaron al cuarto de estar (para qué, mamá, si no hay tele, explicó Diego). Por fin, el miércoles, después de que Diego terminara los deberes bajamos con ellos. Álvaro dejó escapar un grito de emoción y a Diego le brillaron los ojos al descubrir la mega pantalla. ¡Sois los mejores padres del mundo!, exclamaron felices.
Y en breve le toca a la nevera que también ha cumplido 13 años y hace un ruidito que no me gusta nada, nada, nada.
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