Me desperté cansada, sin ganas de hacer nada. Voy aprovechar que hoy no trabajo para descansar, pensé el viernes cuando mis tres hombres abandonaron la casa. De pronto, me acordé de la cena que tenía por la noche en casa de Paloma (cena CESIP -Celia, Emma, Sandra, Isabel y Paloma- ¡qué graciosa soy!) y me entraron los nervios. Me coloqué mi gorro de cocinera, seleccioné las recetas de la thermomix e hice en menos de una hora el paté de higaditos, el pisto para rellenar la empanada y la masa de la empanada. Al cabo de un rato, la nevera enfriaba las dos terrinas de paté (¡qué hice una para mi Alonso!) y la mesa lucía dos empanadas bien diferenciadas: una con las iniciales CESIP y otra decorada con un corazón para mis chicos. Misión cumplida, ahora descanso. Ay, no, que tengo que ir al Corte Inglés a cambiar un regalo, que me renueven la tarjeta -qué de tanto usarla se han borrado los números- y a comprar un aspirador. Paseaba por la rebajas de Blancolor cuando sonó el móvil. Los de Pozuelo tenían un problema con el díptico que les había diseñado. Rápidamente bajé al aparcamiento y volví a casa sin comprar nada. Arreglé el problemilla y oí que Alonso entraba por la puerta. ¡Ya es la hora de comer!
La tarde se esfumó entre llevar a Álvaro a un cumpleaños, poner a estudiar a Diego y su amigo Alejandro, recoger a Álvaro, baños y cenas. Por fin, a las nueve y cuarto, me sentaba en el coche de Sandra con mi empanada y mi paté. Recogimos a Isabel y empezó la aventura.
Para llegar a casa de Paloma debíamos coger el nuevo túnel diseñado por Gallardón. Entramos sin problemas. De pronto, tuvimos que elegir si tomábamos dirección a Toledo o a Valencia. ¡A Toledo!, dijo Sandra. No, sigue recto que la salida de Fernández Ladreda es la siguiente, afirmé convencida. Me equivoqué y sin saber cómo aparecimos en Vallecas. ¡Ahí está la farmacia de Carlos!, gritó Isabel. Cojonudo, Isa, pero lo que queremos es salir de Vallecas y volver a la M-30, ¿qué hacemos?, solté entre risas histéricas. No sé, contestó, bueno sí, Sandra toma el siguiente desvío y pisa un poco el acelerador que aquí no hace falta que vayamos a 70, explicó Isa disgustada porque no pasábamos por delante de la farmacia de su marido. Pero, ¿sabéis dónde vamos?, preguntó Sandra. Sí, coge el desvío M-30 Norte, ordenó Isabel. Pero tenemos que ir en dirección contraria, dije aún más contrariada. Qué no, Emma, que por aquí se va hacia el periódico, contestaron las dos a la vez. ¡Pero la casa de Paloma está en la otra dirección!, grité al darme cuenta de que estábamos al lado del tanatorio. ¿Qué hago?, preguntó Sandra. Vete a la derecha y bordea el tanatorio, tenemos que coger la puta M-30 en dirección contraria, ordené entre carcajadas. Sonó el teléfono. Era Paloma. ¿Dónde estáis? En el tanatorio. ¿En qué tanatorio? En el de la M-30. ¿Pero qué hacéis ahí? Nos hemos perdido. Tenéis que coger el desvío Fernández Ladreda. Eso intentamos, Paloma.
Tras varios gritos y con ataque de risa histriónico volvimos al túnel. El desvío que nos indicaba Paloma no aparecía por ningún lado y salimos al Vicente Calderón. ¡Mierda, otra vez vamos mal!, logré decir entre carcajadas. Cambio de sentido y de nuevo al túnel. Paloma volvió a llamar. Guía turística del túnel, dígame, dije al contestar. Déjate de tonterías, Emma, ¿dónde estáis? En el Vicente Calderón. ¡Pero que hacéis ahí! No sé, Paloma, no sé. Emma, no te entiendo, deja de reírte. No puedo.
Tras hora y media en el coche y circular en sentido contrario por una calle, llegamos. Un vino, por Dios, pedí nada más entrar. Celia apareció media hora más tarde tan contenta. ¡Qué bien me ha traído el tom-tom! Y lancé una mirada de súplica a Sandra para que actualizara su tom-tom.
Por fin nos sentamos a degustar nuestras delicias gastronómicas: jamón, paté, empanada, alcachofas con piñones, ensalada de arroz, solomillos de cerdo con salsa y, de postre, tarta de manzana (¡mi preferida!) y, como no, vino y champán (del bueno, que Paloma lo reservó en Navidades para nosotras). Las risas y conversaciones fueron de lo más variadas: sexo, periódico, críticas, cotilleos, niños... Un no parar. A la una y media, apareció Raúl, el marido de Paloma, que venía de cubrir la campaña electoral. Aguantó quince minutos y huyó despavorido a dormir.
A las tres y media dimos por concluida la cena. Volví con Celia. Al llegar al desvío hacia el aeropuerto el tom-tom nos indicó que cogiéramos otra salida, obedecimos y, oh, mierda, ¡nos volvimos a perder! El tom-tom dejó de funcionar, aparecimos en el Vicente Calderón, en una carretera desconocida, de nuevo en el túnel, un coche iba marcha atrás por la M-30... ¡Una pesadilla plagada de carcajadas! Por fin, a las cuatro y media, llegué a casa. ¡Y eso que hoy pensaba descansar!
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