Lunes, llueve. Martes, llueve. Miércoles, llueve... Y así el resto de la semana. Las primeras gotas fueron una fiesta. Pensar que los pantanos se iban a llenar, que la sequía se alejaba... ¡Pero esto ya es un exceso! Nuestros planes de fin semana se desvanecen dentro de casa, las manías se acentúan (orden, limpieza casera...); ha terminado la competición futbolística (quedamos los últimos, por si alguien lo dudaba) y encima no puedo disfrutar de mi fantástico jardín. Por Dios, que vuelvan los rayos de sol, el calorcito, la ropa de primavera (ay, que no hay forma de que continúe con mis planes de dieta)...
Luego aparecen las frases de mis hijos que me hunden en la miseria. Por ejemplo, el sábado preparé una deliciosa merluza al horno con patatas. Tras los elogios de mis suegros (no esperaba menos) aparecieron las caras de asco de mis retoños. Jo, mamá no nos gusta el pescado, refunfuñaron. Pues si no os lo coméis os lo pongo para cenar, amenacé como siempre. Pues de mayor mi novia será una cocinera del Burguer King, explicó Diego. Sentí que me clavaban un puñal en lo más profundo de mi corazón (¡cómo me gusta ser cursi!). Ay, hijo, qué mal gusto, lloré para mis adentros, con lo bien que cocina tu madre. Alonso desde el otro extremo de la mesa apagaba su risa sorbiendo un poco de agua. ¡Pues yo quiero una novia del McDonald's!, gritó Álvaro. Y me pregunto yo a mí misma: ¿qué he hecho yo para merecer esto?
martes, mayo 27, 2008
jueves, mayo 22, 2008
Acutángula
Mamá, mañana tengo examen de mates, ¿me ayudas?, preguntó Diego. ¡Cómo no!, exclamé como todos los días. Al cabo de media hora me vi inmersa en el mundo geométrico y aluciné. Según mis neuronas los triángulos se dividen en equilátero, isósceles y obtuso. Hasta aquí todo claro. Pero de pronto descubrí que también pueden ser acutángulos, rectángulos y obtusángulos. Leí estos extraños nombres, puse cara de conocerlos a la perfección, como si fueran íntimos amigos, e intenté aguantar el ataque de risa. Venga, Diego, vamos a repasar.
-¿Cómo se llama el triángulo que tiene dos lados iguales?
-Isósceles.
-¿Y el triángulo que tiene sus ángulos agudos?
-Acutángulo.
-¿Qué polígono tiene sus ángulos iguales 2 a 2 y sus lados iguales?
-El rombo, que además es paralelogramo.
¡Cuánto vale mi niño y que tonta es su madre acutángula!
-¿Cómo se llama el triángulo que tiene dos lados iguales?
-Isósceles.
-¿Y el triángulo que tiene sus ángulos agudos?
-Acutángulo.
-¿Qué polígono tiene sus ángulos iguales 2 a 2 y sus lados iguales?
-El rombo, que además es paralelogramo.
¡Cuánto vale mi niño y que tonta es su madre acutángula!
martes, mayo 20, 2008
Una cuestión de pilotos
El piloto rojo se encendió. Mierda, exclamé dentro del coche, ya están las lucecitas amargándome la vida (la última vez que se alumbró un piloto no le hice caso y se cayó el perro del maletero).
-Alonso, se ha encendido el piloto del aceite -le expliqué sin mirarle a los ojos y temiéndome lo peor.
-Pues habrá que llevarlo al taller.
Me lo temía, pensé con desgana.
Así que al día siguiente me tocó dejar mi adorado coche y volver a casa andando. Sólo son diez minutos, pero si bajo un cielo soleado te cae una tromba de agua y si encima te acabas de alisar el pelo, te acuerdas del piloto rojo y de la madre del piloto rojo.
Esta mañana realicé un acto heroico: me fui al trabajo caminando. Para que no me sucediera como la última vez (me caí por un terraplén, casi me rompí el coxis y estuve una semana tomando antiinflamatorios), decidí modificar el trayecto. Seguro que si cruzo Conde de Orgaz tardo menos y no corro riesgos, razoné con las neuronas un poco dormidas. El día era soleado y las florecitas y floripondios adornaban los megas chalets del trayecto. Una estampa muy bucólica para alguien normal. Pero si eres alérgico y empiezas a estornudar cada dos pasos, la nariz te moquea y el rímel te embadurna la cara por el lagrimeo, te acuerdas del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las florecitas, de los floripondios, del jardinero que plantó los arbustistos y de los dueños de los mega chalets que contrataron al jardinero. Entre estornudo y estornudo miré el reloj, habían pasado treinta y cinco minutos y aún me faltaba un buen trecho para llegar al periódico (por mi camino habitual sólo tardo veinticinco minutos). Desesperada, aceleré el paso, los estornudos, el moqueo, el lagrimeo y la mala leche. Salvo un piropo de un camionero que desde la altura de su cabina no percibió mi imagen alérgica, todo fue nefasto.
-Alonso, esta tarde me llevo tu coche y tú vuelves andando -le espeté nada más verle. Eso sí, a distancia para que no se asustara de mi imagen sudorosa.
-Vale -contestó sin entender mi cara de mal humor.
Por la tarde, con el coche de mi Alonso, fui a por los niños y los llevé a la peluquería. Volvieron súper guapos (yo, tras mi experiencia matutina, seguía horrorosa). De pronto, llamaron del taller. "Ya está arreglado su coche. Puede venir a buscarlo cuando quiera, estamos aquí hasta las ocho", comentó el mécanico. ¡Mi coche!, suspiré emocionada.
-¡Chicos, poneros los zapatos que nos vamos a buscar mi adorado coche! Venga rápido que sólo faltan quince minutos para que cierren el taller -grité un poco neurótica.
-Jo, yo quiero ver los dibujos -se quejó Diego.
-Y yo no quiero caminar -sollozó Álvaro.
-No me fastidiéis, ahora mismo nos vamos a por el coche, y rapidito...
-Pues entonces vamos en bici -impusieron mis "adorables niños".
Y en el trayecto hasta el taller, corriendo por las aceras detrás de mis hijos en bici, esquivando farolas, evitando que les atropellara un coche y sudando la gota gorda me acordé del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las flores, de las bicis, de mis hijos y de la madre de mis hijos (es decir, de mí).
-Señora -dijo el mecánico perplejo del panorama de las bicis, los niños y la madre sudorosa-, le he tenido que cambiar el aceite, el filtro del aire del motor, el filtro del aire acondicionado y le he puesto nuevos los pilotos traseros que estaban rotos. Así que la factura asciende a...
-Ni me lo cuente, pasé la tarjeta de crédito y deme las llaves de mi coche, por favor -contesté sin fuerzas.
Abrí el maletero, coloqué las bicis, puse los cinturones de seguridad, arranqué, llegué a casa, saqué las bicis, los niños y, por fin, me senté en el sofá.
-Emma, son casi las nueve, cómo es que los niños no están en pijama -preguntó Alonso al entrar por la puerta.
-¿Y tú por qué has venido tan tarde?
-Es que he esperado a que me trajera Barroso en coche.
-¿No has venido andando?
-No.
-Pues te toca bañar a los niños, ponerles el pijama, darles la cena, hacer los deberes con Diego y acostarles.
-Uff, ¿qué te pasa? Te noto malhumorada.
-Nada, es culpa del piloto.
-¿Qué piloto?
-Déjalo, amor, luego te lo cuento...
-Alonso, se ha encendido el piloto del aceite -le expliqué sin mirarle a los ojos y temiéndome lo peor.
-Pues habrá que llevarlo al taller.
Me lo temía, pensé con desgana.
Así que al día siguiente me tocó dejar mi adorado coche y volver a casa andando. Sólo son diez minutos, pero si bajo un cielo soleado te cae una tromba de agua y si encima te acabas de alisar el pelo, te acuerdas del piloto rojo y de la madre del piloto rojo.
Esta mañana realicé un acto heroico: me fui al trabajo caminando. Para que no me sucediera como la última vez (me caí por un terraplén, casi me rompí el coxis y estuve una semana tomando antiinflamatorios), decidí modificar el trayecto. Seguro que si cruzo Conde de Orgaz tardo menos y no corro riesgos, razoné con las neuronas un poco dormidas. El día era soleado y las florecitas y floripondios adornaban los megas chalets del trayecto. Una estampa muy bucólica para alguien normal. Pero si eres alérgico y empiezas a estornudar cada dos pasos, la nariz te moquea y el rímel te embadurna la cara por el lagrimeo, te acuerdas del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las florecitas, de los floripondios, del jardinero que plantó los arbustistos y de los dueños de los mega chalets que contrataron al jardinero. Entre estornudo y estornudo miré el reloj, habían pasado treinta y cinco minutos y aún me faltaba un buen trecho para llegar al periódico (por mi camino habitual sólo tardo veinticinco minutos). Desesperada, aceleré el paso, los estornudos, el moqueo, el lagrimeo y la mala leche. Salvo un piropo de un camionero que desde la altura de su cabina no percibió mi imagen alérgica, todo fue nefasto.
-Alonso, esta tarde me llevo tu coche y tú vuelves andando -le espeté nada más verle. Eso sí, a distancia para que no se asustara de mi imagen sudorosa.
-Vale -contestó sin entender mi cara de mal humor.
Por la tarde, con el coche de mi Alonso, fui a por los niños y los llevé a la peluquería. Volvieron súper guapos (yo, tras mi experiencia matutina, seguía horrorosa). De pronto, llamaron del taller. "Ya está arreglado su coche. Puede venir a buscarlo cuando quiera, estamos aquí hasta las ocho", comentó el mécanico. ¡Mi coche!, suspiré emocionada.
-¡Chicos, poneros los zapatos que nos vamos a buscar mi adorado coche! Venga rápido que sólo faltan quince minutos para que cierren el taller -grité un poco neurótica.
-Jo, yo quiero ver los dibujos -se quejó Diego.
-Y yo no quiero caminar -sollozó Álvaro.
-No me fastidiéis, ahora mismo nos vamos a por el coche, y rapidito...
-Pues entonces vamos en bici -impusieron mis "adorables niños".
Y en el trayecto hasta el taller, corriendo por las aceras detrás de mis hijos en bici, esquivando farolas, evitando que les atropellara un coche y sudando la gota gorda me acordé del piloto rojo, de la madre del piloto rojo, de las flores, de las bicis, de mis hijos y de la madre de mis hijos (es decir, de mí).
-Señora -dijo el mecánico perplejo del panorama de las bicis, los niños y la madre sudorosa-, le he tenido que cambiar el aceite, el filtro del aire del motor, el filtro del aire acondicionado y le he puesto nuevos los pilotos traseros que estaban rotos. Así que la factura asciende a...
-Ni me lo cuente, pasé la tarjeta de crédito y deme las llaves de mi coche, por favor -contesté sin fuerzas.
Abrí el maletero, coloqué las bicis, puse los cinturones de seguridad, arranqué, llegué a casa, saqué las bicis, los niños y, por fin, me senté en el sofá.
-Emma, son casi las nueve, cómo es que los niños no están en pijama -preguntó Alonso al entrar por la puerta.
-¿Y tú por qué has venido tan tarde?
-Es que he esperado a que me trajera Barroso en coche.
-¿No has venido andando?
-No.
-Pues te toca bañar a los niños, ponerles el pijama, darles la cena, hacer los deberes con Diego y acostarles.
-Uff, ¿qué te pasa? Te noto malhumorada.
-Nada, es culpa del piloto.
-¿Qué piloto?
-Déjalo, amor, luego te lo cuento...
Ay, casi
¡Que me desmayo, que me desmayo!, vociferé desde la grada al contemplar el cuarto regate seguido de mi hijo. El corazón se me puso a mil por hora. Mi emoción contenida me rizó el pelo de golpe y una lágrima de emoción asomó por mi ojos. De pronto, un pase a Pablo Lisalde y ¡¡¡gol!!!. El griterío de todos los padres hizo que el tiempo se parara y explotara el júbilo. ¡Qué momento! Íbamos ganando el partido, unos fieras... Pero la ilusión duró un minuto (tiempo que el equipo contrario tardó en colarnos un gol). Incluso llegamos a un glorioso empate: 3-3. El final del combate (ya no era partido, era combate a vida muerte) nos derrotó y, oh, qué pena, perdimos por 5-3. Exhausta, agotada y satisfecha salté al campo abracé a Diego y dejé que la lágrima escondida cayera por el suelo de nuestra derrota. "Emma, son malísimos" dijo el que dice ser mi marido (en momentos como éste lo dudo) y, como es habitual, le fulminé con la mirada.
miércoles, mayo 14, 2008
lunes, mayo 12, 2008
El alienígena
Anoche llegó mi adorado Alonso de Nápoles, así que para hablar de todo lo acontecido durante estos últimos cinco días, decidimos ir a comer fuera.
-Hoy eliges tú -ordené al subir al coche.
No sé cómo, porque al él no le gustan nada, se decidió por un chino/tailandés. Debíamos esperar un poco y fui al baño. Al salir comprobé que ya estaba sentado, busqué nuestra mesa y me acoplé a su lado. Le miré extrañada, tenía una cara rara, como desencajada.
-Cielo, -empezó a decir- me he equivocado en la elección.
-¿Por?
-No te has dado cuenta.
-¿De qué?
-Mira a tu derecha.
Giré la cabeza y se me revolvió el estómago al ver al extraterrestre.
-Lo siento -musitó cabizbajo.
-¡Qué tontería, ni que tú supieras que ese elemento se alimentaba aquí! -reí.
Comimos muy bien, relatamos nuestras historias y, por supuesto, no dejamos que el jefe que lleva más de dos años sin hablarme nos amargara la comida. ¡Faltaría!
Pd. Una que es muy creativa (¡viva mi modestia!) se ha permitido hacer una caricatura para que mis adorados seguidores del blog se hagan una idea del alienígena.
-Hoy eliges tú -ordené al subir al coche.
No sé cómo, porque al él no le gustan nada, se decidió por un chino/tailandés. Debíamos esperar un poco y fui al baño. Al salir comprobé que ya estaba sentado, busqué nuestra mesa y me acoplé a su lado. Le miré extrañada, tenía una cara rara, como desencajada.
-Cielo, -empezó a decir- me he equivocado en la elección.
-¿Por?
-No te has dado cuenta.
-¿De qué?
-Mira a tu derecha.
Giré la cabeza y se me revolvió el estómago al ver al extraterrestre.
-Lo siento -musitó cabizbajo.
-¡Qué tontería, ni que tú supieras que ese elemento se alimentaba aquí! -reí.
Comimos muy bien, relatamos nuestras historias y, por supuesto, no dejamos que el jefe que lleva más de dos años sin hablarme nos amargara la comida. ¡Faltaría!
Pd. Una que es muy creativa (¡viva mi modestia!) se ha permitido hacer una caricatura para que mis adorados seguidores del blog se hagan una idea del alienígena.
lunes, mayo 05, 2008
El sábado pasado...
A las seis de la tarde aparecieron por casa María, Víctor, Mónica y Vitín (la familia tilde).
-¿Ya habéis decidido a qué parque vamos a ir? -preguntó mi prima.
-Sí, al Juan Pablo II -contesté emocionada mientras llenábamos el maletero de bicis (las de Diego y Álvaro) y tres monopatines para sus primos.
Alonso torció el morro y se quejó en el coche.
-Emma, no entiendo por qué quieres ir a ese parque con el calor que hace. Sería mejor ir al Juan Carlos I que hay más árboles y, sobre todo, más sombra.
-Pues haberlo dicho antes -rugí-, además los niños seguro que disfrutan más en éste porque hay un camino para bicicletas y monopatines.
Desembarcamos todos los bártulos. Vitín se apropió del monopatín de "Cars", Mónica del dorado (luego se quejó todo el camino porque ella realmente quería el plateado)
y Diego y Álvaro de sus súper bicis y corrieron al parque. María y yo cotorreábamos felices y, tras nosotros, Alonso y Víctor se quejaban de que no hubiese ninguna sombra.
Al cabo de quince minutos, llegaron Roberto, Virgina, Manuela (con su triciclo) y Cayetana (en su sillita). Virginia se unió al grupo feliz que, además, había conseguido un banco con algo de sombra (a los diez minutos la sombra era total, que conste) y Roberto (¡cómo no!) se quejó del parque.
Los niños, felices, descubrieron los canales árabes y empezaron a chapotear con el agua. Los juegos eran muy inocentes: tiraban la pelota en un extremo y la recogían al final del canal, simulaban que un barco navegaba por las aguas... Hasta que Vitín se cayó al agua. Sus zapatos se empaparon. María, tranquilamente, se los quitó y le propuso que mojara sus pies por los canales. Víctor al oírla exteriorizó su ira, "María, ¿cómo se te ocurre? Esa agua seguro que tiene cientos de bacterias, estará contaminada, corrupta... ¡Los niños se van a poner malos!". Las chicas, atónitas, le miramos y no le hicimos caso.
La iniciativa de Vitín fue seguida por Mónica, Diego (que terminó con los pantalones y la camiseta empapados) y Álvaro. ¡Álvaro!, grité, espera que te quito la ropa y así no te mojas. Alonso giró y vio a su pequeño en calzoncillos, se levantó, me disparó ira con sus ojos y se fue.
¡¡Nos estamos saltando las normas!!, gritó Víctor encolerizado. ¿Qué normas?, preguntó Virginia que disfrutaba con las risas de Manuela y Cayetana. Las normas de la lógica y el razonamiento, zanjó Víctor.
De pronto, una mujer bajó en patines por la cuesta empujando un carrito de bebé (sin niño, por suerte). Sin saber cómo se desequilibró y voló por los aires con el carrito incluido.
Emma, nos has traído a un parque de locos, dijo Roberto conteniendo la risa y observando desde lo lejos las heridas de la mujer.
La tensión se mascaba en el ambiente así que rogamos a los niños que vinieran para vestirlos. ¡Jo, con lo bien que nos lo estamos pasando!, gritaron todos a la vez. Les convencimos rápidamente: si os vestís nos vamos a cenar al McDonalds. Dicho y hecho. Anduvimos con todos los mecanismos con ruedas hasta los coches (Oye, Emma, la próxima vez aparcamos en una puerta que esté más cercana a los columpios, se quejó Roberto). Llegamos hasta la placita de la entrada. Diego y Álvaro se fueron a dar otra vueltecita en bici, Manuela decidió seguirles con su triciclo y Mónica y Vitín empezaron a correr la maratón y Roberto les siguió desesperados. El resto, sentados en un agradable banco, conversábamos de nuestros avatares. El móvil sonó. Es Roberto, comenté extrañada al descolgar. Malos padres, gritó por el auricular, estoy en la otra esquina del parque vigilando a todos vuestros hijos. Víctor, azorado, intentó ir en su busca, pero al final desistió al ver lo lejos que estaban.
Por fin, reunimos al redil y cenamos relajadamente en el McDonald's.
-Cielo -comenté con tono dulce a mi Alonso antes de dormir-, mañana nos ha propuesto Roberto que vayamos a su piscina.
Alonso me miró con terror.
-Pues conmigo no cuentes, que hoy ya he tenido suficiente.
¡Cómo sufre mi amor!
-¿Ya habéis decidido a qué parque vamos a ir? -preguntó mi prima.
-Sí, al Juan Pablo II -contesté emocionada mientras llenábamos el maletero de bicis (las de Diego y Álvaro) y tres monopatines para sus primos.
Alonso torció el morro y se quejó en el coche.
-Emma, no entiendo por qué quieres ir a ese parque con el calor que hace. Sería mejor ir al Juan Carlos I que hay más árboles y, sobre todo, más sombra.
-Pues haberlo dicho antes -rugí-, además los niños seguro que disfrutan más en éste porque hay un camino para bicicletas y monopatines.
Desembarcamos todos los bártulos. Vitín se apropió del monopatín de "Cars", Mónica del dorado (luego se quejó todo el camino porque ella realmente quería el plateado)
y Diego y Álvaro de sus súper bicis y corrieron al parque. María y yo cotorreábamos felices y, tras nosotros, Alonso y Víctor se quejaban de que no hubiese ninguna sombra.
Al cabo de quince minutos, llegaron Roberto, Virgina, Manuela (con su triciclo) y Cayetana (en su sillita). Virginia se unió al grupo feliz que, además, había conseguido un banco con algo de sombra (a los diez minutos la sombra era total, que conste) y Roberto (¡cómo no!) se quejó del parque.
Los niños, felices, descubrieron los canales árabes y empezaron a chapotear con el agua. Los juegos eran muy inocentes: tiraban la pelota en un extremo y la recogían al final del canal, simulaban que un barco navegaba por las aguas... Hasta que Vitín se cayó al agua. Sus zapatos se empaparon. María, tranquilamente, se los quitó y le propuso que mojara sus pies por los canales. Víctor al oírla exteriorizó su ira, "María, ¿cómo se te ocurre? Esa agua seguro que tiene cientos de bacterias, estará contaminada, corrupta... ¡Los niños se van a poner malos!". Las chicas, atónitas, le miramos y no le hicimos caso.
La iniciativa de Vitín fue seguida por Mónica, Diego (que terminó con los pantalones y la camiseta empapados) y Álvaro. ¡Álvaro!, grité, espera que te quito la ropa y así no te mojas. Alonso giró y vio a su pequeño en calzoncillos, se levantó, me disparó ira con sus ojos y se fue.
¡¡Nos estamos saltando las normas!!, gritó Víctor encolerizado. ¿Qué normas?, preguntó Virginia que disfrutaba con las risas de Manuela y Cayetana. Las normas de la lógica y el razonamiento, zanjó Víctor.
De pronto, una mujer bajó en patines por la cuesta empujando un carrito de bebé (sin niño, por suerte). Sin saber cómo se desequilibró y voló por los aires con el carrito incluido.
Emma, nos has traído a un parque de locos, dijo Roberto conteniendo la risa y observando desde lo lejos las heridas de la mujer.
La tensión se mascaba en el ambiente así que rogamos a los niños que vinieran para vestirlos. ¡Jo, con lo bien que nos lo estamos pasando!, gritaron todos a la vez. Les convencimos rápidamente: si os vestís nos vamos a cenar al McDonalds. Dicho y hecho. Anduvimos con todos los mecanismos con ruedas hasta los coches (Oye, Emma, la próxima vez aparcamos en una puerta que esté más cercana a los columpios, se quejó Roberto). Llegamos hasta la placita de la entrada. Diego y Álvaro se fueron a dar otra vueltecita en bici, Manuela decidió seguirles con su triciclo y Mónica y Vitín empezaron a correr la maratón y Roberto les siguió desesperados. El resto, sentados en un agradable banco, conversábamos de nuestros avatares. El móvil sonó. Es Roberto, comenté extrañada al descolgar. Malos padres, gritó por el auricular, estoy en la otra esquina del parque vigilando a todos vuestros hijos. Víctor, azorado, intentó ir en su busca, pero al final desistió al ver lo lejos que estaban.
Por fin, reunimos al redil y cenamos relajadamente en el McDonald's.
-Cielo -comenté con tono dulce a mi Alonso antes de dormir-, mañana nos ha propuesto Roberto que vayamos a su piscina.
Alonso me miró con terror.
-Pues conmigo no cuentes, que hoy ya he tenido suficiente.
¡Cómo sufre mi amor!
domingo, mayo 04, 2008
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