Ring, ring, sonó el teléfono el viernes antes de irme a Segovia.
-Hola Emma. Soy Pablo, ¿cuándo puedo ir a tu casa para estar con Diego?
-Huy, hoy no puede ser, pero si quieres vente el lunes y te quedas a dormir.
-Vale -contestó con ilusión.
El lunes por la tarde la casa rebosaba de niños: Diego, Álvaro (los míos) y Pablo y su hermano Nacho que tiene la misma edad que Álvaro. Chapotearon en la piscina, vieron sus dibujos favoritos, comieron palomitas y por fin a la una y media de la mañana después de unos cuantos gritos se durmieron.
A las nueve les estaba preparando el desayuno que les había prometido: tortitas con nata. Según daba vuelta y vuelta a cada tortita notaba como el sudor recorría mi frente. Mi mente me trasladó a Estados Unidos y me imaginé como el típico negro de las películas que no para de hacer hamburguesas frente a la ardiente plancha de cocina. Un grito me devolvió a la realidad. "Mamá, ¡¡queremos más tortitas!!", gritó Diego desde el jardín. Cumplí sus órdenes, me senté con ellos y observé como dos tortitas seguían huérfanas sobre el plato.
-¿No vais a comer más? -interrogué perpleja.
-No, ya estamos llenos -contestaron al unísono y corrieron a jugar.
Allí estaba yo y sobre el plato estaban ellas. Demasiada tentación. Sin darme cuenta noté como me empezaban a engatusar, incluso percibí un seductor guiño de ojo. No, tengo que aguantar, me dije con pleno convencimiento. Las tortitas me miraron con pasión y deseo. Me hice la dura, me encendí un cigarro y evité observar la tentación. Pero, ay, cuando noté como lloraban con desconsuelo me dejé seducir. Sí, lo sé, en materia gastronómica soy muy facilona (en otras materias no lo voy a desvelar) y me daban tanta pena las tortitas. Apagué el cigarro, acerqué el plato y... Y vi al pobre bote de nata montada melancólico y abandonado. Me miró con tristeza y... Y cogí el bote de nata, formé una montaña, me zampé las dos tortitas repletas de nata, gocé de la mezcla de sabores y... Y me entró el cargo de conciencia, pensé en la operación biquini, en los vestidos que me acababa de comprar... Decidido, el lunes retomo la dieta... Pero, ¡qué ricas estaban las tortitas, qué sabrosas, que dulzonas!... Puro placer.
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