La noche anterior al inicio escolar los nervios volaban por las habitaciones. Las mochilas preparadas, los libros forrados (¡qué pesadilla!), los estuches rebosantes de bolígrafos, lápices, gomas...
-Venga, a dormir, que mañana no va a haber forma de despertaros -supliqué varias veces.
-Ay, mamá, me siento tan nervioso como la noche de reyes... No tengo sueño... Tengo tantas ganas de ver a mis amigos... -sollozó Diego.
-Pero si ayer cenamos con muchos de ellos.
-Ya, pero no he visto a Enrique.
-Anda, duérmete.
-¡Qué nervios!
-¡¡¡Mamá!!! -gritó Álvaro desde su habitación.
-¿Qué ocurre?
-Que yo no quiero ser bilingüe. Cuando haya inglés me voy a ir al patio. Habla con doña Carmen y dile que yo no "hago" bilingüe.
-Eso no puede ser.
-¿Por qué?
-Porque si no vas a clase la directora me obligará a cambiarte de cole.
-Bueno, seré bilingüe... Odio el colegio.
A las ocho de la mañana Diego ya estaba vestido y preparado para salir.
-Álvaro, date prisa, que no quiero llegar tarde.
-Pues yo no quiero ir al cole.
Por primer año Álvaro lucía su pantalón gris, polo blanco y jersey rojo con el escudo del colegio... Más guapo, más mayor.
-Álvaro, este año las chicas de tu clase van a ir con falda, va a ser tu primera experiencia -le explicó Diego muy serio.
Intenté contener la risa.
-¿Y cuál es la experiencia? -preguntó Álvaro intrigado.
-¿Sabes lo que hacía yo con mis amigos?
-No, ¿el qué?
-Nos tumbábamos debajo de las escaleras huecas y cuando bajaban las niñas les veíamos la bragas.
-¡¡¡Diego!!! -grité con media sonrisa-, no le cuentes eso a tu hermano, eso no hay que hacerlo.
"Tú hazme caso", oí que le susurró al pequeño.
En el colegio los abrazos de los amigos sonaban por todo el patio, la emoción y las sonrisas contagiaban a los padres que, felices, suspiramos al sentir de nuevo la tranquilidad y el descanso después de unas largas vacaciones.
¡Viva la rutina!
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