Después de varias entrevistas -algunas surrealistas, como la de la mujer mayor que me sugirió que no metiera al demonio en casa contratando a una jovencita que pudiera tentar a mi marido, ya le vale-, empezó a trabajar Liset en casa. Abandoné la horterada y le expliqué cómo hacer las distintas labores del hogar.
Al día siguiente, según entré por la puerta, me dijo que se habían ido los plomos. Me quedé dos segundos paralizada, blanca como la nieve y corrí como una loca por todas las habitaciones desenchufando todos los aparatos electrónicos: ordenador, televisiones, dvds, teléfonos, nevera... Liset me seguía atónita, pensando que estaba en una residencia de locos de atar (¡que no es para tanto!). Una vez desenchufada la casa, retiré el sudor de mi frente, respiré y entrecortadamente logré explicarle mi histeria: "Liset, no te asustes, es que la última vez que se fueron los plomos se quemaron todos los aparatos electrónicos". Su cara aterrada se fue relajando, aunque creo que aún está un poco sorprendida (¡y lo que le queda por ver!).
Diego y Pablo soplan las velas junto a sus amigos
El viernes me ayudó a preparar 70 sandwichs y partí con mi coche al estilo gitano: el maletero rebosante de bandejas con comida, bebidas, sacos, pelotas... En el colegio todos brincaban alrededor, todos querían saber en qué coche iban, todos chillaban, todos estaban felices... Y mi histeria apareció al pensar que se me podía olvidar algún niño. Al final más de treinta se reunieron en el parque Juan Carlos I para celebrar el cumpleaños de Diego y Pablo Barriopedro. Jugaron al fútbol, con los sacos simularon ser bolos, comieron, soplaron las velas, zamparon cientos de chuches, corretearon... Las madres mientras cotorreábamos, controlábamos y disfrutamos de una soleada tarde que se alargó hasta las nueve y media de la noche.
Volvimos a casa. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes. El cansancio era demoledor. Diego enseñaba con emoción sus regalos a Álvaro y Enrique, su amigo invitado.
-¡Chicos, a dormir! -exclamé con un hilillo de voz.
Y por una vez me hicieron caso.
El sábado se esfumó entre juegos y parques. Por la noche, el cumple de mi cuñada en Malevos. Por fin me relajé, disfruté de la cena y a la una me pedí un gin-tonic (me lo tenía merecido). Sonó el móvil.
-Emma, nos tenemos que ir -me susurró Alonso-, Álvaro está con asma.
Miré la copa y me despedí de ella y de toda la familia.
Álvaro estaba mejor, Diego le explicó a mi suegra cómo darle la medicación, y su respiración adquirió un ritmo normal.
-Venga, a dormir, no pasa nada, chicos...
Uff, a partir de mañana me paso a la coca-cola light sin cafeína, que tanto estrés me va a matar. Y que acabe septiembre que tanta fiesta y tanto cumpleaños van a acabar conmigo. ¡Divino septiembre!
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