jueves, septiembre 02, 2010

Verano 2010: una vuelta y un adiós

Divino verano

Las maletas, bicis y productos de la tierra (ay, que en Madrid no hay tomates de verdad) copan el maletero. Lo bueno se acaba. Ninguno tenemos ganas de volver. El motor arranca e inconscientemente el cerebro repasa la película de los últimos quince días de verano que nos han regalado momentos fantásticos, anécdotas maravillosas y un gran dolor.
Antes de partir hacia Segovia, los niños organizaron una acampada en el jardín con Stéphan. Prepararon la ropa, intendencia, linternas, sacos... Todo listo para aterrorizar la noche con historias de miedo bajo la luz de las estrellas. Un momento de felicidad.

Mis chicos, unos auténticos jinetes

¡Pero qué estilo tiene de mi Alonso!
(Para no ofender al animal, la autora no ha insertado una foto de ella sobre el caballo. Todo un detalle)

En Saldaña, descubrí que no he nacido para ser amazona. ¡Menudo espectáculo verme trotar por las tierras segovianas! Yo que iba toda mona empecé a botar sobre el caballo y sentí como mis carnes se desbocaban, los pendientes me abofeteaban los mofletes, el colgante volaba y chocaba contra mis dientes -cerré la boca aterrada por volver desdentada-, los estribos se me escapaban... Después, tres días de agujetas y dolor abdominal. Ocultaré cómo subí y bajé del caballo, un espectáculo digno de olvidar. ¡Un horror!
Los días se escapaban entre la piscina, los paseos y la lectura. Álvaro, pueblerino total, desaparecía con su bici, compraba el pan, ayudaba a recoger peras en el huerto... El niño más conocido de Saldaña. Diego invitó a su amigo Alejandro, otro clásico del verano y uno más en la familia.

A orillas del Duero, en San Esteban de Gormaz, Soria
Un baño con glamour

Se me empañan los ojos. Faltan 50 kilómetros para que lleguemos a Madrid. No quiero. Volvería a San Esteban de Gormaz, a bañarme en el gélido río Duero -el descubrimiento de este año, el paraíso infantil-, a reír con nuestros chapuzones y a degustar después un delicioso cordero. A las partidas de frontón y ese momento inolvidable: cuando al mostrar la técnica de la raqueta a los niños -siempre tan modesta- encesté la última pelota que nos quedaba entre la alambrada y el muro, allá en lo alto. A nuestro cine de verano bajo las estrellas -sigo sin verlas, qué desastre-. A nuestras cervecitas bien frías y a las cenas en "El Rasero", Riaza.


Quince días de tranquilidad, de felicidad que se rompieron con un mensaje en el móvil.
Giramos a la derecha, llegamos a casa y las lágrimas se agolpan en los ojos. Lucas no va a salir a recibirnos, a enroscarse feliz entre nuestras piernas, a maullar para que lo mimemos. Lucas, nuestro amor, nuestro gato, un gran protagonista de este blog, nos abandona después de 14 años y todos estamos tristes. "Mamá, no quiero más mascotas", me susurra Diego lloroso y con el corazón encogido.

Lucas y sus historias:
Y la emotiva despedida que le hizo Alonso.

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