Huy, mira qué mal está Lucas, comentó Alonso al ver que el gato elevaba el rabo y no encontraba postura para tumbarse. Observamos al felino y el lunes lo llevé al veterinario. Tras una radiografía y otras cuantas pruebas diagnosticó. A Lucas le ha mordido otro gato en el inicio del rabo y tiene una infección interna, dijo Agustín, el veterinario que en dos días me ha sableado 180 euros. Le inyectó unos antibióticos, un antiinflamatorio y me explicó los medicamentos que debía administrarle. El martes, al llegar a casa, mi preocupación fue en aumento. Lucas tenía parte de la piel del rabo sin pelo y un bulto gigantesco que desvelaba la sangre coagulada de su interior. Alonso lo llevó rápidamente al veterinario y le dijo que era normal, que por ahí estaba supurando la infección y que lo lleváramos al día siguiente para que se lo limpiara a conciencia. Vaya, me quejé yo, pues mañana tenía que ir a hacer la compra. Resignada me levanté, desayuné, cogí el transportín de Lucas y le llamé, pero no vino. Qué extraño, pensé, estará tumbado en algún sofá. Le busqué y rebusqué. La lluvia cada vez era más intensa. Alonso, Lucas no está en casa, le dije por teléfono. Yo le he visto esta mañana salir por la ventana, tal vez le haya pillado la lluvia y no volverá hasta que se apacigüe un poco. El reloj marcaba la hora de ir a trabajar. Ana, si ves a Lucas, llámame, estoy preocupada, no es normal que con cuarenta de fiebre, una infección y en ayunas desaparezca tanto tiempo, comenté.
Hora de la comida: Lucas no aparece. Cinco de la tarde: seguimos sin saber de él, los niños comienza su búsqueda por un terreno cercano, el parque e interrogan a los vecinos. Nadie lo ha visto. Llamo al veterinario y le informo de lo sucedido. Mi mente calenturienta se lo imagina muerto en alguna esquina. Baño a los niños, les pongo el pijama, salgo de nuevo al jardín y veo a Lucas en casa de la vecina. ¡Chicos, ha aparecido Lucas! Saltamos el muro y lo recuperamos. Su aspecto cada vez es peor, la piel se ha despegado de su cuerpo, la sangre cubre su rabo y se ven los músculos interiores del rabo. Alonso, ¿puedes llevar al gato al veterinario?, interrogó por teléfono. Emma, imposible, tengo muchísimo follón, contesta con tono estresado. Diego y Álvaro me miraron con ojos de súplica. Mamá, ¿podemos ir contigo? Pero si estáis en pijama, contestó con media sonrisa. Bueno, está bien, poneros el abrigo y os venís conmigo.
Agustín se frotó los ojos al ver el espectáculo: Diego y Álvaro en pijama, yo con cara de desesperación y Lucas con el rabo en carne viva.
Te traigo el kit completo, le dije al entrar en la consulta. Los niños bombardearon al veterinario con mil preguntas, pero una vez que Lucas estuvo dormido y Agustín iba a cortarle la parte de piel que tenía muerta, le rogué a los niños que esperaran fuera. Jo, mamá, no me dejas ver "House" y tampoco me dejas ver como curan a Lucas, refunfuñó Diego al salir.
Ahora Lucas está que da pena, le tengo que inyectar dos medicamentos en el profundo agujero que tiene en su cuerpo y, por supuesto, no puede salir de casa. Pero, por lo menos, esa noche dormimos tranquilos al ver que nuestra fiera estaba en casa.
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