Se acercaba el cumpleaños de mi marido y decidí hacerle un regalo original. Después de mucho pensar se me ocurrió una gran idea. Me fui a la papelería e hice acopio de todo el material necesario: cartulinas, pintura, pinceles, rotuladores y un marco de cristal. Al llegar a casa les propuse a mis hijos que preparáramos algo especial para papá. Les coloqué los delantales y dibujaron con acuarelas distintos dibujos de difícil comprensión.
-Muy bien, chicos, os ha quedado precioso. Ahora vamos meter nuetras manos en la pintura y las vamos a poner en la cartulina para que queden nuestras huellas marcadas.
-¡Bien!- gritaron los dos a la vez.
Cuando ya estábamos terminando pasó tímidamente el gato.
-Peques, ¿qué os parece si ponemos también las huellas de Lucas?
-Mamá, eso es una fantástica idea -contestó Diego, que siempre habla como si viviésemos dentro de una película.
Cogí al gato y le pringué las patas con acuarela roja. Puse su pata en la cartulina, me bufó aterrado y salió corriendo. Me levanté y salí escopetada detrás de él y los niños, detrás mío.
-¿Por qué corremos, mamá?
-¡Lucas, párate, Lucas!- gritaba como un posesa.
-Mamá, ¿qué ocurre? -preguntaban los niños a mis espaldas.
Me paré. No había forma de alcanzar al gato. Miré alrededor y casi me caigo redonda. Me puse tan pálida que hasta mis hijos se asustaron.
-¿Por qué estás triste? -me interrogó Diego.
En ese momento me entró un ataque de risa. El panorama era desolador. Toda la casa estaba llena de huellas rojas de gato: en el sofá, en las paredes, en el suelo, en las escaleras... Y, lo peor, el gato seguía recorriendo la casa sin parar. Tenía que urdir rápidamente un plan para capturarle.
-¡Lucas! -grité mientras abría una lata de paté de salmón y trucha.
Al ratito vino el gato a por su manjar. Me abalancé sobre él y lo sujeté con fuerza.
-¡Chicos, al baño, corred, corred!
Álvaro reía emocionado al encerrarnos todos en el servicio.
-Niños, ¡ropa fuera!
Primero, bañé al gato, que me dejó todos los brazos marcados por sus uñas. Después, nosotros tres.
-¡Qué divertido, mamá, esta tarde hacemos otra cartulina con huellas! -sugirió Diego con el asentimiento de Álvaro.
-No, peques, todavía no hemos terminado el regalo.
-¿Qué vamos a hacer?
-Ahora viene lo más divertido.
Nos vestimos rápidamente y preparé el kit de trabajo de cada uno.
-Chicos -les dije mientras les entregaba un trapo y un esponja-. Vamos a hacer una competición.
-¡Bien! -gritaron emocionados sin saber de mi engaño.
-A ver quién de nosotros es el que más huellas de Lucas borra de la casa.
-¡Bravo1 -exclamaron con las esponjas en alto.
Yo les miraba atónita, sin entender donde estaba la gracia.
La tarde fue fantástica. Según mi último cálculo, limpiamos más de doscientas huellas y la casa quedó como los chorros del oro.
-Hola, familia, ¿qué tal la tarde? -dijo Alonso al llegar a casa-. No sé que habéis hecho, pero la casa está impecable. Peques, ¿habéis sido buenos?
-¡Síiii! -gritaron los dos guardando el secreto.
-Papá, tonto- remató Álvaro para mostrar su cariño.
-¿Emma, dónde está Lucas? -preguntó Juan Fran cuando estaba a punto de dormirse-. No le he visto en todo el día.
-Ay, Alonso, qué pesadito eres con el gato. No sé, se habrá ido a dar una vuelta.
-Me extraña que no haya vuelto. -Se levantó y salió al jardín. Llamó a Lucas varias veces hasta que por fin apareció.
Alonso subió indignado.
-Emma, el gato está rojo.
-¿En serio?, ¿qué le habrá pasado?
-No sé, pobrecito mío, voy a darle un baño.
Lucas le miró con ojos suplicantes, pero al final cedió a la tortura. En un día, dos baños.
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