jueves, mayo 17, 2007

Oídos y primos

Un llanto a las tres de la mañana. Saltó de la cama y corro hacia la habitación de Álvaro. Álvaro grita asustado al comprobar como la sangre se desliza por su nariz. Rápidamente le llevo al baño, le limpio, le tranquilizo y tras media hora le vuelvo a meter en la cama. Mamá, quiero el bibe, solloza. No, Álvaro, aún es de noche, tienes que dormir, susurró con tono bajo. Pero él insiste, llora y suplica. Por fin, el sueño le vence y el mío se desvanece. Deambulo por la casa con el insomnio metido en la venas y me pongo a colocar los papeles de hacienda. Las cinco de la mañana. Mi agobio por no dormir me obliga a meterme en la cama e intentar captar las ondas oníricas. Un grito se escucha en mitad del silencio. ¡Ay, ay! Salto de la cama y corro hacia la habitación de Diego. Mamá, grita Diego, me duele la muela. Le observo con calma. Diego, no es la muela es el oído. Llora con furia. Venga, cielo, vístete que nos vamos a urgencias, le comentó con suave voz. ¡Ay, ay!
A las seis y cuarto llegamos a la sala de espera del Hospital San Rafael. Sólo una pareja con un niño nos acompañan. Y les conozco: el ex alcalde de Madrid, Álvarez del Manzano, con su mujer y su nieto. No puedo evitar sonreír por la casualidad o más bien por la curiosidad. Diego Alonso, acuda a la sala cuatro, se oye por el megáfono. La doctora le osculta, observa su oído y nos da el diagnóstico: leve otitis. Ya son las siete y media de la mañana, vamos a la farmacia compro los medicamentos y Diego se emociona con los tapones de oído que tendrá que utilizar a partir de ahora para bañarse en la piscina. Me arrastro hasta casa. Diego ya no quiere dormir, enciende la tele y aprovecho para echar una cabezadita.
El resto del sábado se escapó entre el orden, las petunias y los juegos. Y el domingo, barbacoa de primos. El evento, en el jardín de los padres de Virginia. Una maravilla. Los niños (Mónica, Vitín, Manuela, Diego y Álvaro) corrieron como locos, se bañaron en la helada piscina, gritaron, se columpiaron... Y nosotros, "los adultos" disfrutamos porque los niños estaban entretenidos y pudimos hablar y reír. Y falta Cayetana, que fiel a sus costumbres, sólo quiso estar en brazos de su madre. Y el vino se esfumó en el paladar de Nico, Clara, JF y yo. Y la cerveza sin alcohol, en el de Virginia, María, Víctor y Roberto. Y todos compartimos las chuletas, la chistorra, la morcilla y los helados de avellana y almendras. Y en breve repetiremos, porque hay tradiciones que hay que mantener.

PD: Mañana, fotitos

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