Isabel y Pablo organizaron el sábado un cena para que viésemos cómo había quedado la obra de su casa y nos echáramos unas risas. Antes de ir, recogimos a mi madre con la teta aplastada y la mandíbula dolorida por el tortazo que se dio en una inauguración. La gente más que la exposición elogio el vuelo sincronizado que realizó mi amada madre al bajar por una pequeña rampa: saltó, voló y se estampó contra el suelo. “Menos mal que no llevo silicona, me habría estallado”, pensó mi avergonzada madre tirada sobre la alfombra y levantándose rápidamente para disimular su vergüenza. Según nos acercábamos al portal de Pablo e Isabel, mi madre admiró mi modelito y mi belleza (ay, qué modesta soy).
—Emma, vas muy guapa. Estilo “opá”. —comentó.
—¿Opá?
—Sí, Emma. Qué inculta eres. Es un estilo de los años sesenta.
—Pues no me suena.
—Hija, conéctate a internet y así te enteras. Ay, me extraña tanto que no lo conozcas...
—Pues a mí tampoco me suena el estilo “opá” —me apoyó mi querido marido.
—¡Cómo sois! —exclamó mi madre zanjando la conversación.
Antes de que el ascensor llegara a la tercera planta se me iluminó la mente. Bueno, más que la mente me acordé de la imaginación e inventiva de mi madre y hallé la solución.
—Mamá, seguro que es estilo “opá”.
—Sí, pesada.
—¿No será “pop art”?
—Hmmm... Bueno, eso “opá”.
Y Alonso y yo nos empezamos a reír a carcajadas.
—Así que la inculta era yo —dije entre risas— Pop art, mamá, pop art.
—Hija, ha sido un lapsus.
La velada en casa de Isabel y Pablo fue fantástica, aunque Roberto y Juan Fran salieron un poco humillados y avergonzados —Virginia no porque lo tiene asumido desde que su abuela le dijo a Roberto que su nieta era una "inútil" porque no sabía ni coser, ni cocinar, ni planchar...—. La humillación invadió a mi amado Alonso al contemplar como Pablo había montado la fantástica cocina de Ikea con la sierra de calar, como cocinaba (vamos que yo quedé culinariamente hablando a la altura del betún en comparación con la cena que nos sirvieron, toda elaborada por Pablo). Y, el remate: al finalizar la cena Pablo nos ofreció un maravilloso concierto de piano.
—Alonso, contigo me he equivocado —le dije antes de dormirme—. O me das un tercer hijo o me separo de ti. Ni tocas el piano, ni cocinas, ni montas muebles... Aunque, para qué negarlo, te quiero mucho.
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