Los niños saltaron a la cama con todos los regalos que le habían preparado en el colegio. El felicitado abrió los paquetes con delicadeza: un reloj de papel ("Papá, marca las "oras""); una felicitación en inglés que ni siquiera Diego era capaz de traducir; un bote de yogur de cristal cubierto con plastilina y adornado con unas cuantas lentejas y unos granos de arroz ("para el lapi, papá, lapi", gritó el peque desesperado).
-Menos mal que me compré la cámara digital. Estos regalitos van directos a la estantería de los horrores-. Lo dijo sin darse cuenta, pensando que no le iba a oír. Pero se equivocó. Mi cólera subió desde los pies hasta la cabeza. Abrí la boca y en ese preciso instante un grito incontrolable inundó toda la habitación. Era como si la niña del exorcista hablase a través de mí: "!Será posible!, !qué poca sensibilidad! Los niños llevan toda la semana haciendo los regalos. Eres la leche, cada día me encabronas más. Además, los regalos son divinos".
Su risa apagó mis gritos.
-Vale, los niños se lo han currado mucho. Lo acepto. Pero no me digas que son divinos porque, ahora que no nos escuchan, son horribles. Si te parece me llevo el botecito al periódico para poner los lápices y que todo el mundo admire la reliquia.
-Sin comentarios, amor, sin comentarios.
Esto tiene mala pinta: voy a ser la diana a la que dispare cada día esta Emma Lindo, o Elvira Peña. Lástima que yo no sea Muñoz Molina. Si alguien quiere algo más "cosmopolita", puede cambiar de canal:
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No me ofendas, cultureta. Que ya sabes que cuando soy buena, soy muy buena; pero cuando soy mala, soy mejor. Quien se pica...
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