Kashba, nuestra amada tortuga, procede de las arenas del desierto africano. Al principio le costó adaptarse: el parquet era demasiado fino para ella. Aunque, en verano, descubrió los placeres ocultos de la sierra madrileña. Pisó la tierra y lo decidió: a mí no me mueven de este paraíso. Su temporada estival fue fastuosa. Los manjares aparecían por doquier: hormigas, mariquitas, tomates... Un lujo. Empezó a empeorar el tiempo y se temió lo peor. Lloraba pensando que tenía que volver al apartamento de sus dueños. Rápidamente se puso a escarbar e hizo un enorme agujero, se tiró a él y se cubrió con la arena a duras penas. La busqué con desesperación, removí todas las plantas, miré en el chiscón, inspeccioné entre los periquitos, pero no la encontré. Traumatizada volví a Madrid. "Bueno, seguro que el próximo fin de semana la localizo", pensé. Craso error. Aquella semana nevó y no hubo manera de encontrarla. "Pobre animalito", sollozaba yo en mi interior. Volví pasado el invierno y apareció ante mí como una visión. Estaba bien hermosa, lustrosa y su tamaño se había duplicado. Desde entonces la dejé vivir independiente, a su aire, en el jardín de Guadarrama y con la supervisión de mi vecina Clarita que cada vez que pasa por nuestra casa lanza a través del muro unas hojas de lechuga, tomates, fresas o cualquier otra fruta de temporada. Además, pasado un tiempo, la tortuga descubrió el sabor de las criadillas y se hizo adicta. Kaos, el bull-terrier de mi madre, tiene pánico al jardín. Antes le enloquecía tumbarse panza arriba. Pero un día sintió un bocado en los cojones. El perro, aterrorizado, se puso a ladrar. Miró a sus testículos y casi lloró de dolor: la tortuga le había pegado un buen mordisco en su don más preciado. Lucas, el gato, aprendió la lección y al igual que Kaos decidió no volver a tumbarse en el jardín (!y eso que sus cojones son meramentes ilustrativos, está capado).
Así que, pese a Darwin, la tortuga domina al perro, al gato e incluso a los humanos que siempre tenemos que salir calzados para que no devore nuestros pies.
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