martes, agosto 01, 2006

Dulces sueños

“Cuando llega la noche, llega la calma”, dice una amiga mía con insistencia cada mañana. Sin embargo, en la residencia estival ocurre todo lo contrario. Los primeros en dormirse son los peques: Diego cae como un tronco, sin embargo la batalla con Álvaro dura más de una hora. Al cabo de un tiempo, lo consigo. Pero lo peor aún está por llegar. A las once comienza la sesión cine, Pepe y yo nos acomodamos en los sofás y Alonso se une al grupo. Le recibimos con mala cara.
-Cielo, vete a dormir arriba- suplico con dulce voz.
-No, me apetece estar con vosotros- contesta emocionado.
A la media hora, Pepe inicia sus amenazas.
-Emma, si no se va le voy a dar una toba en la cara o le meto dos papeles por la nariz. No soporto sus ronquidos.
Alonso ronca en “do mayor”.
-Pepe, me voy a la cama para leer un rato- comento entre bostezo y bostezo.
-Despierta a Juan Fran y que se vaya contigo- suplica Pepe.
-No, que seguro que se desvela.
-¡Estoy harto de todos vosotros!-grita Pepe- ¡Kaos deja de lamerte, tampoco a ti te aguanto!
Sigilosamente huyo a mi habitación. Al cabo de media hora aparece Alonso con cara somnolienta.
-¿Por qué me has dejado abandonado en el salón?
-Estabas tan dormidito…-contesté feliz de mi tiempo de tranquilidad.
El concierto a dos tonos de la planta superior de la residencia estival empieza a la una y media de la mañana. Alonso hace de primera voz y mi madre, de segunda con melodía de “do mayor” y “si menor”. Me costó bastante, pero al final me he habituado a dormir en estéreo y con temblor de paredes ante la notoriedad de sus ronquidos.
A las dos y media me invade un leve sueño. Mis párpados se entrecierran al ritmo de los ronquidos, por fin voy a descansar. Entre sueños siento que unas agujas perforan mi cuero cabelludo, como si un peine de púas quisiera penetrar en mi cerebro. Asustada abro los ojos. Lucas, el gato, está sobre mi cabeza; quiere beber agua y no puede salir de la habitación. Me levanto y le abro la puerta. En ese breve lapso de tiempo, Kaos se cuela y se sube a mi cama. Enfadada, echo a todas las fieras.
Son las cuatro, aún no he dormido nada. El cansancio me vence. A la media hora, Diego se mete en mi cama. Y a la hora, aparece Álvaro. Alonso se levanta y huye a otra habitación. En su huida, el gato y el perro se cuelan de nuevo. Admiro el espectáculo: Diego y Álvaro duermen a pierna suelta en mi cama junto al gato, el perro me ha robado la almohada y ladra entre sueños, Alonso se ha ido y yo, yo estoy agotada. En medio de la somnolencia, Morfeo me propone la solución. Me levanto y me tumbo en el suelo, lo más alejada posible de Kaos. Son las seis y media, tengo que dormir.

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