No me puedo mover. Con el más leve movimiento me pierdo. Parece mentira, pero este año hemos fallado. En cuestión tecnológica nos hemos traído todos los aparatos posibles: ordenador portátil, ipod, dvd… Sin embargo, no tenemos Internet. Alonso, desesperado, rastreo con el portátil toda la casa.
-¡He pillado el wifi de algún vecino! ¡Es fantático!- gritó emocionado.
Mi abuela se colocó las gafas y le miró por encima del periódico.
-Emma, no es por nada pero tu marido habla en otro idioma. No entiendo nada de lo que dice- me susurró mi adorada nonagenaria mientras Alonso daba brincos de alegría.
-Abuela, no sufras, son cosas tecnológicas.- le empecé a explicar- Para que podamos navegar por Internet necesitamos pillar la red de alguien porque…
-Emma, déjalo, no me entero de nada. Prefiero estar rodeada de mascotas… A ellas sí que las entiendo.
Desde el descubrimiento de mi amado marido, los conflictos se suceden. Para que funcione hay que estar sentado en el extremo de uno de los sofás del salón (sólo ahí se pilla) y es el lugar más requerido por todos nosotros.
Por las mañanas, cuando Pepe llega de la academia, las discusiones entre cuñados se multiplican. Para evitar roces, he pensado comprar un cogeturnos (vamos, como el de las carnicerías… Es que no sé como se llama) y un cronómetro para que no lleguen a las manos. Yo, en cambio, como siempre he sido un búho, me engancho a las dos de la mañana, me acurruco en la esquina del sofá y exprimo a mi vecino, que debe estar de vacaciones o bajándose películas en el e-mule y desde hace un par de días está siempre conectado. Es bueno llevarse bien con los vecinos. ¡Sobre todo si no sabe que le estamos pirateando!
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