lunes, octubre 30, 2006
Fiebre de Halloween
–Emma, ¿aprovechamos que están mis padres y nos vamos al cine y a cenar por ahí? –preguntó Alonso emocionado mientras cogía las llaves del coche.
Le miré con cara de espanto.
–Cielo, lo siento, pero no puedo con mi alma.
En el fondo mi marido es un santo. Me miró con cara resignada y me obligó a que me tumbara en el salón. "Venga, no te preocupes, saldremos mañana", dijo amorosamente.
-No, mañana tenemos fiesta de Halloween en casa. -contesté tímidamente.
-¿A cuánta gente has invitado?
-Pues entre niños y adultos somos quince.
-Tú estás loca...
Al día siguiente el panorama era aún más desolador. Las toses superaban el umbral de los gritos de los niños y la fiebre me hacía sudar como un pollo.
–Emma, lo mejor será que suspendamos la fiesta de esta noche –comentó Alonso.
–No, imposible. Los niños están súper emocionados y Ana les ha hecho unos disfraces de murciélagos divinos. No la puedo suspender.
Alonso dio la batalla por perdida y no rechistó.
Por la mañana decoré toda la casa con calabazas, murciélagos y fantasmas. Al mediodía, mis suegros nos invitaron a comer a un restaurante para celebrar sus cumpleaños. Lo agradecí, aunque entre el primer y el segundo plato noté como la fiebre superaba la temperatura de la lasaña.
De nuevo me arrastré hasta casa, vestí a mis peques con sus disfraces y les pinté la cara. A las siete llegaron todos los invitados: la brujita Manuela, el diablo Jorge, las morticias Eva y Lucía y la diablesa Marta. La panda fantasmagórica se apoderó de la planta baja y bailaron, comieron, jugaron y gritaron como auténticos demonios. Los mayores disfrutamos en el salón de una agradable velada con discusiones y risas. A la una de la mañana el cansancio dominó a las fieras nocturnas.
–Emma, estoy agotado –suspiró Alonso mientras barría las palomitas que inundaban el cuarto de estar.
–Yo también –me dejó contestar la fiebre.
–Bueno, mañana nos quedamos en casa y descansamos –auguró.
–No, Alonso, mañana tenemos la comida sorpresa de mi abuela por su noventa cumpleaños.
Alonso no volvió a hablar hasta el día siguiente.
Por la mañana ya no tenía fiebre, más bien al contrario, tenía fiebre a la inversa, es decir, 34 grados. Al principio pensé que el termómetro estaba roto, pero tras comprobar con todos mis hombres que funcionaba pensé “eres rara hasta para tener fiebre”.
A las tres nos presentamos en el restaurante. Al cabo de unos minutos apareció mi abuela y se emocionó al ver que todos nos habíamos citado para celebrar su genial cumpleaños. Comimos de maravilla y a las seis nos fuimos con todos sus bisnietos al parque. Mis toses, mis niños y mi derrengado marido entramos en casa a las ocho de la tarde.
-Chicos, hoy os vais a dormir sin duchar. No puedo con mi alma. –suspiré entre tos y tos.
Esta mañana he vuelto a trabajar. Por lo menos aquí descansaré.
Más imágenes aquí.
martes, octubre 24, 2006
Hace un año...
El juicio debía celebrarse a las doce del mediodía, pero cuando pasó la hora y me percaté del retraso que llevaba, llamé a Ana para que fuera a recoger a Álvaro al colegio.
–Está bien, iré a por Álvaro. Por cierto, hoy se me han olvidado las llaves, pero no te preocupes, ya está solucionado. -me engañó para no aumentar mi estrés y mi dosis de lexatín.
Sí, Ana había olvidado las llaves. Al darse cuenta, llamó a casa de la vecina y le rogó que la dejara saltar desde su jardín al mío. Ana se subió a la silla, saltó el muro y comprobó que, como es habitual en mí, me había dejado abierta la puerta de la cocina que da al jardín. Entró en casa y se puso a limpiar y a colocar el desorden. Cuando la llamé para avisarla de que tenía que ir ella a por Álvaro se puso a temblar. La puerta de entrada de la casa estaba cerrada, no podía abrirla y ¡la vecina se había ido de viaje! Se sintió encerrada y angustiada. Las neuronas le funcionaron rápidamente. Cogió una súper escalera, abrió el ventanal del salón y bajó la escalera hasta el jardín. Miró por todos lados y al ver que no venía nadie, saltó desde la ventana a la escalera y simulando que estaba limpiando los cristales entornó la ventana y bajó hasta el suelo.
Álvaro volvió todo sonriente del colegio, pero al ver la escalera se puso a llorar.
–¡Por la puerta, Ana! -gritó insistentemente.
Tras una ardua labor de persuasión, Ana consiguió que subiera por la escalera y ambos entraron a casa.
Las cuatro. El juicio aún no se había celebrado. Llamé a Ana y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara que ella iba a buscar a Diego.
Ana cogió a Álvaro, el trapo de limpiar los cristales y se abalanzó de nuevo a la escalera. Bajó simulando otra vez que limpiaba los cristales (¡los más limpios del barrio!) y se fueron a buscar a Diego. A las cinco y media subieron desde el jardín por la escalera Diego, Álvaro y Ana. Los niños estaban emocionados por la aventura. A las seis terminó el juicio. Al llegar a casa y ver el jardín decorado con la escalera pensé que algo que había ocurrido y que esa señal confirmaba mi pérdida del juicio. Entré en casa, besé a mis niños y Ana me contó sus desventuras. Por fin, logré reír a carcajadas. Sabía que había perdido, pero nadie podría vencerme en lo importante...
viernes, octubre 20, 2006
Descanso marital
martes, octubre 17, 2006
Mis fieras
“Son riquísimos, son una monada, me los comería a besos…” Estas expresiones salen de mi boca con una frecuencia diaria. Aunque hay días, aún no sé por qué, que mi efusión cariñosa se disimula un poco. Y claro, la culpa es de ellos o de su edad o de su sinceridad. Por ejemplo, hoy sin ir más lejos, al llegar a casa Ana me ha contado la primera trastada de Álvaro: se ha encerrado en el baño con el pestillo y durante diez minutos ha sido incapaz de abrir la puerta. Tras los consejos de Diego, ha conseguido salir airoso. Pacientemente me he sentado a hablar con él y le he explicado que si vuelve a encerrarse y llega el lobo no podría ayudarle. Aterrado, me ha contestado que nunca más volvería a hacerlo. Al cabo de unos minutos, me ha enseñado sus nuevas dotes para descender las escaleras cabeza abajo.
Resignada, les he bañado y he repasado por decimoquinta vez la tabla de multiplicar del cuatro con Diego (¡qué tortura!). La cena discurría tranquila –con los gritos sintonizados de “¡no quiero puré!” – y he comenzado mi interrogatorio escolar.
–Álvaro, ¿qué has hecho hoy en el cole? –he preguntado con una amplia sonrisa.
–He pintado pedos.
–Venga, Álvaro, ¿cuéntame qué has pintado?
–Pedos y cacas.
–Vale, y qué has comido.
–Pis y caca.
Agotada por su fase escatológica y mi diálogo de besugos, he preguntado a Diego.
–Y tú, Diego, ¿qué tal?
–Todo bien. Por cierto, mamá, a ver si adelgazas un poco. Te pareces a un elefante.
He repasado mentalmente la tabla de multiplicar del cuatro para relajarme y me he salido a la terraza a fumar un cigarro y a expulsar con cada calada mi mala leche.
–¡Mamá, ven con nosotros! ¡Y no fumes que te vas a morir! –gritaron los dos al unísono.
De nuevo en la cocina, me han mirado con cara extrañada.
–¿Qué te ocurre, mamá?
“Capullos, no sólo me llamáis gorda sino que además me torturáis con respuestas escatológicas y ni siquiera me dejáis fumar un cigarro sin remordimientos de conciencia”, he pensado furiosamente.
–Nada, chicos, que os quiero mucho. Tomaros las natillas y así os leo los cuentos.
“Sí, Álvaro, el cuento de Caperucita y el del Soldadito de Plomo que te leo desde hace más de tres meses, que me sé de memoria y que te debo repetir cada noche porque sino no te duermes. Ah! Y a colocar los cincuenta coches en la cama, y poner la luz de Winnie the Pooh, y a darte quince veces agua. Y a ti Diego, a leerte los cuarenta nombres incomprensibles de los Pokemon, y a repasar de nuevo las tablas de multiplicar”
–¿Os habéis lavado los dientes? –he preguntado como una autómata.
–Sí, mamá –ha contestado Álvaro–. ¿Sabes una cosa?
–¿Qué?
–Eres la mamá más guapa.
–Mamá, en eso tiene razón Álvaro– ha asentido Diego.
Después de toda la ceremonia para que se durmieran, los he devorado a besos. Juan Fran ha subido para desearles buenas noches, pero al final sólo ha podido besar a Diego porque Álvaro, muy educado él, le ha expulsado con una amorosa frase: “Papá, caca, vete de aquí”. Una vez dormidos, hemos bajado sonrientes y he pensado “son riquísimos, son una monada, me los comería a besos…”
lunes, octubre 16, 2006
Puente del Pilar
–Mamá, no puedo dormir. –explicó Diego a las once de la noche –Estoy muy nervioso.
–Cielo, venga duérmete que mañana nos tenemos que levantar pronto. –le dije con media sonrisa.
–¡Es que me apetece tanto ir al desfile militar!
A primera hora de la mañana, Diego y Álvaro –con sus cincuenta coches, por supuesto– botaban encima de mi cabeza para que me levantara. A las diez nos sumergimos en el metro como auténticos paletos.
–¡Mamá, tren! –gritaba Álvaro emocionado.
El metro poco a poco se fue llenando y la mayor parte nos bajamos en Velázquez. La Castellana estaba invadida y los policías nos dirigían hacia el paseo de Recoletos. Al llegar me desanimé: “Chicos, no vamos a ver nada. Tendríamos que haber traído un escalera”, comenté. Lo pensé seriamente y casi me da un ataque de risa. ¡Sólo me faltaba ir en metro con mis dos fieras y con unas escaleras!
Diego, muy decidido, se fue colando y llegó hasta la primera fila. Álvaro quiso seguir sus pasos, pero no le dejé. Finalmente, le subí sobre mis hombros para que pudiera admirar los tanques, los caballos y la cabra de la legión. Después de dos horas con Álvaro sobre mis hombros noté que yo había menguado.
El sábado se nos ocurrió la genial idea de ir a Faunia. Allí quedamos mi prima María, Víctor, nosotros y los cuatro churumbeles. Tras esperar una hora de cola, entramos en el parque temático. Todo Madrid y las autonomías adyacentes contemplaban los animalitos.
-¡Qué originales hemos sido! –comentaron los maridos con cara de desesperación.
Al final, visto el panorama, decidimos ver los pingüinos, los murciélagos, el espectáculo de las focas y la selva tropical. Parecen pocas cosas, pero con la multitud de humanoides que nos rodeaba nos llevó todo el día. Después de la cola para comer un trozo de pizza (una hora), la cola de los helados (media hora) y la cola para pagar unos peluches –murciélagos, claro está-, salimos pitando del parque. El juego fue divertido: de cola en cola y animalito que me toca.
El domingo no era capaz de despegarme de las sábanas. Los niños, raro en ellos, se entretuvieron toda la mañana jugando en el jardín –es decir, encharcando la tierra y cocinando con el barro–. Por la tarde, nuestro paseo habitual al parque y un dietético helado (fuerza de voluntad, ¿dónde estás?), pero esta vez súper acompañados por Roberto, Virginia (con mi ahijada dentro de su tripa) y Manuela. ¡Una delicia!
lunes, octubre 09, 2006
En el campo enemigo
Me equivoqué. A las nueve apareció Álvaro en mi cuarto con su caja de coches. Colocó los cincuenta automóviles en el colchón y se fue. A los cinco minutos se acercó a mi oreja y gritó "mámá, bibe". Abrí los ojos y salté de la cama. "¡Álvaro!, ¿qué has hecho?", vociferé con voz somnolienta. "Mamá, ¿te gustan mis tatus?", contestó con una sonrisa de oreja a oreja. La cara, el cuello, la tripa, las piernas... Todo Álvaro estaba lleno de rotulador azul. Desesperada, me levanté y le preparé un baño de agua caliente. Después de mucho frotar (nos tuvimos que turnar entre Alonso y yo), logramos borrar casi todos los "tatus" salvo los de la cara. "Emma, a este niño tendríamos que llevarlo al psicólogo", comentó Alonso con la esponja en la mano. Le miré tan fríamente que desistió de continuar con su argumento.
Por fin, a las doce, salimos rumbo al campo enemigo. A mí no me apetecía mucho, pero los peques gozaron viendo el "birrioso" estadio del Real Madrid. Si soy sincera, lo que más me gustó fue el jacuzzi de los vestuarios (vamos, para llevármelo a mi jardín, disfrutar de noches de pasión y, con suerte, engañar a Alonso para ir a por el tercero. ¡Que eso sí que es una misión imposible!). Pero ahí no acabó el domingo, por la tarde nos fuimos al Parque Juan Carlos I a dar nuestra habitual vueltecita en tren ("Mamá, tren. Mamá, tren", suplicó Álvaro durante todo el fin de semana). Por suerte, esta vez nos acompañaron Escuer y Montse que fueron testigos de la desesperación de Juan Fran y disfrutaron de mis adorables retoños.
sábado, octubre 07, 2006
Su gran día, mi peor día
El antes fue caótico: toda la mañana decorando el jardín, inflando globos, colgando guirnaldas, preparando los elementos de los distintos juegos, comprando los remates que aún me faltaban, llenando la piñata con chuches y juguetes... Sin parar. Ana y yo sudamos la gota gorda. Después de comer (Alonso tuvo el detalle de traernos unas hamburguesas para que tuviésemos más tiempo), preparamos los cruasanes, los sandwich y las guarrerías (ganchitos, palomitas, doritos...).
A las cuatro y media me fui al colegio. Los invitados del cumple salieron al patio como si tuvieran un cohete en el culo. Yo sólo gritaba los nombres de los niños que tenían que venir en mi coche y cuando los concentré a mi alrededor nos encaminamos a casa.
El después fue aún más caótico: quince niños dando brincos por el jardín, peleándose para ver cual de ellos pinchaba más globos (que amorosamente yo había inflado durante la mañana), saltando para romper las guirnaldas. Rápidamente apliqué el método de calmar a las fieras y les puse la música de "El canto del loco" a todo volumen. Durante unos minutos lo conseguí. Bailaron como poseídos derramando sus vasos de coca-cola sin cafeína y pisando los ganchitos y los sandwich que se les caían al suelo. Al cabo de un rato comencé con los juegos: poner el rabo a la vaca triste, carreras de sacos (más que sacos, bolsas de basura), el baile de la naranja y la competición de la cuchara (sustituí el huevo por tomates porque David Acasuso es alérgico y ¡sólo me faltaba que le diera un ataque alérgico!). A lo tonto, les distraje más de una hora. Cuando la jauría empezaba a desmadrarse, saqué mi kit de maquillaje y les pinté la cara y los brazos según sus aficiones: Diego y Borja de Avatar, Pablo Barriopedro de El Zorro, Antonio con la bandera de España, Leire y Paloma de hadas, Daniel de un monstruo que yo no conocía... De pronto, se les ocurrió pedir que les pusiera una película. Ana y yo empezamos a temernos lo peor. Durante toda la tarde conseguimos que no salieran del jardín y que lo destrozaran, pero la invasión no podía llegar al interior. Aterrada miré la lista de actividades. Todo estaba hecho. Ana me gritó: "¡Emma, la piñata!". Vi el cielo abierto. Colgué la piñata y los salvajes se arremolinaron debajo de ella. Tiraron de las cintas y se lanzaron al suelo desesperados. Y justo en ese momento, sonó el timbre. ¡Mi salvación! El goteo de padres fue incesante y en cuestión de quince minutos los monstruitos abandonaron mi amada casa. Prueba superada. ¡Soy genial y Diego me adora (a mí, que Alonso se escaqueó y no apareció ni cinco minutos)!
miércoles, octubre 04, 2006
Y más fiestas
–Emma, a ti te va la marcha. Te lías tu sola. –me espetó Alonso cuando le conté mis planes.
–Ves, ya me estás criticando. Eres un exagerado. Lo hago por Diego –contesté muy digna y con cara de pocos amigos–. No sé por que te lo tomas así, total sólo son dos horas.
–Sí, dos horas con quince niños revoloteando por casa. De verdad no sé cómo lo haces, pero siempre te buscas follones. Podías llevarles al cine y te quitabas de problemas.
–¡Cómo eres! Seguro que los niños se lo pasan mejor en casa. Además, ya tengo pensado cómo decorar el jardín, dónde comprar la piñata, qué juegos les voy a hacer… ¡Me va a quedar de locura!
–Emma, no lo dudo… –zanjó Alonso la conversación.
Sí sé que tiene razón, pero no se la voy a dar. Ahora estoy estresada pensando en todo lo que tengo que comprar, en todos los preparativos. Encima sólo a mí se me ocurre celebrarlo el viernes que es el día que Juan Fran tiene cierre en el periódico. En fin, seguro que entre Ana y yo lograremos apaciguar a las fieras. Y encima en el taller no han llamado al perito. Mi amado me acaba de llamar indignado y vamos a ir a retirar el coche para llevarlo a otro taller. ¡Mierda, con toda la compra y preparativos que tengo que hacer!