viernes, octubre 20, 2006
Descanso marital
Mi marido se gana el cielo. El pobre está ahora en Madeira. Sí, pobrecito mío, allí está conociendo “Las Quintas” -que son como nuestros paradores-, dando una vueltecita en catamarán, degustando la gastronomía de la zona... La verdad es que me da una pena horrorosa. Yo en cambio estoy súper descansada. Me levanto a las ocho de la mañana, preparo los desayunos, visto a los niños, los llevo al cole, voy a trabajar; a la hora de la comida cocino la cena de esta noche porque vienen cuatro amigas dispuestas a despellejar a los hombres, a los jefes y a todo ser humano que se lo merezca; hago los deberes con Diego, construyo casitas con Álvaro, les preparo la cena, les baño, les pongo el pijama, les leo una variedad inaudita de cuentos, les arropo, les doy agua, besos y abrazos, les vuelvo a arropar, grito “¡como se le ocurra a alguno salir de la habitación se va enterar”, les doy de nuevo agua, les arropo por decimoquinta vez, besos y abrazos, grito “¡a dormir!”, coloco la cocina, me reconstruyo un poco la cara, enciendo las velitas, descorcho el vino, superviso los manjares, me sumerjo en el sofá para descansar un segundo, suena el timbre, toca cena... Y Alonso no va a probar mis cebollas rellenas, mi quiche, mi guacamole... ¡Pobre Alonso!
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