Hoy mi abuela cumple noventa años y estamos todos encantados y felices de tener una súper abuela nonagenaria. Soy feliz. Sin embargo, el 24 de octubre del año pasado fue otro cantar. Sí, justo hace un año se celebró el juicio contra mi jefe. El resultado final es conocido por todos, pero lo que muchos aún no saben es que ese mismo día supe que había perdido. Y todo gracias a las señales divinas que me llegan de vez en cuando.
El juicio debía celebrarse a las doce del mediodía, pero cuando pasó la hora y me percaté del retraso que llevaba, llamé a Ana para que fuera a recoger a Álvaro al colegio.
–Está bien, iré a por Álvaro. Por cierto, hoy se me han olvidado las llaves, pero no te preocupes, ya está solucionado. -me engañó para no aumentar mi estrés y mi dosis de lexatín.
Sí, Ana había olvidado las llaves. Al darse cuenta, llamó a casa de la vecina y le rogó que la dejara saltar desde su jardín al mío. Ana se subió a la silla, saltó el muro y comprobó que, como es habitual en mí, me había dejado abierta la puerta de la cocina que da al jardín. Entró en casa y se puso a limpiar y a colocar el desorden. Cuando la llamé para avisarla de que tenía que ir ella a por Álvaro se puso a temblar. La puerta de entrada de la casa estaba cerrada, no podía abrirla y ¡la vecina se había ido de viaje! Se sintió encerrada y angustiada. Las neuronas le funcionaron rápidamente. Cogió una súper escalera, abrió el ventanal del salón y bajó la escalera hasta el jardín. Miró por todos lados y al ver que no venía nadie, saltó desde la ventana a la escalera y simulando que estaba limpiando los cristales entornó la ventana y bajó hasta el suelo.
Álvaro volvió todo sonriente del colegio, pero al ver la escalera se puso a llorar.
–¡Por la puerta, Ana! -gritó insistentemente.
Tras una ardua labor de persuasión, Ana consiguió que subiera por la escalera y ambos entraron a casa.
Las cuatro. El juicio aún no se había celebrado. Llamé a Ana y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara que ella iba a buscar a Diego.
Ana cogió a Álvaro, el trapo de limpiar los cristales y se abalanzó de nuevo a la escalera. Bajó simulando otra vez que limpiaba los cristales (¡los más limpios del barrio!) y se fueron a buscar a Diego. A las cinco y media subieron desde el jardín por la escalera Diego, Álvaro y Ana. Los niños estaban emocionados por la aventura. A las seis terminó el juicio. Al llegar a casa y ver el jardín decorado con la escalera pensé que algo que había ocurrido y que esa señal confirmaba mi pérdida del juicio. Entré en casa, besé a mis niños y Ana me contó sus desventuras. Por fin, logré reír a carcajadas. Sabía que había perdido, pero nadie podría vencerme en lo importante...
El juicio debía celebrarse a las doce del mediodía, pero cuando pasó la hora y me percaté del retraso que llevaba, llamé a Ana para que fuera a recoger a Álvaro al colegio.
–Está bien, iré a por Álvaro. Por cierto, hoy se me han olvidado las llaves, pero no te preocupes, ya está solucionado. -me engañó para no aumentar mi estrés y mi dosis de lexatín.
Sí, Ana había olvidado las llaves. Al darse cuenta, llamó a casa de la vecina y le rogó que la dejara saltar desde su jardín al mío. Ana se subió a la silla, saltó el muro y comprobó que, como es habitual en mí, me había dejado abierta la puerta de la cocina que da al jardín. Entró en casa y se puso a limpiar y a colocar el desorden. Cuando la llamé para avisarla de que tenía que ir ella a por Álvaro se puso a temblar. La puerta de entrada de la casa estaba cerrada, no podía abrirla y ¡la vecina se había ido de viaje! Se sintió encerrada y angustiada. Las neuronas le funcionaron rápidamente. Cogió una súper escalera, abrió el ventanal del salón y bajó la escalera hasta el jardín. Miró por todos lados y al ver que no venía nadie, saltó desde la ventana a la escalera y simulando que estaba limpiando los cristales entornó la ventana y bajó hasta el suelo.
Álvaro volvió todo sonriente del colegio, pero al ver la escalera se puso a llorar.
–¡Por la puerta, Ana! -gritó insistentemente.
Tras una ardua labor de persuasión, Ana consiguió que subiera por la escalera y ambos entraron a casa.
Las cuatro. El juicio aún no se había celebrado. Llamé a Ana y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara que ella iba a buscar a Diego.
Ana cogió a Álvaro, el trapo de limpiar los cristales y se abalanzó de nuevo a la escalera. Bajó simulando otra vez que limpiaba los cristales (¡los más limpios del barrio!) y se fueron a buscar a Diego. A las cinco y media subieron desde el jardín por la escalera Diego, Álvaro y Ana. Los niños estaban emocionados por la aventura. A las seis terminó el juicio. Al llegar a casa y ver el jardín decorado con la escalera pensé que algo que había ocurrido y que esa señal confirmaba mi pérdida del juicio. Entré en casa, besé a mis niños y Ana me contó sus desventuras. Por fin, logré reír a carcajadas. Sabía que había perdido, pero nadie podría vencerme en lo importante...
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