sábado, octubre 07, 2006

Su gran día, mi peor día





El antes fue caótico: toda la mañana decorando el jardín, inflando globos, colgando guirnaldas, preparando los elementos de los distintos juegos, comprando los remates que aún me faltaban, llenando la piñata con chuches y juguetes... Sin parar. Ana y yo sudamos la gota gorda. Después de comer (Alonso tuvo el detalle de traernos unas hamburguesas para que tuviésemos más tiempo), preparamos los cruasanes, los sandwich y las guarrerías (ganchitos, palomitas, doritos...).
A las cuatro y media me fui al colegio. Los invitados del cumple salieron al patio como si tuvieran un cohete en el culo. Yo sólo gritaba los nombres de los niños que tenían que venir en mi coche y cuando los concentré a mi alrededor nos encaminamos a casa.


El después fue aún más caótico: quince niños dando brincos por el jardín, peleándose para ver cual de ellos pinchaba más globos (que amorosamente yo había inflado durante la mañana), saltando para romper las guirnaldas. Rápidamente apliqué el método de calmar a las fieras y les puse la música de "El canto del loco" a todo volumen. Durante unos minutos lo conseguí. Bailaron como poseídos derramando sus vasos de coca-cola sin cafeína y pisando los ganchitos y los sandwich que se les caían al suelo. Al cabo de un rato comencé con los juegos: poner el rabo a la vaca triste, carreras de sacos (más que sacos, bolsas de basura), el baile de la naranja y la competición de la cuchara (sustituí el huevo por tomates porque David Acasuso es alérgico y ¡sólo me faltaba que le diera un ataque alérgico!). A lo tonto, les distraje más de una hora. Cuando la jauría empezaba a desmadrarse, saqué mi kit de maquillaje y les pinté la cara y los brazos según sus aficiones: Diego y Borja de Avatar, Pablo Barriopedro de El Zorro, Antonio con la bandera de España, Leire y Paloma de hadas, Daniel de un monstruo que yo no conocía... De pronto, se les ocurrió pedir que les pusiera una película. Ana y yo empezamos a temernos lo peor. Durante toda la tarde conseguimos que no salieran del jardín y que lo destrozaran, pero la invasión no podía llegar al interior. Aterrada miré la lista de actividades. Todo estaba hecho. Ana me gritó: "¡Emma, la piñata!". Vi el cielo abierto. Colgué la piñata y los salvajes se arremolinaron debajo de ella. Tiraron de las cintas y se lanzaron al suelo desesperados. Y justo en ese momento, sonó el timbre. ¡Mi salvación! El goteo de padres fue incesante y en cuestión de quince minutos los monstruitos abandonaron mi amada casa. Prueba superada. ¡Soy genial y Diego me adora (a mí, que Alonso se escaqueó y no apareció ni cinco minutos)!

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