Anécdota 1
El viernes es el día sagrado y social de Diego. Él decide qué cenar, tiene palomitas, elige película y algún amigo suyo viene a casa. El pasado viernes el invitado fue su amigo Daniel.
—Bueno, chicos, ¿a qué queréis jugar?— pregunté para aclararles que no pensaba ponerles la tele.
Ambos se miraron, sonrieron y gritaron al unísono: “¡Al ajedrez!”.
Tardé unos segundos en reaccionar (no es normal que unos micos de siete años estén enloquecidos con el ajedrez), pero rápidamente saqué el tablero y les dejé relajadamente jugar su partida.
A la hora oí como caían todas las piezas al suelo. Elemental, Diego le había comido la Reina a Daniel y el espíritu perdedor aún no está muy activo en ellos.
Anécdota 2
El sábado Diego empezó a reír al ver que Juan Fran y yo nos dábamos un beso.
—¿De qué te ríes, Diego?
—Nada, mamá, que me hace gracia.
—Pues tendrías que estar contento. Hay padres que no se besan, que no se quieren y al final se separan.
—Eso ya lo sé.
—¿Te acuerdas de Carla, la vecina?
—Sí.
—Pues sus padres se separaron.
—¡Qué me dices! —exclamó Diego con cara de sorpresa— ¿Y por eso vendieron la casa?
—Sí.
—¡Qué me dices!
Aguanté la risa.
—Oye, Diego, ¿en tu clase no hay ningún niño con padres separados?
—No, mamá. Bueno, Enrique Trufero no tiene madre.
—¿Qué ocurrió?
—Pues que su madre murió y ahora vive con su padre.
—¿Y tú cómo lo sabes?, ¿te lo ha contado él?
—No, mamá, he oído rumores.
¡Clavadito a su madre! (por lo de los rumores, claro está)
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