–Mamá, ha sucedido algo terrible –dijo Diego nada más subir a la cocina.
–Le miré con cara de preocupación y exclamé.
–¿Qué ha pasado?
–Mamá, no funciona internet, ni imagenio, ni el teléfono… Un drama. –expresó con cara de circunstancia y tono de desesperación.
–Bueno, Diego, no será para tanto. Dile a tu padre que suba a por su bandeja de la cena.
–Mamá, es terrible. –murmuró mientras gritaba a su padre.
Juan Fran subió con rostro de pocos amigos.
–Emma, no tenemos línea telefónica –exclamó con la misma cara que su hijo.
–Bueno, no te preocupes, lo arreglamos después de cenar –dije con ansiedad por tomarme el bocata de jamón que me tocaba esa noche (lo del régimen estresa mucho y cuando puedo comer soy como los drogadictos: sólo pienso en comer).
Bajé, me senté y di un sabroso bocado al bocata. Alonso no se sentó y empezó a revolotear con Diego alrededor del ordenador, de la tele y del teléfono. Después de cinco minutos, grité.
–¡Juan Fran, puedes hacer el favor de sentarte a comer! Te he hecho un delicioso revuelto y se te va quedar frío. Me estáis atacando de los nervios.
–Emma, tú siempre tan tranquila, no te das cuenta de que no funciona nada. –me explicó como si yo no me hubiera enterado del “drama”.
–Por cierto –dije degustando otro bocado–, Álvaro antes de dormirse ha estado toqueteando un cajetín que está en su cuarto.
–¡El cajetín del teléfono! –gritó Alonso con la vena del cuello hinchada.
–Ah, no sé si es del teléfono, pero después de jugar un poco se ha dormido plácidamente.
Alonso abandonó el revuelto, subió los peldaños de la escalera de tres en tres y bajó con la ira en los ojos.
–Emma, ¿te parece normal? (no hay semana que no me haga esta pregunta).
–El qué.
–Que Álvaro nos deje sin línea telefónica.
–Bueno, tampoco lo ha hecho con mala intención.
–Tu hermano Roberto tiene razón, esta casa es la “República independiente de los niños” (Ikea le tiene traumatizado).
Diego resopló tranquilo.
–Papá, menos mal que lo has solucionado –dijo simulando que se quitaba el sudor de la frente.
–Sí, hijo –respondió Alonso con cara de funeral– pero volverá a ocurrir porque, según tu madre, así Álvaro se duerme tranquilamente.
Cogí mi coca-cola light, tomé un largo y refrescante sorbo y decidí cenar sin mirar a mi marido a la cara.
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