domingo, diciembre 28, 2008
... Y mañana Navidad
Este año la comida de Navidad la celebraron Concha y Javier, los padres de Virginia y Belén. En la entrada del jardín nos recibió un inmenso pino decorado con motivos navideños, pegados al techo del porche unos fantásticos carámbanos acompañaban a un enorme Papa Nöel; dentro la decoración era fastuosa: grandes bolas de color rojo y blanco sobre el techo, el tradicional tren navideño presidía la mesa circular de entrada, renos cantarines, troncos plateados... Todo perfecto. Los niños abrían los regalos frenéticamente, nosotros nos besábamos y felicitábamos las fiestas... Al rato, nos pusimos una copa (de Möet-Chandom, que nos miman mucho) y empezamos a tomar el aperitivo y a gozar con los percebes, langostinos, cigalas, salmón, foie... Las copas reclamaban más champán y decidimos no hacerles un feo en una fecha tan señalada, así que las rellené con gran mimo de líquido con burbujas. Alonso, sólo se le ocurre a él, tuvo el detalle hortera de abandonarnos para irse a trabajar, tras tomarnos la merluza y los picantones rellenos de mollejas. El resto, entre risa y risa, seguimos con las copas y los postres. A las seis se iluminó el jardín, relució el trineo de Papa Nöel tirado por tres renos y los niños salieron en mitad del frío a correr y disfrutar.
Volvimos a casa agotados.
A la mañana siguiente Álvaro abrió los ojos y me preguntó expectante: ¿a qué casa vamos hoy? A ninguna, cielo, hoy a descansar, dije bajo los efluvios de una levísima resaca. Pero el sábado invadimos la casa de Roberto y Virginia para celebrar el cumpleaños de Cayetana (¡2 añazos!).
La dosis familiar de mi Alonso estaba a punto de explotar, para evitarlo me fui con mis retoños al tiovivo cuadrado navideño del Retiro. ¡Qué frío! Más de una hora haciendo cola agota a cualquiera. Por fin subimos, coloqué a cada infante en una atracción, les abroché los cinturones y cuando me quise dar cuenta ya no había sitio donde sentarse. Un operario se acercó y me "acomodó" en una jaula (¡casi me rompo los cuernos al agacharme!) que giraba en sentido contrario al tiovivo. ¡Cojonudo, una hora esperando y me encierran en una jaula!). Entre los barrotes pude ver a mis hijos gozar y, para no aburrirme, les daba unos cuantos bocinazos (¡qué juerga!). Luego, al teatro de autómatas y por último, a dar el tradicional paseo en coche para la ver la iluminación navideña de la ciudad. Tosí antes de entrar en casa con gran insistencia para que Alonso no me llamara loca por haberme ido con el frío helado a hacer una cola de más de una hora y caí en la cama derrengada de tanto estrés navideño. Y aún falta Nochevieja, la cabalgata, los reyes, las visitas por todas las casas, el roscón... Ay, a partir del siete de enero me pongo de nuevo a dieta (otro clásico de mi vida)
miércoles, diciembre 24, 2008
Esta noche es Nochebuena....
La batalla del duende bueno (en cursiva) y el duende malo (en negrita) agotan las pocas neuronas que aún persisten en mi cerebro. El 23 de diciembre, a primera hora de la mañana, incité a mis niños para ir a la Plaza Mayor de Madrid. ¡Bien!, gritaron. Cogimos el metro, paramos en Sol y anduvimos hasta la plaza. De allí, al mercadillo de bromas, a tomar un bocadillo de calamares (¡es lo típico de esta zona!, insistí a mis infantes), al Ayuntamiento, a la catedral de la Almudena, al Palacio Real, al parque de Sabatini (o del Moro, para los castizos, entre los que me incluyo), al parque de Rosales, a Malevos (local de mi hermano, donde me tenían reservados unos confit de pato para mi cena de Nochebuena) y a Alberto Aguilera para coger el metro. Cuatro horas andando sin parar y con el pobre Alvarete agotado de tanto caminar.
Tú estás loca, mala madre, vas a acabar con tus hijos, rugió mi duende malo.
Qué exagerado, sólo has caminado cinco kilómetros, además, el ejercicio nunca es malo, exclamó mi duende bueno.
Derrengados, llegamos a casa, descansamos media hora y partimos hacia la piscina. Tras una hora de natación (no sé de dónde sacaron fuerzas) nos fuimos con Daniel y su madre a tomar unas hamburguesas. A las nueve, reptando, volvimos a casa.
Mi intención nocturna era muy optimista, me puse el despertador, sonó a las siete, pero tras un manotazo somnoliento dejó de gritar.
-Dios mío, son las diez y media -aullé al despertar.
-¿Y? -preguntó mi Alonso legañoso.
-Que esta noche es Nochebuena y tengo mil cosas que hacer... -macullé desesperada.
Mi amado percibió mi estrés y se llevó a los niños a patinar. Aproveché para organizar mi menú navideño.
Langostinos, cocidos por mí (¿por qué no los has comprado cocidos? porque a su madre le gustan recién hechos), paté de hígado de pato (¿por qué no lo has comprado elaborado?, porque a Pepe y Diego les gusta el que yo hago), cebolla confitada (la de lata está buenísima, sí, pero mi padre no me lo perdonaría...), pastelitos de puré de patata (¿no serían mejores unas patatas congeladas?, no, puñetero duende malo, que en casa de Emma sólo se toman cosa elaboradas con cariño). Y así toda la mañana, cocinando y batallando con mi duende malo y mi duende bueno.
Por la tarde el estrés era latente. Alonso se llevó a los niños al cine y aproveché para decorar la casa (¡qué mona me quedó!), envolver los regalos y empezar con la restauración de mi cara (huy, lo que me costó. ¡Claro, tanto tiempo cocinando es lo que tiene..., gritó mi duende malo).
La casa estaba perfecta, la mesa para nueve invitados lucía sus velas y adornos navideños, el jardín mostraba sus árboles con sus luces navideñas... Incluso, tras arreglar a los niños, me dio tiempo a alisarme el pelo y pintarme mi sombra de ojos plateada (estás guapísima, exclamó mi duende bueno. No es para tanto..., susurró el pernicioso duende malo). Y no sé quién tendría razón, pero la cena fue un éxito, mis niños disfrutaron con sus regalos, yo, aunque agotada, gocé con la felicidad del resto, con el champán, con los regalos, con las risas, con los guiños... ¡¡Feliz Navidad a todos!!
Tú estás loca, mala madre, vas a acabar con tus hijos, rugió mi duende malo.
Qué exagerado, sólo has caminado cinco kilómetros, además, el ejercicio nunca es malo, exclamó mi duende bueno.
Derrengados, llegamos a casa, descansamos media hora y partimos hacia la piscina. Tras una hora de natación (no sé de dónde sacaron fuerzas) nos fuimos con Daniel y su madre a tomar unas hamburguesas. A las nueve, reptando, volvimos a casa.
Mi intención nocturna era muy optimista, me puse el despertador, sonó a las siete, pero tras un manotazo somnoliento dejó de gritar.
-Dios mío, son las diez y media -aullé al despertar.
-¿Y? -preguntó mi Alonso legañoso.
-Que esta noche es Nochebuena y tengo mil cosas que hacer... -macullé desesperada.
Mi amado percibió mi estrés y se llevó a los niños a patinar. Aproveché para organizar mi menú navideño.
Langostinos, cocidos por mí (¿por qué no los has comprado cocidos? porque a su madre le gustan recién hechos), paté de hígado de pato (¿por qué no lo has comprado elaborado?, porque a Pepe y Diego les gusta el que yo hago), cebolla confitada (la de lata está buenísima, sí, pero mi padre no me lo perdonaría...), pastelitos de puré de patata (¿no serían mejores unas patatas congeladas?, no, puñetero duende malo, que en casa de Emma sólo se toman cosa elaboradas con cariño). Y así toda la mañana, cocinando y batallando con mi duende malo y mi duende bueno.
Por la tarde el estrés era latente. Alonso se llevó a los niños al cine y aproveché para decorar la casa (¡qué mona me quedó!), envolver los regalos y empezar con la restauración de mi cara (huy, lo que me costó. ¡Claro, tanto tiempo cocinando es lo que tiene..., gritó mi duende malo).
La casa estaba perfecta, la mesa para nueve invitados lucía sus velas y adornos navideños, el jardín mostraba sus árboles con sus luces navideñas... Incluso, tras arreglar a los niños, me dio tiempo a alisarme el pelo y pintarme mi sombra de ojos plateada (estás guapísima, exclamó mi duende bueno. No es para tanto..., susurró el pernicioso duende malo). Y no sé quién tendría razón, pero la cena fue un éxito, mis niños disfrutaron con sus regalos, yo, aunque agotada, gocé con la felicidad del resto, con el champán, con los regalos, con las risas, con los guiños... ¡¡Feliz Navidad a todos!!
lunes, diciembre 22, 2008
Segundo amago
El complot familiar lo comenzó mi prima María. Emma, qué te parece si este domingo nos vamos a la nieve con los niños -comentó emocionada-, a Víctor le apetece mucho... Respiré profundamente, ahuyenté mis miedos gélidos y confirmé nuestra asistencia. Al rato, Roberto y Virginia se apuntaron al plan y Alonso se mostró feliz y contento. Mi mente pensó que toda la familia se había unido en mi contra, que todos querían aniquilarme, matarme por congelación y mi cara mostró un gesto de malhumor y preocupación al prever el segundo intento de asesinato.
Mientras cosía los cascabeles de disfraz de duende de Álvaro (veinte cascabeles, agotador... que yo no sé coser), recordé como el frío me invadió la última vez que fuimos a la nieve y de los temblores psicosomáticos que atacaron a mis articulaciones me tuve que tapar con una manta. Ya sé, me dije, diré que estoy enferma o me provoco un ataque de asma, lo que sea antes de morir congelada...
Al día siguiente Alonso apareció con una sonrisa de oreja a oreja.
Estará pensando en el testamento, razoné.
-Emma, tengo unos regalos para ti...- dijo con tonillo socarrón.
Pues si piensas que te voy a dejar todos mis bienes...
-...Espero que te gusten...
¡Qué intriga!
Me entregó tres paquetes, arranqué el envoltorio y, aunque me hicieron mucha ilusión, mi cara aún mostraba signos de preocupación: un anorak, unos guantes y un gorro noruego para la nieve.
¿Será que me quiere mucho o que intenta despistar al CSI español en caso de que fallezca por hipotermia? Le miré fijamente y descubrí que me quería (opción más tranquilizadora que la de "marido asesino").
El domingo por la mañana nos vestimos de nuevo como las cebollas, con cientos de capas de ropa, y yo lucí mi súper abrigo, guantes y gorrito. En la Morcuera estaba el resto del complot asesino y mis sobrinos (quedan descartados del complot porque me quieren mucho, o eso creo). Y el tiro les salió por la culata: un fantástico sol coronaba la cumbre y la montaña estaba totalmente cubierta de nieve que relucía por el calor. La temperatura era tan buena que optamos por quitarnos los abrigos y, en plan "dominguers" del frío, nos sentamos sobre los trineos y tomamos el sol mientras los peques hacían un muñeco de nieve. Hubo más intentos de asesinato: Roberto saltó sobre mí al ver que Alonso le tiraba una enorme bola de nieve y casi me ahogo... pero había demasiados testigos.
Tras deslizarnos en trineo, lanzarnos bolas de nieve, pasear y cotillear, nos fuimos a comer a "Los Calizos" para reponer fuerzas y degustar ricos manjares (¡qué buen saque tiene la familia!). Los peques se portaron de maravilla: jugaron, comieron, rieron y todos disfrutamos de "otro clásico de las Navidades"
P.D.: Segundo intento de asesinato fallido y encima he conseguido un abrigo, unos guantes, un gorro... ¡Qué lista soy! De todas formas no debo bajar la guardia, seguiré vigilando sus movimientos, nunca hay que fiarse...
Mientras cosía los cascabeles de disfraz de duende de Álvaro (veinte cascabeles, agotador... que yo no sé coser), recordé como el frío me invadió la última vez que fuimos a la nieve y de los temblores psicosomáticos que atacaron a mis articulaciones me tuve que tapar con una manta. Ya sé, me dije, diré que estoy enferma o me provoco un ataque de asma, lo que sea antes de morir congelada...
Al día siguiente Alonso apareció con una sonrisa de oreja a oreja.
Estará pensando en el testamento, razoné.
-Emma, tengo unos regalos para ti...- dijo con tonillo socarrón.
Pues si piensas que te voy a dejar todos mis bienes...
-...Espero que te gusten...
¡Qué intriga!
Me entregó tres paquetes, arranqué el envoltorio y, aunque me hicieron mucha ilusión, mi cara aún mostraba signos de preocupación: un anorak, unos guantes y un gorro noruego para la nieve.
¿Será que me quiere mucho o que intenta despistar al CSI español en caso de que fallezca por hipotermia? Le miré fijamente y descubrí que me quería (opción más tranquilizadora que la de "marido asesino").
El domingo por la mañana nos vestimos de nuevo como las cebollas, con cientos de capas de ropa, y yo lucí mi súper abrigo, guantes y gorrito. En la Morcuera estaba el resto del complot asesino y mis sobrinos (quedan descartados del complot porque me quieren mucho, o eso creo). Y el tiro les salió por la culata: un fantástico sol coronaba la cumbre y la montaña estaba totalmente cubierta de nieve que relucía por el calor. La temperatura era tan buena que optamos por quitarnos los abrigos y, en plan "dominguers" del frío, nos sentamos sobre los trineos y tomamos el sol mientras los peques hacían un muñeco de nieve. Hubo más intentos de asesinato: Roberto saltó sobre mí al ver que Alonso le tiraba una enorme bola de nieve y casi me ahogo... pero había demasiados testigos.
Tras deslizarnos en trineo, lanzarnos bolas de nieve, pasear y cotillear, nos fuimos a comer a "Los Calizos" para reponer fuerzas y degustar ricos manjares (¡qué buen saque tiene la familia!). Los peques se portaron de maravilla: jugaron, comieron, rieron y todos disfrutamos de "otro clásico de las Navidades"
P.D.: Segundo intento de asesinato fallido y encima he conseguido un abrigo, unos guantes, un gorro... ¡Qué lista soy! De todas formas no debo bajar la guardia, seguiré vigilando sus movimientos, nunca hay que fiarse...
martes, diciembre 16, 2008
sábado, diciembre 13, 2008
Tipo malo, china histérica y cena
La cena era en Malevos con Blanca y Mayte. Buscaba sitio para aparcar en mitad de la noche fría y oscura por detrás del Templo de Debod cuando el coche de delante paró para permitir que otro aparcara. De pronto, un chico se descolgó por una barandilla y saltó a la acera que estaba a dos metros de altura. ¡Qué raro!, pensé. Una chica china de unos 16 años corría tras él desde la altura gritando y llorando. "¡¡Ay, ay, ay, dámelo!!", chillaba mientras se agarraba histéricamente a los barrotes de la barandilla. Del coche de delante bajaron seis chicos enormes (no sé cómo cabían) y agarraron al tipo que había volado desde las alturas.
-¿Qué le has hecho a la chica? -le interrogaron entre los gritos neuróticos de la china.
Y yo dentro de mi coche alucinada, sin saber de qué estaban hablando hasta que uno de los chavales se acercó.
-No sabemos qué hacer, él dice que no ha hecho nada y a ella no la entendemos -me explicó con tono súper macarra pero con un deje de buen tipo.
-Pues no sé qué decirte -confesé un poco confundida.
Al final arrancaron y se fueron. La china seguía gritando, la gente que paseaba por el parque se acercó hasta ella, el "tipo malo" andaba a paso rápido y noté como la mala leche (herencia genética) empezaba a sublevarme.
Paré en seco, bajé la ventana del copiloto y le grité:
-Oye, tú, ¿qué está pasando?
El "tipo malo" se acercó y metió medio cuerpo por la ventanilla (Emma, me empezó a gritar mi cerebro, eres gilipollas y encima tienes el bolso abierto en el asiento)
-Nada, ella dice que le he robado y es falso.
(Emma, estúpida, a quien va a robar es a ti)
Aturdida y consciente de la gilipollez que estaba haciendo me marqué un farol.
-Pues si no has hecho nada -por detrás continuaban los gritos histéricos de la china- vamos a hablar con la policía que la acabo de ver al final de la calle o espera que la llamo.
Logré que sacara su cuerpo de mi coche (Emma, cada día eres más tonta), subí la ventanilla a toda velocidad y arranqué asustada.
Mientras caminaba hacia Malevos analicé la situación y me enfadé conmigo, con mis reacciones, con el carácter que me domina, por los genes (Roberto también es un as en este tipo de actuaciones)... Ay, tengo que cambiar.
Al entrar vi a Blanca y Maite y el susto se disipó entre una rica ensalada de rúcula, un foie con salsa de violetas, unos snacks orientales, los suculentos postres y el gin-tonic. Me reí, disfruté y olvidé lo sucedido.
Llegué a casa sobre las tres y media. Alonso estaba despierto, le conté mi historia y por poco me mata. "Emma, me atacas de los nervios cuando reaccionas así", bufó. Exagera un poco, ¿verdad?
jueves, diciembre 11, 2008
Maruja desesperada
Ha pasado una semana y los efectos de mi vida de maruja repercuten en todo mi ser. Mi drama comenzó uno de los días que tenía cuarenta de fiebre. Entre tos y tos, entró Ana (la cuidadora de los niños y quien lleva toda la casa, ahora lo valoro más que nunca) en mi habitación y me suplicó que le dejara ir el mes de diciembre a Ecuador para ir a ver a su familia. Por supuesto, dije mientras la fiebre del susto me subía a 42º, pero mejor lo hablamos mañana que me estoy muriendo.
Al cabo de una semana Ana se fue feliz, hacía tres años que no iba a su país. Tú puedes con todo, me dije a mí misma, no hay problema. Error, craso error. Desde que ella no está noto como mi desesperación crece día a día.
La primera medida que he adoptado es transformar mi casa en un cuartel. Los niños, cabos sin rango, tienen claras sus misiones: colocar la ropa, el cuarto, tirar la basura y el fin de semana, sacar el friegaplatos (es que siempre lo he odiado...). Los generales mayores (Alonso y yo) batallamos con las camas, las limpiezas, la plancha (¡¡¡me supera!!!) y demás labores domésticas.
Además, tengo que organizar las comidas, cenas, compra y, cómo no, ver quién va a recoger a los niños al cole.
Así que esos pequeños (grandes) lujos de mi vida como despedir por la mañana a los peques, desayunar tranquilamente, meterme en la cama a leer el periódico, darme un baño, alisarme el pelo, maquillarme o irme a dar una vuelta a la Visa, se han acabado. Ahora me levanto, hago las camas, limpio los baños, preparo la comida, me ducho en dos minutos, me recojo el pelo en una coleta y salgo estresada a trabajar (¡hasta me he cortado las uñas al ras desde que me relaciono con el estropajo y la balleta!).
Ayer, por ejemplo, terminé hablando sola por casa mientras intentaba planchar la sábana bajera de nuestra cama (2x2 metros). Misión imposible y desesperante. Así que a la hora de la comida nos fuimos a comer a Matsuri. Alonso, vamos a un restaurante que estoy agotada de batallar con una sábana, expliqué cual loca de atar.
Y encima tengo que coser cascabeles a un jersey de Álvaro para la fiesta del colegio, comprar los regalos de Navidad, preparar el menú de Nochebuena, hacer la felicitación navideña... Esto de ser una maruja perfeccionista es agotador y, para qué negarlo, una horterada. ¡Con lo que a mí me gusta vivir como una reina!
Al cabo de una semana Ana se fue feliz, hacía tres años que no iba a su país. Tú puedes con todo, me dije a mí misma, no hay problema. Error, craso error. Desde que ella no está noto como mi desesperación crece día a día.
La primera medida que he adoptado es transformar mi casa en un cuartel. Los niños, cabos sin rango, tienen claras sus misiones: colocar la ropa, el cuarto, tirar la basura y el fin de semana, sacar el friegaplatos (es que siempre lo he odiado...). Los generales mayores (Alonso y yo) batallamos con las camas, las limpiezas, la plancha (¡¡¡me supera!!!) y demás labores domésticas.
Además, tengo que organizar las comidas, cenas, compra y, cómo no, ver quién va a recoger a los niños al cole.
Así que esos pequeños (grandes) lujos de mi vida como despedir por la mañana a los peques, desayunar tranquilamente, meterme en la cama a leer el periódico, darme un baño, alisarme el pelo, maquillarme o irme a dar una vuelta a la Visa, se han acabado. Ahora me levanto, hago las camas, limpio los baños, preparo la comida, me ducho en dos minutos, me recojo el pelo en una coleta y salgo estresada a trabajar (¡hasta me he cortado las uñas al ras desde que me relaciono con el estropajo y la balleta!).
Ayer, por ejemplo, terminé hablando sola por casa mientras intentaba planchar la sábana bajera de nuestra cama (2x2 metros). Misión imposible y desesperante. Así que a la hora de la comida nos fuimos a comer a Matsuri. Alonso, vamos a un restaurante que estoy agotada de batallar con una sábana, expliqué cual loca de atar.
Y encima tengo que coser cascabeles a un jersey de Álvaro para la fiesta del colegio, comprar los regalos de Navidad, preparar el menú de Nochebuena, hacer la felicitación navideña... Esto de ser una maruja perfeccionista es agotador y, para qué negarlo, una horterada. ¡Con lo que a mí me gusta vivir como una reina!
domingo, diciembre 07, 2008
Intento de asesinato
Domingo, hace frío, me escondo bajo el edredón y sueño con no salir en todo el día de mi refugio. De pronto, dos bombas caen sobre mi espalda, me destapan y me gritan emocionados: "Mamá, nos vamos a la nieve. Venga, despierta, date prisa". Alonso sonríe desde el otro lado de la cama. Tuerzo el morro, miro por la ventana y veo como la niebla ha invadido todo el jardín. ¡Pero si hace un día malísimo!, musito con legañas en los ojos. Venga, mamá, levántate, suplican mis hijos.
Con sueño y cansancio me desperezo. Escondo a los niños bajo cientos de capas de ropa: camisetas, polos, jerseys, calcetines, botas... Y luego empiezo yo: leotardos, leggins, vaqueros, camiseta, polar...
Al estilo familia "summo" salimos al coche, comprobamos que los trineos descansan en el maletero junto con las botas de nieve y los pantalones de plástico y partimos hacia la Morcuera. El sector masculino muestra su mejor sonrisa y yo, como la Gioconda, les regalo mi falsa sonrisa (la que se gira hacia la izquierda) e intento contagiarme de su emoción.
La niebla nos acompaña todo el camino. Subimos al puerto y comprobamos que hay nieve. Los niños arrastran sus trineos y se lanzan por la pendiente una y otra vez. Alonso les ayuda, los empuja y es feliz. Y yo, la verdad, estoy congelada: no siento los pies, la nariz está colorada, las gafas empañadas por la fina lluvia, las manos tiritando, los lóbulos de las orejas a punto de desprenderse.... ¡Me hielo!
Mamá, vamos a hacer un muñeco de nieve, gritan pletóricos de emoción. Les observo perpleja, con el cuerpo helado y sin entender la gracia de la nieve. De repente, se me ilumina la mente y tras mucho pensarlo doy con la solución: ¡me quieren matar! Como el virus de la gripe no ha podido conmigo han decidido congelarme, razono mientras un moquillo se hiela bajo mi nariz, ¡pues no lo voy a consentir!
-Chicos, me voy al coche -grito.
-Vale, luego vamos -contestan mis tres chicos mientras colocan la bufanda al muñeco de nieve.
Arrastro los trineos hasta el maletero, me enciendo un cigarrito y observo, a lo lejos, su felicidad.
Sí, creo que he exagerado, que no me quieren aniquilar, pero es que a mí esto de la nieve no me va mucho, prefiero el caribe, el mojito, la salsa y el calor del sol...
Pero ellos fueron felices. ¡Incluso quieren volver mañana! Conmigo que no cuenten....
Con sueño y cansancio me desperezo. Escondo a los niños bajo cientos de capas de ropa: camisetas, polos, jerseys, calcetines, botas... Y luego empiezo yo: leotardos, leggins, vaqueros, camiseta, polar...
Al estilo familia "summo" salimos al coche, comprobamos que los trineos descansan en el maletero junto con las botas de nieve y los pantalones de plástico y partimos hacia la Morcuera. El sector masculino muestra su mejor sonrisa y yo, como la Gioconda, les regalo mi falsa sonrisa (la que se gira hacia la izquierda) e intento contagiarme de su emoción.
La niebla nos acompaña todo el camino. Subimos al puerto y comprobamos que hay nieve. Los niños arrastran sus trineos y se lanzan por la pendiente una y otra vez. Alonso les ayuda, los empuja y es feliz. Y yo, la verdad, estoy congelada: no siento los pies, la nariz está colorada, las gafas empañadas por la fina lluvia, las manos tiritando, los lóbulos de las orejas a punto de desprenderse.... ¡Me hielo!
Mamá, vamos a hacer un muñeco de nieve, gritan pletóricos de emoción. Les observo perpleja, con el cuerpo helado y sin entender la gracia de la nieve. De repente, se me ilumina la mente y tras mucho pensarlo doy con la solución: ¡me quieren matar! Como el virus de la gripe no ha podido conmigo han decidido congelarme, razono mientras un moquillo se hiela bajo mi nariz, ¡pues no lo voy a consentir!
-Chicos, me voy al coche -grito.
-Vale, luego vamos -contestan mis tres chicos mientras colocan la bufanda al muñeco de nieve.
Arrastro los trineos hasta el maletero, me enciendo un cigarrito y observo, a lo lejos, su felicidad.
Sí, creo que he exagerado, que no me quieren aniquilar, pero es que a mí esto de la nieve no me va mucho, prefiero el caribe, el mojito, la salsa y el calor del sol...
Pero ellos fueron felices. ¡Incluso quieren volver mañana! Conmigo que no cuenten....
viernes, diciembre 05, 2008
Boda, toses y otras cosas que contar
Tras abandonar el estado febril, las toses tísicas, los bronquios atrofiados, los sudores y los escalofríos, he vuelto. Y me ha costado. ¡Menuda semanita!
El sábado, deprisa y corriendo como es habitual, me fui con los niños al partido de Diego. Tras dos victorias consecutivas ver cómo perdían de nuevo me desmoralizó. Grité como una loca pero de nada sirvió, si acaso para ganarme el afecto del equipo técnico: los árbitros se parten de risa al verme correr por las gradas dando instrucciones a mi hijo y el entrenador se esconde cuando me ve aparecer, me teme... pero es lo que tiene ser una madre neurótica futbolera. Desanimada y algo nerviosa, dejé a mis hijos en casa de Alejandro y Cristina. De allí, a la peluquería, a casa y después de ponernos divinos, a la boda. Besos y mil besos al vernos todos los amigos del colegio, ¡qué ganas tenía de que se casara alguno para juntarnos todos! Cuando vi entrar a la novia respiré tranquila y Chema se rió de mí (soy tan peliculera que siempre pienso que alguno no va a aparecer).
En la Hacienda del Jarama celebraron el convite. Tras un copioso aperitivo (ay, Leticia, que las cucharitas eran comestibles, je, je), pasamos al salón principal y nos sentamos en la mesa "abeto". En mitad de la cháchara las luces se apagaron, iluminaron una escalera y aparecieron los novios. Aplausos y ¡¡viva los novios!!. Cuando nos sirvieron la crema de bogavante aproveché para descalzarme y permitir a mis pies un rato de tranquilidad (es lo que tiene ir ideal). Después, solomillo, sorbete de mojito, postres y... ¡¡¡A bailar, a tomar copas, a reír, a saltar!!! Me lo pasé de maravilla, aguanté con mis zapatos, lucí mi vestido (¡con lo que me costó encontrarlo!) y no paré de bailar... Una fiesta fantástica.
El domingo recogí a mis hijos y vi que mis fuerzas empezaban a flaquear. ¿Nos vamos a comer al restaurante asiático y después vemos un peli?, pregunté a mis peques. Emocionados, accedieron. En la peli, Alonso y yo aprovechamos para echar una cabezadita y reponer energías.
Y el martes llegó el horror. Abrí los ojos y noté como el virus había invadido mi cuerpo, la fiebre se disparó, la cama brincaba por la habitación como la de la niña del exorcista por mis temblores... Alonso, dije muy seria, si me muero dona todos mis órganos y que me incineren. No sé por qué, pero no me contestó. A las cuatro me arrastré como pude hasta el colegio y llevé a Álvaro y toda su clase al "Rey Lagarto" para celebrar su cumpleaños. Ejercí de madre perfecta (¡con treinta y ocho y medio de fiebre!), canté el cumpleaños feliz, reí con las marionetas y, sobre todo, vi cómo disfrutaba mi ratón saltando entre las atracciones con bolas. Repté hasta casa, me metí en la cama y sentencié: Alonso, de hoy no paso... Intentó contestarme, pero una tos estruendosa se lo impidió. ¡¡¡Te he contagiado!!!, sollocé con cuarenta de fiebre.
Al día siguiente, Álvaro mostró los primeros síntomas de gripe. El panorama cada vez era más desolador. Salvo Diego, todos habíamos caído y mis fuerzas se habían disipado. Lloré porque no pude ir a la cena del viernes, no organicé la fiesta familiar del cumpleaños de Álvaro, no tenía energías....
...Y encima Antonio y Marta se fueron de luna de miel a Tailandia y les tuvo que repatriar el estado español (¡menuda historia!)
El sábado, deprisa y corriendo como es habitual, me fui con los niños al partido de Diego. Tras dos victorias consecutivas ver cómo perdían de nuevo me desmoralizó. Grité como una loca pero de nada sirvió, si acaso para ganarme el afecto del equipo técnico: los árbitros se parten de risa al verme correr por las gradas dando instrucciones a mi hijo y el entrenador se esconde cuando me ve aparecer, me teme... pero es lo que tiene ser una madre neurótica futbolera. Desanimada y algo nerviosa, dejé a mis hijos en casa de Alejandro y Cristina. De allí, a la peluquería, a casa y después de ponernos divinos, a la boda. Besos y mil besos al vernos todos los amigos del colegio, ¡qué ganas tenía de que se casara alguno para juntarnos todos! Cuando vi entrar a la novia respiré tranquila y Chema se rió de mí (soy tan peliculera que siempre pienso que alguno no va a aparecer).
En la Hacienda del Jarama celebraron el convite. Tras un copioso aperitivo (ay, Leticia, que las cucharitas eran comestibles, je, je), pasamos al salón principal y nos sentamos en la mesa "abeto". En mitad de la cháchara las luces se apagaron, iluminaron una escalera y aparecieron los novios. Aplausos y ¡¡viva los novios!!. Cuando nos sirvieron la crema de bogavante aproveché para descalzarme y permitir a mis pies un rato de tranquilidad (es lo que tiene ir ideal). Después, solomillo, sorbete de mojito, postres y... ¡¡¡A bailar, a tomar copas, a reír, a saltar!!! Me lo pasé de maravilla, aguanté con mis zapatos, lucí mi vestido (¡con lo que me costó encontrarlo!) y no paré de bailar... Una fiesta fantástica.
El domingo recogí a mis hijos y vi que mis fuerzas empezaban a flaquear. ¿Nos vamos a comer al restaurante asiático y después vemos un peli?, pregunté a mis peques. Emocionados, accedieron. En la peli, Alonso y yo aprovechamos para echar una cabezadita y reponer energías.
Y el martes llegó el horror. Abrí los ojos y noté como el virus había invadido mi cuerpo, la fiebre se disparó, la cama brincaba por la habitación como la de la niña del exorcista por mis temblores... Alonso, dije muy seria, si me muero dona todos mis órganos y que me incineren. No sé por qué, pero no me contestó. A las cuatro me arrastré como pude hasta el colegio y llevé a Álvaro y toda su clase al "Rey Lagarto" para celebrar su cumpleaños. Ejercí de madre perfecta (¡con treinta y ocho y medio de fiebre!), canté el cumpleaños feliz, reí con las marionetas y, sobre todo, vi cómo disfrutaba mi ratón saltando entre las atracciones con bolas. Repté hasta casa, me metí en la cama y sentencié: Alonso, de hoy no paso... Intentó contestarme, pero una tos estruendosa se lo impidió. ¡¡¡Te he contagiado!!!, sollocé con cuarenta de fiebre.
Al día siguiente, Álvaro mostró los primeros síntomas de gripe. El panorama cada vez era más desolador. Salvo Diego, todos habíamos caído y mis fuerzas se habían disipado. Lloré porque no pude ir a la cena del viernes, no organicé la fiesta familiar del cumpleaños de Álvaro, no tenía energías....
...Y encima Antonio y Marta se fueron de luna de miel a Tailandia y les tuvo que repatriar el estado español (¡menuda historia!)
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