domingo, diciembre 28, 2008

... Y mañana Navidad



Este año la comida de Navidad la celebraron Concha y Javier, los padres de Virginia y Belén. En la entrada del jardín nos recibió un inmenso pino decorado con motivos navideños, pegados al techo del porche unos fantásticos carámbanos acompañaban a un enorme Papa Nöel; dentro la decoración era fastuosa: grandes bolas de color rojo y blanco sobre el techo, el tradicional tren navideño presidía la mesa circular de entrada, renos cantarines, troncos plateados... Todo perfecto. Los niños abrían los regalos frenéticamente, nosotros nos besábamos y felicitábamos las fiestas... Al rato, nos pusimos una copa (de Möet-Chandom, que nos miman mucho) y empezamos a tomar el aperitivo y a gozar con los percebes, langostinos, cigalas, salmón, foie... Las copas reclamaban más champán y decidimos no hacerles un feo en una fecha tan señalada, así que las rellené con gran mimo de líquido con burbujas. Alonso, sólo se le ocurre a él, tuvo el detalle hortera de abandonarnos para irse a trabajar, tras tomarnos la merluza y los picantones rellenos de mollejas. El resto, entre risa y risa, seguimos con las copas y los postres. A las seis se iluminó el jardín, relució el trineo de Papa Nöel tirado por tres renos y los niños salieron en mitad del frío a correr y disfrutar.
Volvimos a casa agotados.
A la mañana siguiente Álvaro abrió los ojos y me preguntó expectante: ¿a qué casa vamos hoy? A ninguna, cielo, hoy a descansar, dije bajo los efluvios de una levísima resaca. Pero el sábado invadimos la casa de Roberto y Virginia para celebrar el cumpleaños de Cayetana (¡2 añazos!).
La dosis familiar de mi Alonso estaba a punto de explotar, para evitarlo me fui con mis retoños al tiovivo cuadrado navideño del Retiro. ¡Qué frío! Más de una hora haciendo cola agota a cualquiera. Por fin subimos, coloqué a cada infante en una atracción, les abroché los cinturones y cuando me quise dar cuenta ya no había sitio donde sentarse. Un operario se acercó y me "acomodó" en una jaula (¡casi me rompo los cuernos al agacharme!) que giraba en sentido contrario al tiovivo. ¡Cojonudo, una hora esperando y me encierran en una jaula!). Entre los barrotes pude ver a mis hijos gozar y, para no aburrirme, les daba unos cuantos bocinazos (¡qué juerga!). Luego, al teatro de autómatas y por último, a dar el tradicional paseo en coche para la ver la iluminación navideña de la ciudad. Tosí antes de entrar en casa con gran insistencia para que Alonso no me llamara loca por haberme ido con el frío helado a hacer una cola de más de una hora y caí en la cama derrengada de tanto estrés navideño. Y aún falta Nochevieja, la cabalgata, los reyes, las visitas por todas las casas, el roscón... Ay, a partir del siete de enero me pongo de nuevo a dieta (otro clásico de mi vida)

2 comentarios:

  1. Anónimo8:01 a. m.

    No eran pichones eran picantones querida.

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  2. Corregido... Es que yo tomé merluza. Ya sabes, siempre tengo excusas para mis nimios errores, querida madre.

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