Ha pasado una semana y los efectos de mi vida de maruja repercuten en todo mi ser. Mi drama comenzó uno de los días que tenía cuarenta de fiebre. Entre tos y tos, entró Ana (la cuidadora de los niños y quien lleva toda la casa, ahora lo valoro más que nunca) en mi habitación y me suplicó que le dejara ir el mes de diciembre a Ecuador para ir a ver a su familia. Por supuesto, dije mientras la fiebre del susto me subía a 42º, pero mejor lo hablamos mañana que me estoy muriendo.
Al cabo de una semana Ana se fue feliz, hacía tres años que no iba a su país. Tú puedes con todo, me dije a mí misma, no hay problema. Error, craso error. Desde que ella no está noto como mi desesperación crece día a día.
La primera medida que he adoptado es transformar mi casa en un cuartel. Los niños, cabos sin rango, tienen claras sus misiones: colocar la ropa, el cuarto, tirar la basura y el fin de semana, sacar el friegaplatos (es que siempre lo he odiado...). Los generales mayores (Alonso y yo) batallamos con las camas, las limpiezas, la plancha (¡¡¡me supera!!!) y demás labores domésticas.
Además, tengo que organizar las comidas, cenas, compra y, cómo no, ver quién va a recoger a los niños al cole.
Así que esos pequeños (grandes) lujos de mi vida como despedir por la mañana a los peques, desayunar tranquilamente, meterme en la cama a leer el periódico, darme un baño, alisarme el pelo, maquillarme o irme a dar una vuelta a la Visa, se han acabado. Ahora me levanto, hago las camas, limpio los baños, preparo la comida, me ducho en dos minutos, me recojo el pelo en una coleta y salgo estresada a trabajar (¡hasta me he cortado las uñas al ras desde que me relaciono con el estropajo y la balleta!).
Ayer, por ejemplo, terminé hablando sola por casa mientras intentaba planchar la sábana bajera de nuestra cama (2x2 metros). Misión imposible y desesperante. Así que a la hora de la comida nos fuimos a comer a Matsuri. Alonso, vamos a un restaurante que estoy agotada de batallar con una sábana, expliqué cual loca de atar.
Y encima tengo que coser cascabeles a un jersey de Álvaro para la fiesta del colegio, comprar los regalos de Navidad, preparar el menú de Nochebuena, hacer la felicitación navideña... Esto de ser una maruja perfeccionista es agotador y, para qué negarlo, una horterada. ¡Con lo que a mí me gusta vivir como una reina!
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