viernes, diciembre 05, 2008

Boda, toses y otras cosas que contar

Tras abandonar el estado febril, las toses tísicas, los bronquios atrofiados, los sudores y los escalofríos, he vuelto. Y me ha costado. ¡Menuda semanita!
El sábado, deprisa y corriendo como es habitual, me fui con los niños al partido de Diego. Tras dos victorias consecutivas ver cómo perdían de nuevo me desmoralizó. Grité como una loca pero de nada sirvió, si acaso para ganarme el afecto del equipo técnico: los árbitros se parten de risa al verme correr por las gradas dando instrucciones a mi hijo y el entrenador se esconde cuando me ve aparecer, me teme... pero es lo que tiene ser una madre neurótica futbolera. Desanimada y algo nerviosa, dejé a mis hijos en casa de Alejandro y Cristina. De allí, a la peluquería, a casa y después de ponernos divinos, a la boda. Besos y mil besos al vernos todos los amigos del colegio, ¡qué ganas tenía de que se casara alguno para juntarnos todos! Cuando vi entrar a la novia respiré tranquila y Chema se rió de mí (soy tan peliculera que siempre pienso que alguno no va a aparecer).
En la Hacienda del Jarama celebraron el convite. Tras un copioso aperitivo (ay, Leticia, que las cucharitas eran comestibles, je, je), pasamos al salón principal y nos sentamos en la mesa "abeto". En mitad de la cháchara las luces se apagaron, iluminaron una escalera y aparecieron los novios. Aplausos y ¡¡viva los novios!!. Cuando nos sirvieron la crema de bogavante aproveché para descalzarme y permitir a mis pies un rato de tranquilidad (es lo que tiene ir ideal). Después, solomillo, sorbete de mojito, postres y... ¡¡¡A bailar, a tomar copas, a reír, a saltar!!! Me lo pasé de maravilla, aguanté con mis zapatos, lucí mi vestido (¡con lo que me costó encontrarlo!) y no paré de bailar... Una fiesta fantástica.
El domingo recogí a mis hijos y vi que mis fuerzas empezaban a flaquear. ¿Nos vamos a comer al restaurante asiático y después vemos un peli?, pregunté a mis peques. Emocionados, accedieron. En la peli, Alonso y yo aprovechamos para echar una cabezadita y reponer energías.
Y el martes llegó el horror. Abrí los ojos y noté como el virus había invadido mi cuerpo, la fiebre se disparó, la cama brincaba por la habitación como la de la niña del exorcista por mis temblores... Alonso, dije muy seria, si me muero dona todos mis órganos y que me incineren. No sé por qué, pero no me contestó. A las cuatro me arrastré como pude hasta el colegio y llevé a Álvaro y toda su clase al "Rey Lagarto" para celebrar su cumpleaños. Ejercí de madre perfecta (¡con treinta y ocho y medio de fiebre!), canté el cumpleaños feliz, reí con las marionetas y, sobre todo, vi cómo disfrutaba mi ratón saltando entre las atracciones con bolas. Repté hasta casa, me metí en la cama y sentencié: Alonso, de hoy no paso... Intentó contestarme, pero una tos estruendosa se lo impidió. ¡¡¡Te he contagiado!!!, sollocé con cuarenta de fiebre.
Al día siguiente, Álvaro mostró los primeros síntomas de gripe. El panorama cada vez era más desolador. Salvo Diego, todos habíamos caído y mis fuerzas se habían disipado. Lloré porque no pude ir a la cena del viernes, no organicé la fiesta familiar del cumpleaños de Álvaro, no tenía energías....

...Y encima Antonio y Marta se fueron de luna de miel a Tailandia y les tuvo que repatriar el estado español (¡menuda historia!)

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