Ahora que 2022 se apaga como una cerilla prendida al final de la madera, los recuerdos vividos se amontonan en mi mente. El balance –valores arriba, valores abajo– es positivo. Aunque aún están muy presentes esos pequeños sustos que alteraron mi vida, esos borrones negros que es mejor callar para que caigan en el olvido y cierren la puerta al pesimismo. La vida pasa, pasa la vida. Mi saco de vivencias de este año está repleto, a punto de estallar: viajes con mi familia, reuniones de amigos, locuras confesables e inconfesables; risas, muchas risas, mi auténtica energía... Hasta he rozado el cielo segoviano desde un globo aerostático y acariciado el infierno en los subterráneos de Nápoles. Mis papilas gustativas han gozado con la gastronomía italiana, la romántica cena en Sacha o el cumpleaños en Arrogante... Por suerte, no todo engorda, pero llena el alma: lecturas, conciertos de escándalo, musicales –ay, mi Antonio Banderas–, teatro y más cine, por favor. Sin olvidar mis paseos perrunos, el éxito de mi novela "Herido" y la emoción-tristeza al ver despegar laboralmente a mis hijos, mis tesoros.
Las agujas del reloj de la Puerta del Sol se acercan a la hora mágica, las uvas desaparecen de los supermercados, los cotillones afinan sus silbatos. 2022 se apaga y empieza un nuevo año. ¡Feliz 2023!