martes, abril 22, 2008

Con la gorra puesta

El estrés me estaba venciendo. Los niños dormían, ya habíamos visto nuestras series (CSI y Prision Break), colocado la cena y Alonso seguía tumbado en el cuarto de estar.
-Huy, es tardísimo -exclamé mirando el reloj del televisor -deberías subir a dormir, que mañana no habrá quien te despierte.
Alonso me miró perplejo con sus ojos somnolientos.
-Tienes razón, me subo que estoy a punto de quedarme frito.
¡¡Bien!!, grité para mis adentros. Esperé diez minutos (tiempo máximo que tarda en dormirse). Me quité el pijama y me puse las mallas, una vieja camiseta, la gorra y los guantes. Coloqué los plásticos por la cocina y pensé que tenían la medida exacta para trasladar un cadáver, empujé la nevera, saqué al jardín el cubo de basura, el verdulero y el comedero de Lucas, me preparé una coca-cola light, me fumé un cigarro relajadamente y cuando la noche se enfrascó en su silencio empecé a trabajar. A las doce en punto tomé el pincel y el rodillo y comencé con los movimientos "arriba-abajo" que aprendí del maestro japonés de Karate Kid. La emoción me invadía por momentos, leves gotas naranjas salpicaban mi uniforme y, alguna, bañaba mi rostro de naranja chillón. A la una de la mañana hice una parada para fumar un cigarro y admirar mi obra. A las dos y media terminé de pintar la pared naranja de la cocina. Las fuerzas se evaporaron de mi cuerpo, me arrastré hasta el cuarto de estar, me tiré al sofá y me dormí.
Alonso mostró su asombro a primera hora de la mañana. ¿Pero cuándo has pintado?, ¡estás loca!, gritó disipando mis sueños. ¿Ha quedado bien?, pregunté somnolienta. Claro que ha quedado bien, contestó mientras subía el biberón de Álvaro.
A las nueve y veinte salían mis hombres de casa. Era el momento de empezar con el acuaplast. Me disfracé de pintora, cogí la espátula y poco a poco fui tapando los huecos e igualando el techo. Cuando llegó Ana miró perpleja el panorama abstracto: manchas naranjas y blancas en el suelo, los azulejos con pequeñas motas multicolor, mi piel más que rosa, anaranjada y mi sonrisa que iluminaba su estupor. ¿Verdad que está quedando muy bien?, le pregunté emocionada. Sí, susurró aterrorizada.
Está noche debo lacar el techo y mañana, si se ha secado el esmalte, pintaré el techo y daré la segunda capa de naranja a la pared. Ay, cuánto me quiero.

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